N° 1955 - 01 al 07 de Febrero de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáVaya por delante que tengo clarísimo que las redes morales no sirven como muestra de nada, salvo de lo que ocurre en ellas, con sus lógicas cada vez mas ásperas y ruidosas. Eso no implica que uno, asumiendo todos los sesgos que traiga con sus preferencias o que haya generado el propio algoritmo de la red, deje de percibir que ciertas ideas se van extendiendo como hongos después de la lluvia y que muchas veces son ideas que rompen con los ejes tradicionales de los debates políticos: en las redes, las ideas de derecha e izquierda suelen verse sobrepasadas por otros cortes y aplastadas por otras lógicas. O ilógicas.
Hace unos días, en medio de todo el ruido mediático disparado por el segundo juicio al expresidente brasileño Lula da Silva, encontré en un debate virtual una frase que me pareció llamativa por su potencial destructivo, por la bomba de nihilismo que contenía. Y por su intención de presentarse como lo opuesto, como una sana distancia crítica respecto al objeto que cuestionaba.
La frase venía a decir que era asombroso que aún quedara alguien tan ingenuo como para pensar que la Justicia no forma parte de un “sistema obsoleto”, que es completamente manipulable y que está subyugada por el poder económico. Así, sin matiz de ninguna clase y sin ser demasiado específico respecto a quiénes integran ese poder ni cómo lo ejercen. En resumen, que la Justicia era una suerte de trampa para bobos, funcional a un sistema que ya había caducado.
Se dirá que es excesivo concluir nada general partiendo de algo tan ínfimo como el comentario de un desconocido en una charla de Facebook. Es cierto. Lo que no es tan cierto es que ese pensamiento radicalmente escéptico y radicalmente antirrepublicano, sea una opinión aislada e intrascendente. En realidad, ese pensamiento está implícito en una parte no menor de los idearios más tradicionales de derechas e izquierdas. El plural no es ocioso: hay derechas e izquierdas que valoran, con sinceridad y con hechos, las libertades y garantías del sistema republicano y las democracias. Y hay otras que no. Lo nuevo en todo caso es la rudeza y la transparencia de las redes, que permite encontrarse con esta clase de imaginarios día sí y día también.
Esto no quiere decir que no estén, diestros y zurdos, interesados en acarrear más agua hacia sus respectivos molinos. Es solo que ese juego, ese tironeo que pocas veces resulta amistoso (no tiene por qué serlo, basta con que se respeten las normas de juego, la simpatía se agradece pero no es obligatoria), ese debate constante que es la democracia, se desarrolla dentro de sus propios resortes, dentro de sus mimbres más íntimos. Así, cuanto más flexibles sean estos mimbres, mayor posibilidad de que más cosas queden dentro de la canasta de los resultados colectivos. De que sean parte de aquello que se logra en tanto sociedad.
Es verdad, bastantes dolores le cuesta al sistema democrático gestionar mejor o peor sus propias inercias constitutivas: esa fragilidad endémica que tiene en tanto sistema que admite la duda y la rectificación en su juego. Fragilidad que, si los mimbres resisten, será solo aparente. Y es que si los mimbres no se rompen y resisten los sacudones, más ideas más diversas habrán pasado el filtro de la plaza pública y se irán instalando en nuestras vidas bajo la forma de leyes, reglamentos y, si hay suerte, costumbres.
El problema no es esta lógica de las democracias que, tengo la impresión, de manera cada vez más natural vamos incorporando la mayor parte de los ciudadanos que vivimos en sociedades democráticas estables (el capítulo de las obligaciones lo dejamos para otra ocasión). El problema es que cuando se va extendiendo una percepción que destituye en bloque a uno de los poderes del Estado o al “sistema obsoleto”, se está tironeando los mimbres desde afuera de la canasta. Ya no se piensa en términos de mejorar, pulir, agilizar, depurar. Se piensa en términos de negar, destruir, destituir. En un imaginario que funciona en modo binario, desaparecen los grises, que es precisamente en donde se desarrollan todos los sistemas políticos reales.
Que este nihilismo provenga de alguien que, consciente o no de lo que dice, vive en los márgenes más absolutos del sistema, no es deseable pero sí comprensible. Si en tu entorno no existe nada que te indique que hay algo que se llama justicia, no es raro que el concepto, leído por ahí o escuchado en la puerta del bar, te resulte completamente ajeno. O directamente una patraña.
Sin embargo, los argumentos descalificando la separación de poderes (las democracias serían intrínsecamente manipulables por “the powers that be” y por tanto es inútil insistir en el rumbo democrático) suelen provenir de personas que a) se han alfabetizado en ese mismo sistema, por eso podemos leerlos; b) tienen cierta competencia tecnológica, por eso podemos leerlos en las redes, y c) parecen haber superado el umbral de las preocupaciones básicas (cuando se tiene hambre, no se piensa en otra cosa que en comer) y por eso ubican su descreimiento radical en la Justicia (y por ende en el sistema republicano) en el centro de sus preocupaciones, que terminan siendo más, digamos, simbólicas.
Uno diría que el principal interesado en que la ciudadanía se desarrolle y todos seamos un poco más republicanos, sería aquel que ha logrado, con todas las dificultades que se quieran, convertirse en ciudadano, ha ganado derechos y ha logrado esquivar la angustia más básica de no tener que comer. Pero eso no siempre es así, porque ese ciudadano, educado en democracia, es decir, con la posibilidad de cuestionar explícitamente el propio sistema, no siempre percibe que el sistema es mucho más que opresión. Siempre resulta más fácil reconocer una cachiporra que el ejercicio de una libertad.
El problema final, el coletazo que suele esconder el descreimiento nihilista sobre las posibilidades del sistema que nos hemos dado, es que siempre plantea un territorio indefinido como horizonte. Cuando alguien afirma que la Justicia es parte de un “sistema obsoleto”, lo esperable sería encontrar una propuesta sobre ese Moderno Plan de Recambio que debería venir detrás de una afirmación tan terminante. Pero este Plan casi nunca es definido por el antirrepublicano. Y cuando es definido, suele parecerse mucho a los totalitarismos de la primera mitad del siglo XX. Justo ahí es que uno empieza a cuestionar la seriedad del nihilista: nadie serio puede creer que el exterminio de millones es una buena solución a las diferencias políticas. Lo irónico es que si ese Plan llegara a redactarse, sería precisamente en una de las sociedades democráticas que dan garantías para su redacción, de esas que han aprendido a convivir con la duda y a gestionar el disenso.
Hace pocos días se anunció en Alemania que los dos principales partidos del país, democristianos y socialdemócratas, habían cerrado un pacto de gobierno de largo alcance, similar a los que habían alcanzado en períodos previos. Un pacto que permita un gobierno sólido, estable en lo económico y que al mismo tiempo intente detener el avance de la ultraderecha y sus gestos abiertamente antidemocráticos. Quizá sea hora de pensar que la defensa del sistema republicano es una de esas cosas que están por encima del eje izquierda y derecha. Una de esas cosas que hacen necesario pactos que superen el arco partidario e ideológico tradicional. Los ciudadanos, incluso aquellos más nihilistas, seguramente lo agradecerán.