N° 1944 - 16 al 22 de Noviembre de 2017
N° 1944 - 16 al 22 de Noviembre de 2017
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáObservaba Thomas Huxley que “no hay espectáculo más triste en el mundo que ver cómo una hermosa teoría es asesinada por la brutalidad de los hechos”. No sé si será el más triste, pero podemos estar seguros de que es el más frecuente; tan frecuente que incluso supera la conjetura de Pareto, que sostenía: “La historia es un cementerio de élites”.
Hay mucho de verdad en esto de Pareto, pero nos enseña la historia que ella misma también es un superpoblado cementerio de teorías que fueron prolija y despiadadamente destrozadas por hechos tan elocuentes como implacables. El siglo XX fue, quizá como pocos, el que ha tenido el mayor récord en todos los órdenes, desde la ciencia hasta la política y el arte. Podríamos decir que el siglo XX ha sido el siglo de la decantación, el siglo que —a un costo muy alto, es cierto, un costo de crímenes y de miseria para los pueblos— nos despejó el camino para que podamos afrontar la realidad con mayor sensatez y sin ninguna costra de abstracciones. Los problemas que tenemos y que seguramente vamos a tener ya no serán hijos del sueño febril de los teóricos, sino de los desencuentros o de las imprudencias que nosotros engendremos en nuestra disputa diaria con la realidad. Pero ya no serán los modelos, ni las estructuras de tipo hegeliano, aquellos obstáculos que debamos vencer para vivir en paz y con libertad.
Hay que comprender, ya en la perspectiva de la nostalgia o de la mera distancia despojada de afectos encadenantes, que el siglo anterior fue pedagógico a sangre y fuego; enseñó con dolor y fracasos y verdades a veces horribles que la realidad se construye a tropiezos frecuentemente misteriosos. Pero con igual ímpetu también ratificó algunas recurrencias; una de ellas es que ciertos gestos cambian para siempre la historia. El cruce del río Rubicón ha sido desde siempre —todos lo sabemos— un paradigma del sentido de la oportunidad histórica. No cualquiera puede atravesar ese río, porque no todos saben cómo y cuándo hacerlo. De tanto en tanto aparecen los grandes hombres; aquellos que unen al coraje, la visión; y a la visión le añaden profundo conocimiento de las circunstancias y del espíritu de los pueblos. Cuando todas esas condiciones se dan, los procesos históricos —que a veces operan sordamente en las capas subterráneas de la realidad— hacen eclosión y se convierten en acontecimientos políticos inevitables que cambian radicalmente el curso de los acontecimientos.
La Revolución Rusa, el Alzamiento Nacional para liberar España de la perversión comunista, la arenga de Yeltsin sobre un tanque ruso, las masas trepadas al Muro de Berlín aquella fría noche de noviembre, representan signos de exactitud histórica que confirman esa convicción de que los buenos liderazgos se definen por el diálogo que los dirigentes, cuando son de valía, tienen con su tiempo, con su realidad.
Ahora bien; no hay que confundir liderazgo y genialidad histórica, con pasividad. La vida se construye de a pasos; la historia también. Hay mucho de costumbre que debe ser tomado en cuenta para decir que una sociedad encuentra su destino. La tarea de la educación, que entre otras tiene la misión de producir buenas costumbres, colisiona con frecuencia con el peso muerto y operante de la molicie, de la irracionalidad convertida en repetición cansina, fatal, irreflexiva. Enseñaba Aristóteles que la virtud no es una idea, sino un hábito. Un hábito que necesita deliberación, repetición, esfuerzo, tenacidad. Algo que se instala en el comportamiento y que forma parte de la naturaleza social y personal del hombre. La gente, las sociedades, no nacen virtuosas; se hacen virtuosas practicando virtudes, ejerciendo en cada acto, cada día, el respeto a los derechos de sus semejantes, el respeto al imperio de la ley, ejerciendo la justicia, ejerciendo la paz, ejerciendo la libertad.
No creamos que se trata de una idea, de una ideología, de un modo filosófico de entender la realidad. Nada de eso: la virtud existe si nosotros hacemos que exista, si con nuestra vida le damos vida; de lo contrario es un aire, un soplo que cualquier viento disipa.
Habría que tomar en serio eso del hábito: las cosas serían mejores desde nosotros hacia la realidad; no caigamos en las tentaciones del pensamiento mágico, pretendiendo que la realidad cambia y el cambio nos arrastra y nos cambia. Desde que el mundo es mundo, el hombre es el amo de la realidad. Y no a la inversa.