Río de Janeiro (Gerardo Lissardy, corresponsal para América Latina). Usain Bolt está a punto de correr los 100 metros en el estadio olímpico de Río de Janeiro, con la atención del planeta entero puesta sobre él. Y Miriam Echenique, una abogada brasileña de 34 años, lo ve desde las tribunas muy segura de lo que ella sabe hacer mejor en el tiempo que durará la carrera: “Pestañear”.
Ya hubo otros grandes momentos en Río 2016: un día antes, el nadador estadounidense Michael Phelps logró su quinta medalla de oro en estas competencias, la número 23 de su carrera olímpica, la más laureada de la historia. La yudoca Rafaela Silva, nacida en la favela carioca Ciudad de Dios, le ha dado la primera presea dorada al país anfitrión; la gimnasta estadounidense Simone Biles deleitó a todos con sus movimientos artísticos imposibles, y la atleta colombiana Caterine Ibargüen acaba de dar un imbatible triple salto femenino, que llenó de color y alegría el estadio donde Bolt ahora se prepara para correr.
Pero la carrera de 100 metros llanos siempre tiene un aura especial, asociada a la idea de que estamos a punto de ver al hombre más rápido del mundo en acción.
Bolt encarna perfectamente esa noción, porque ya ganó dos veces esta prueba olímpica antes de llegar a Río y se dispone a convertirse en el primer atleta de la historia que lo hace tres veces. Pero lejos de parecer nervioso, se toma su tiempo para saludar al público, animar la fiesta. A los brasileños, que han sido tan criticados por su bullicio en las tribunas de estos Juegos, incluso en deportes como esgrima o tenis de mesa, donde suele reinar el silencio para facilitar la concentración de los atletas, les encanta eso y responden ovacionando al jamaiquino. En cambio, cuando se anuncia a su principal retador, el estadounidense Justin Gatlin, dos veces sancionado por dopaje, un abucheo baja desde las gradas a la pista.
El griterío disminuye por un instante. Los corredores se ponen en sus marcas. Río entero parece aguantar la respiración.
Todos saben que serán menos de 10 segundos de corrida, un lapso que paradójicamente puede quedar grabado en la historia, pero que es muy breve para medir nuestro ritmo cotidiano, incluso en plena era digital. ¿Cuántas cosas pueden pasar en Río en menos de 10 segundos? ¿Qué es lo que mejor hace su gente en ese intervalo?
“Respirar”, dice Nelson Costa, un carioca de 61 años que ha venido al estadio a ver a Bolt.
“Atrapo un Pokémon”, asegura un poco más allá Lucas Lopes, un administrador de 30 años.
“Hacer el amor”, confiesa Namyr Moreira, una veterinaria de 40 años. Y su pareja Willian Ribeiro, un dentista de 51, se muestra muy de acuerdo.
9,81 segundos
Suena el tiro de largada. El estadio olímpico estalla en gritos de aliento y emoción por esta competencia olímpica inédita en Sudamérica. Si hubiera sido un disparo de pistola, la bala viajaría a unos 300 metros por segundo, mucho más rápido que Bolt. Las balas sí son cosa de cada día en Río, escenario de una guerra entre policías y narcos que continúa durante los Juegos, con tiroteos frecuentes sobre todo en favelas de la zona norte de la ciudad.
Entre enero de 2015 y junio pasado hubo 4.053 víctimas de proyectiles de armas de fuego atendidas en hospitales municipales y estatales de Río, según la revista brasileña “Veja”. En promedio son 7,4 baleados por día. Muchos son inocentes, víctimas del azar: en la primera mitad de este año hubo 120 personas alcanzadas por “balas perdidas” en Río, 32 muertas, según datos de la radio BandNews. No hay cifras oficiales al respecto.
La seguridad ha sido una gran preocupación para estas Olimpíadas. Y aun con un refuerzo de 85.000 soldados y policías en Río, hubo episodios de violencia desde que los Juegos se inauguraron el 5 de agosto. Uno de esos agentes desplegados en la ciudad, Hélio Andrade, murió a los 35 años después que su patrulla entrara por accidente en las favelas de Maré y fuera acribillada a balazos, más o menos en el tiempo que Bolt corre los 100 metros.
También hubo una “bala perdida” que entró al centro de prensa del complejo olímpico de Deodoro y un ataque anónimo a pedradas contra un autobús que transportaba periodistas desde ese lugar, en ambos casos sin que se registraran heridos. En otros lugares de Río fueron asaltados con armas blancas el ministro portugués de Educación y el mismísimo jefe de Seguridad de la ceremonia de apertura de los Juegos, cuando dejaba el estadio Maracaná tras el espectáculo que maravilló al mundo por su belleza y creatividad. Daniel Jobim interpretó allí las primeras notas de la clásica “Garota de Ipanema” de su abuelo Tom Jobim, mientras Gisele Bündchen salía a desfilar de vestido plateado, logrando que todos suspirasen en el mismo tiempo en que Bolt puede correr los 100 metros.
No, nada detiene las Olimpíadas. El clima es de fiesta en el estadio cuando Bolt acelera, aunque en los primeros 50 metros el Rayo parece en dificultades, superado por otros atletas. Centenares de cámaras profesionales y teléfonos de espectadores registran cada movimiento, para enviarlos hasta el último rincón del mundo. En el lapso que dure la prueba, el tráfico de datos de Río alcanzará unos 2.400 gigabits, de acuerdo con estimaciones oficiales para estos Juegos.
En el tiempo en que Bolt corre los 100 metros, la bahía de Guanabara de Río recibe unos 180.000 litros de aguas residuales, que contaminan el lugar donde hay competencias olímpicas de vela y llenan de olor a mierda el escenario postal de la Cidade Maravilhosa.
En el tiempo en que Bolt corre los 100 metros, una mujer limpia dos metros cuadrados de vagón del tren que transporta a multitudes de turistas al estadio olímpico, y encima echa spray a la pared. En el mismo lapso, una cámara de video que cuelga del parque olímpico puede caer sobre el público, hiriendo a varias personas.
Angelo Vale, un profesor de 50 años, asegura que su especialidad en menos de 10 segundos es “toser”. Fabio Andersen, un contador de 45 años, dice que la suya es dormir. Y Claudio Vieira, un médico de 34, confiesa que lo que mejor hace en ese tiempo es “beber cerveza”.
“Comer un bife a la parmesana es la mejor cosa que hago en menos de 10 segundos”, dice Felipe Lage, un funcionario público de 26 años que vino al estadio olímpico con una gran peluca amarilla y verde.
Bolt acelera en los últimos 40 metros. A fuerza de largas zancadas, acorta distancia con Gatlin. El estadio parece venirse abajo. Su camiseta negra y amarilla se despega del pelotón en los últimos metros. Dos fotógrafos captan en una milésima de segundo al jamaiquino mirando a un lado con una increíble sonrisa dibujada en su rostro, mientras sus seguidores se desesperan por alcanzarlo. Es una escena de Coyote y Correcaminos, que quedará para siempre asociada a las Olimpíadas de Río.
Bolt cruza primero la línea de llegada. Visto en vivo, puede emocionar hasta las lágrimas. Fueron 9,81 segundos lo que precisó para completar los 100 metros. Bastante más tiempo que su récord mundial de 9,58. Pero suficiente para convertirse en el primer tricampeón de esta prueba olímpica. Gatlin finalizó 0,08 segundos detrás y se quedó con la medalla de plata.
El estadio reverencia al vencedor, que sigue sonriendo mientras da la vuelta olímpica, hace su clásico gesto de rayo, se fotografía con el público y, ahora sí, se toma todo el tiempo del mundo para gozar del momento. Entre la multitud eufórica de las tribunas está Janaína Costa Neiva, una analista de sistemas de 40 años, que también tiene claro lo mejor que puede hacer en menos de 10 segundos: “Veo a Bolt ganar”.
Fuera de Fronteras
2016-08-18T00:00:00
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