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Los tiempos de los abrazos y las visitas entre gobernantes venezolanos y uruguayos son cosa del pasado. También el flujo de negocios, que en pocos años llevó a posicionar al país bolivariano como uno de los mejores clientes de Uruguay. Para algunas empresas lo que quedan son deudas a cobrar, aunque otras continúan exportando (los envíos fueron por algo más de US$ 18 millones en lo que va del año, hasta el lunes 23).
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Además del enfriamiento en la relación política tras la muerte del presidente Hugo Chávez, lo que hubo fue un notorio deterioro económico e institucional en Venezuela: a muchos indicadores les cabe el prefijo “híper”. El país está sumergido en una profunda crisis; eso genera incertidumbre sobre la relación comercial, lo mismo que una relación de precios relativos distorsionada.
Con cifras de inflación y devaluación del bolívar disparatadamente altas (hiperinflación e hiperdevaluación), los cálculos de la competitividad comercial bilateral con Venezuela arrojan números que suenan absurdos.
En efecto, en el primer semestre los precios minoristas aumentaron 4.684%, según la medición que hace la Asamblea Nacional legislativa controlada por la oposición. A su vez, el dólar, que había cerrado 2017 en casi 10 bolívares, saltó a 20.902 en enero y continuó aumentando en los meses siguientes (por lo que la depreciación en el semestre fue de 839.900%). Eso se compara con niveles de inflación y de aumento del precio del dólar de un solo dígito en Uruguay hasta el cierre de junio. Así, el índice de tipo de cambio real bilateral —aceptado como una medida de la competitividad comercial de corto plazo— subió en enero (es decir, la economía uruguaya se hizo más competitiva en dólares respecto a la venezolana), bajó en los dos meses siguientes, y volvió a aumentar desde abril, en todos los casos con variaciones significativas. El acumulado del período indica un fuerte deterioro de la capacidad de competencia de Uruguay respecto al deteriorado socio bolivariano.