Nº 2217 - 16 al 22 de Marzo de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáFinalmente llegó a mis manos el estimulante libro del filósofo Carlos Pareja, Jugando con fuego, que lleva como subtítulo Las apuestas a la polarización del sistema político uruguayo. El trabajo, editado por el Claeh, desarrolla algunas de las ideas sobre las que ya venía trabajando Pareja en sus textos previos: de qué forma el diseño institucional resultante del modelo del balotaje viene perjudicando la calidad de nuestra democracia, logrando que prosperen en el sistema partidario aquellas visiones menos dispuestas a negociar las miradas diferentes que existen sobre la cosa pública. El libro de Pareja me permite ampliar algunas ideas que había planteado en la columna de la semana pasada. Vamos ahí.
Aunque este pueda parecer un asunto árido, técnico o abstracto, en realidad no lo es tanto. De hecho, es fácil encontrar sus rastros en la prensa y en la discusión pública cada día. Claro, casi nunca se presenta bajo la forma de un debate sobre categorías teóricas sino como una discusión ya asentada sobre los mapas resultantes de la asunción previa de esas categorías. Esto es, charlamos después de haber naturalizado el terreno de juego, usando de manera automática y muchas veces irreflexiva esas categorías que laten detrás.
En su texto, Pareja señala que el modelo del balotaje es un diseño que se acerca más a la tradición del pluralismo “recortado” y “domesticado” del Partido Colorado y que contradice el “pluralismo sin restricciones, basado en consideraciones de principios de moralidad política”, más cercano a la historia y las ideas del Partido Nacional. Por eso señala que fue llamativo el giro del Partido Nacional en aquel entonces al apoyar un diseño que no se condice con su tradición de ideas previas.
A lo largo del libro, el filósofo explica por qué entiende que el balotaje nos vuelca a la polarización política y a la construcción de bloques ideológicos que tienden a desentenderse de la otra mitad del país. Lo hace recurriendo a los textos y las ideas de políticos y pensadores uruguayos del siglo XX y XXI, contrastando sus ideas en los diferentes debates que a lo largo del tiempo se produjeron. Esto es, rastreando el debate de ideas que se produjo a escala nacional entre las dos tradiciones que él detecta.
Pareja apunta también que este mecanismo reforzado de construcción de bloques tiende a borronear los matices ideológicos que los distintos partidos tenían tradicionalmente en su interior. Tiene sentido: si de lo que se trata es de construir un proyecto que antagoniza con otro proyecto, los grises que existan dentro de las coaliciones tienden a diluirse en pro de construir un frente común “contra” el otro. Si no se está dispuesto a discutir ideas con seriedad, no hay mejor sucedáneo que tener un enemigo nítido, parado en la vereda de enfrente.
Dada esa tendencia, que Pareja expone de manera metódica y sistemática a lo largo de más de 150 páginas, es esperable que la calidad del debate político resultante empeore. Es lo que ocurre cuando ya no se discute sobre las ideas que sustentan los bloques sino sobre qué tanto o qué tan poco un bloque es mejor o peor que el otro, sin matices. Se produce, esto lo digo yo, un desplazamiento de las ideas a una suerte de “pragmática de la zona baja”, en donde se discute si el otro (que siempre es un malvado sin cortapisas) y los suyos lo hicieron peor.
Por poner un ejemplo concreto, cuando hace unos días se conocieron los cachets que la Intendencia de Montevideo (IM) iba a pagar a dos artistas extranjeras en el festival Acá Estamos, organizado por esa misma IM, una respuesta común en redes fue: “¿Y cuánto gastaron ustedes en el Carnaval de Melo?”. También hubo quien expresó alegría porque la IM le permitía ver a esa artista argentina por una módica suma, cosa que no hacían los del gobierno nacional. O gente que dijo que esos eventos son pura propaganda, salvo cuando son “los suyos” los que los promueven y ahí se convierten en un bien público a preservar. En resumen, un “ustedes” y un “nosotros” que no se vinculan con discutir cuáles acciones públicas son mejores o peores para la ciudadanía sino a burdas identidades de trinchera, de “grieta”.
Entonces, en vez de discutir seriamente cuál es el papel del Estado en relación con la cultura, la música y el espectáculo, se entró de lleno y de inmediato en el tu quoque, que es una variante de la falacia ad hominem. Eso en vez de preguntarnos si es o no rol del Estado establecer un canon de facto sobre qué artistas deben ser contratados con dineros públicos. O qué clase de ciudadanía se contribuye a construir con este y otros megaespectáculos. Traigo este ejemplo porque como músico he sido contratado un par de veces en procesos similares (aunque jamás por una suma que sea remotamente cercana a esos cachets), y aunque tengo claro que cuestionar esta clase de acciones en buena medida equivale a pegarse un tiro en el pie (ninguna administración contrata a quien se anima a cuestionarla), creo que es una discusión que debe darse y que no se está dando. También porque es buen ejemplo del “debate de trincheras” que nos domina.
En resumen, pareciera que los ciudadanos ya compramos gustosos el mapa polarizado del que habla Pareja y lo único que hacemos es intentar encontrar una acción peor del otro lado de la zanja. Y que eso no es muy distinto de lo que ocurre en el Parlamento, que debería ser precisamente el espacio privilegiado para que se discutan esos proyectos de ideas. Pero con el actual modelo, dice Pareja, hemos también descentrado al Parlamento de ese rol. Y dados los incentivos que induce el modelo, incluso en el Parlamento suelen prosperar las visiones más radicalizadas y menos negociadoras de cada familia ideológica.
El veterano filósofo cierra su libro con una frase que me parece excelente y que resume bien los riesgos de que todo el debate político actual se procese sobre la existencia de dos polos que no reconocen mutuamente pretensiones de validez: “En cuanto a nosotros, los uruguayos, hemos estado jugando con el fuego a lo largo de las últimas décadas. Por pereza o por exceso de confianza hemos ido erosionando nuestras mejores tradiciones pluralistas, apelando sistemáticamente a las confrontaciones y los agravios recíprocos, sin tener en cuenta que estamos avanzando en un camino que a la larga puede desembocar en alguna versión moderada, o bien del pantano argentino o bien de la cacería de brujas estadounidense”.
Lo más triste es que uno ya tiene suficientes años como para saber que no importa cuántos Pareja lo analicen y señalen ni cuántas columnas recojan esos señalamientos y hagan otros; una vez que el camino comenzó su bajada, las fuerzas inerciales suelen ser demasiado fuertes como para detenerse. En especial cuando los políticos “exitosos” en uno y otro bando terminan siendo aquellos que son premiados por su intransigencia. Premiados con el voto de una ciudadanía que hace rato perdió el músculo de discutir ideas. Y que, todo parece indicar que es así, asumió como suya una polarización incentivada incluso desde el diseño de nuestro propio sistema político.