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    Se reeditó “Ojos de caballo” de Henry Trujillo, título imprescindible en la literatura uruguaya

    Desde mediados de los 90 hasta fines de la primera década de este siglo, la obra de Henry Trujillo (Mercedes, 1965) fue fundamental dentro del panorama literario uruguayo. Aunque breve (cinco novelas cortas y un puñado de cuentos), su solidez es notable. Sus tres primeras nouvelles (Torquator de 1993, El vigilante de 1996 y La persecución de 1999) prácticamente fundaron la novela negra local. Posteriormente publicó Ojos de caballo en 2004 y Tres buitres en 2010. Su última publicación fue la recopilación de sus tres libros primeros junto con la totalidad de sus cuentos, Tres novelas cortas y otros relatos en 2010. Desde ese momento abandonó la escritura para dedicarse a su profesión de sociólogo y a la enseñanza. Casi 20 años después de su aparición, el sello Alfaguara reedita Ojos de caballo, una de las novelas nacionales imprescindibles en lo que va del siglo.

    —¿Por qué dejaste de escribir?

    —Empecé a escribir cuando era un triste desocupado y tenía tiempo, o trabajaba en cosas manuales, ponele que hasta el año 2000 más o menos fui empleado privado. Después ya empezó a cerrar todo lugar donde yo habitualmente trabajaba y tuve que empezar a hacer valer mi título, hasta ese momento siempre lo consideré como algo que me gustaba hacer pero que nunca pensé que me diera de comer. Tuve que dedicarme a lo profesional, que es un trabajo mental, intelectual, entonces ya no... Para escribir preciso pensar mucho las cosas, y ya no tenía tiempo de pensar. Me acuerdo que mi primera novela la escribí en un frigorífico pesquero. Lo que hacía era clasificar pescado y estaba ocho horas ahí parado al lado de una cinta. Entonces claro, llegaba un momento en que estaba tan aburrido que empezaba a pensar historias, y después llegaba a casa y escribía, era bastante sencillo. Pero ya después, en 2000, sobre todo en 2004, se me empezó a complicar mucho, tenía que hacer proyectos, había cosas que tenía que estudiar, empezaba a hacer una maestría. Esa es la respuesta corta, la otra complementaria es que también cuando intentaba escribir, ya después de cuatro o cinco novelas, empezaba a repetirme, escribía y me decía: “esto es lo mismo”. Entonces traté de cambiar pero se me dificultaba mucho, traté de volver al relato fantástico, que era una cosa con la que había empezado, pero se me dificultaba mucho. Ahora estoy tratando de volver pero también tengo que superar eso, esa combinación de cosas, tengo ganas de escribir, si tuviera tiempo me pondría. De hecho, de vez en cuando trato de agarrar, tengo algunas cosas escritas, pero hasta que me jubile no sé…

    —¿Y cómo empezaste a escribir? ¿Fue con esa primera novela, o ya habías escrito algo?

    —Ya había empezado a escribir relatos breves por los años 80. Los primeros fue en Mercedes cuando todavía estaba en cuarto año de liceo, y después acá en Montevideo seguí con relatos breves y después poesía, como todo el mundo, poemas que por suerte se perdieron. Después de que me convencí de que la poesía no era lo mío, le empecé a dar un poco más de dedicación a los relatos, me acuerdo que en algún momento se los llevé al Bocha Benavides, yo escuchaba el programa que tenía en CX-30, y el Bocha me dio para adelante. Creo que le daba para adelante a todo el mundo, pero bueno, me dio para adelante y ahí empecé a pensar en hacer algún librito o una cosa que pudiera ser un libro. Publiqué cuentos cortos en una revista llamada Graffiti y en algún otro lado. Un día vi que había un llamado para el concurso Narradores de Banda Oriental y empecé a ver si juntando los relatos armaba un libro y no me daba, quedaba muy corto. Tenía un relato un poco más largo que era ese que había empezado a escribir en la cinta. Agarré y lo alargué, y ese fue el primero, Torquator, sacó una mención en el concurso y salió publicado.

    —¿Y como lector qué formación tenías?

    —Leía todo lo que se cruzaba, más o menos. En Mercedes no había mucha cosa nueva, pero sí había una biblioteca bastante nutrida de clásicos, entonces cuando me vine para Montevideo ya había leído a Dostoievski, Tolstoi, Víctor Hugo, Zola, Balzac... No conocía todavía a Conrad o Henry James, pero a Jack London también lo había leído, y esos eran como los referentes. Después me acuerdo que cuando llegué a Montevideo todavía tenía la idea de que el último gran escritor uruguayo había sido Quiroga. Ya por el año 83 entré a la universidad y ahí me enteré de que había otra gente que siguió escribiendo, y que había otros escritores latinoamericanos. Y ahí empecé a tomar contacto con García Márquez, Vargas Llosa. Pero siempre mi gran preferencia fueron los escritores rusos. Después conocí a Conrad, Stevenson, todos esos fueron los que tomé en cuenta, a Kafka también.

    —O sea que a pesar de que tus libros pueden entrar dentro del género negro, vos no tenías conciencia de escribirlo.

    —No, de hecho cuando empecé no pensaba escribir género negro, lo que pasa es que sí veía cine negro y estaba buscando una forma de escribir que me fuera fácil, porque la verdad que no me salía. Con el relato breve no tenía problema, pero cuando trataba de escribir algo más largo se me hacía muy pesado y no sabía cómo armar la historia. Entonces mirando películas de cine negro se me ocurrió que eso era bastante sencillo de llevar a la literatura. Había leído algo de Dashiell Hammett y alguna otra cosa, pero tampoco me había llamado mucho la atención.

    —Se mencionan tus tres primeras novelas como una trilogía, ¿las sentiste así cuando las escribiste?

    —Yo supongo que se puede decir una trilogía porque las tres están ambientadas en Montevideo y tienen más o menos el mismo largo, fuera de eso no tienen nada en común y son algo policiales o de género negro, pero nunca pensé en hacer tres. Simplemente salió una, hice la otra y después hice la otra, no hay ningún vínculo secreto entre los tres libros. De hecho la segunda novela, El vigilante, en realidad era un cuento largo que había llevado entre otros a Banda Oriental y Heber Raviolo me dijo que los otros cuentos no le habían gustado mucho pero que ese estaba bueno. Y yo dije no, es corto, lo alargo y hacemos una novela breve. Le agregué algunas cosas y la verdad que a mí no me gusta mucho, pero a algunos les ha gustado. Y La persecución, la tercera novela, es un experimento fallido, quise hacer un experimento que era crear un personaje que no existiera en la trama de la ficción sino que fuera inventado por los personajes al interactuar. El tema no salió, era muy complicado, muy ambicioso, pero me gustó tratar de hacerlo.

    —Tus siguientes novelas también son asimilables al género.

    —No sé si Ojos de caballo es género negro, es una novela medio rara, en realidad la empecé a escribir antes que las otras. Una vez volví a Mercedes y me quedé un par de semanas. Empecé a escribir un relato largo, más como cosa costumbrista, de contar las historias del pueblo. Hay una cuestión de ajuste de cuentas, es medio rencoroso el libro. Esa vez quedó un cuento largo que no me gustaba, lo empecé, lo volví a escribir, lo escribí de vuelta. Creo que lo debo de haber reescrito entero como, no sé, media docena de veces, siempre quedaba un pedazo, entonces es como una sedimentación de cosas. Al final traté de darle una estructura como de tragedia, tracé todas las historias que había armado y les di un hilo. Hace tiempo que no lo leo porque la verdad es que no vuelvo a leer lo que escribo, pero recuerdo que tiene como pedazos que están desencajados o que no calzan bien, y es porque en realidad son sedimentaciones. Para mí no es una novela negra, no sé qué es, realismo duro nomás. Por un lado tiene esa arquitectura y sobre todo no es del medio urbano, yo siempre asocio a la novela negra con el medio urbano.

    Henry Trujillo fue uno de los pioneros de la novela negra uruguaya. Foto: Javier Calvelo, adhocFOTOS

    —Y luego vino Tres buitres, que suena más fuera de contexto que esta. Es más novela negra que Ojos de caballo, pero está ambientada en Paraguay

    —Sí, esa novela apareció porque un día hice un viaje a Bolivia, al sur de Bolivia, y lo hice no de mochilero pero sí bajándome y subiéndome de ómnibus, fue muy pintoresco, tenía que escribir algo con eso. Y como ya había comprometido una novela con la editorial dije bueno, lo voy a usar para esto. Quedó un poco forzado, me parece que la historia con un poco más de trabajo hubiera quedado mejor, pero es lo que pasa siempre cuando terminas una novela, siempre te quedan cosas, después te das cuenta de todo lo que tiene. Ojos de caballo quedó tan trabajada que creo que al final resultó como muy árida.

    —¿La revisaste para esta edición?

    —Solamente le cambié nombres. En su momento había puesto algunos que eran reconocibles, porque para mí formaban parte del paisaje sonoro de Mercedes. Alguna gente se reconoció o pensó que se reconocía, o a familiares, y me pidieron que los cambiara. Salvo los Pérez y los González cambié todos los nombres, pero fuera de eso no revisé más nada.

    —¿Y los cuentos? ¿Cómo los trabajás?

    —Ahora hace tiempo que no escribo, tengo alguno nuevo, pero ya no me resulta fácil, no sé por qué me agarré con el molde de la novela breve y me resulta muy difícil hacer algo en pocas páginas, entonces no me sale muy bien. Siempre tengo la idea de una cosa que dijo Cortázar, el cuento tiene que ser como un círculo perfecto, tiene que abrir, cerrar y quedar compacto, y tiene que ser como un puñetazo. Entonces para mí la idea del cuento es eso, es algo que abre, cierra y te pega. En una novela tenés más posibilidades de desarrollo, pero también tiene que cerrar. La novela es como un árbol, como una arborescencia, y yo trato de hacer las novelas igual que los cuentos. Básicamente es eso, no tengo mucha historia, se me ocurre una idea, lo escribo, pero la verdad que ahora hace tiempo que no me sale escribir cuentos. Arranco una historia, la empiezo a desarrollar y se multiplica y ya se me va. Te diré que en los últimos diez años habré escrito tres cuentos, más o menos.

    —¿Y te dejaron satisfecho?

    —No mucho, no mucho. Hay uno que salió en la revista Lento que me dejó conforme, tal vez quedó medio convencional pero está bueno, a partir de un dibujo de Pedro Dalton. Otro que me habían pedido para un libro colectivo a partir de fotos no me dejó conforme, pero sí me dejó la idea para hacer una novela, una novela breve, así que en algún momento lo voy a retomar. Sería algo medio distópico y eso es lo que estoy tratando de hacer ahora, como para agarrar de vuelta ganas de escribir, a partir de que dejé la idea de hacer género negro o realismo. Ahora estoy jugando un poco con la idea de la ciencia ficción, y eso me enganchó mucho más. Aparte el ambiente en que estamos viviendo es en una novela de ciencia ficción, cualquier cosa que uno haga es totalmente pobre con respecto a realidad.

    —¿De tus novelas cuál es la que te dejó más satisfecho?

    —No sé. La que quiero más es la primera, Torquator, porque será horrible, pero es la primera.