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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHace ya varias semanas un atento amigo leyó la columna de opinión del conocido escritor Hugo Burel en el diario El País del 6/2 titulada La otra pandemia y observó lo que más adelante comentaré. Para el citado autor la otra pandemia es el miedo y por más detalles remito a los lectores a su columna.
El punto que me interesa abordar es otro. Burel se refiere explícitamente a la obra El miedo en Occidente, del historiador francés Jean Delumeau. De hecho, su columna termina recomendando su lectura. Excelente. Sin embargo, por razones que espero el propio Burel explique públicamente, ya que su columna es pública, incluye en esta un texto casi literal de la reseña que consta en la parte exterior del libro sin destacar debidamente como debería —entiendo— que las palabras que utiliza no le pertenecen, es decir, no son de su autoría. Esta sería una de las variantes que se pueden presentar en lo que se conoce como plagio. Lo digo en condicional porque tal vez se me esté escapando una explicación plausible que permita eximir a Burel de tal deplorable presunción, y él mismo u otros lectores de Búsqueda puedan ilustrarnos a todos al respecto.
Se trata nada menos que de 123 palabras (nueve renglones), que componen específicamente el noveno de los 10 párrafos que tiene la columna de marras, que replican casi exactamente el texto fuente sin comillas y sin indicación del autor, ya que se habla de Delumeau pero el autor de la reseña que Burel parece copiar y que consta en el libro es, obviamente, otro. Digo “casi” solo porque de esas 123 palabras hay dos que están “adaptadas” al texto de Burel: este cambia “ofreciéndonos” por “y nos ofrece”, por un lado, y “Delumeau” por “el autor”, por otro.
El amigo a quien me refería al comienzo de esta carta leyó la columna del Sr. Burel y aceptó su recomendación de leer el texto de Delumeau. Al hacerlo, su habitual perspicacia le permitió observar lo que antes indiqué. Cambiamos ideas sobre el asunto y no logramos alejar la idea de que Burel haya cometido un error que, por tratarse de un escritor de jerarquía y escribir en un medio tan reconocido, nos parece pueda desatenderse. Mi amigo envió varias cartas al director de El País, Dr. Martín Aguirre, sin obtener aún respuesta sobre el particular.
Por esto hoy, ya a más de dos meses de la publicación de la columna, se me ocurrió que tal vez la vía de este prestigioso semanario pueda ser más efectiva. Se trata de aprender todos juntos. Se trata de reconocer o explicar.
No todo da igual.
Puede parecer que llamar la atención sobre un eventual plagio cuando no están en juego derechos de autor (como en este caso) es demasiado puntilloso.
Pero se trata, en general, de defender la verdad dondequiera que podamos hallarla. Un plagio es una forma de falsedad. Un escritor “se viste” sin reconocerlo con la escritura de otro. Hace creer al lector que es él el autor de las palabras escritas. Escribir bien requiere talento y esfuerzo, entre otras muchas cosas. Cometer plagio es engañar y hacer creer al lector que quien firma es quien tiene el talento y quien realizó el esfuerzo de escribir; es “ningunear” al lector, mofarse de él. En palabras del filósofo Harry Frankfurt en referencia al tema más amplio de la verdad, quien miente “trata de imponer su voluntad sobre nosotros”, en este caso los lectores (On Truth, Knopf, N.Y., 2019, p. 77, traducción propia).
Tal la importancia que tiene, creo, cuidarse de no cometer plagio y así respetar debidamente al lector. Descarto que un escritor importante como Burel tiene esto claro. Veremos qué nos dice.
Leonardo Decarlini