• Cotizaciones
    jueves 03 de octubre de 2024

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
    $ Al año*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
    $ por 3 meses*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * A partir del cuarto mes por al mes. Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
    stopper description + stopper description

    Tu aporte contribuye a la Búsqueda de la verdad

    Suscribite ahora y obtené acceso ilimitado a los contenidos de Búsqueda y Galería.

    Suscribite a Búsqueda
    DESDE

    UYU

    299

    /mes*

    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá

    Soledades

    Hombres sin mujeres, nuevo libro de cuentos de Haruki Murakami

    La escritura genera una velocidad. Existen escrituras vertiginosas, reglamentarias, morosas, excedidas. Algunas se detienen en semáforos, se toman un respiro y detallan; otras no se detienen nunca y se abren a calles laterales como una forma de variar el escenario, de airear los contenidos. También están las escrituras que arrastran un ruidoso carromato (por lo general político) o las que pierden el equipaje en el camino. Si hubiese que elegir una velocidad para caracterizar la narrativa del japonés Haruki Murakami (Kioto, 1949, siempre candidato al Premio Nobel, siempre relegado), esta sería la más elegante de todas: la velocidad crucero, esa que imprime un escritor sin que se sientan los cambios de marcha, la que avanza sin el más mínimo temblor y permite un considerable tiempo de contemplación, bajar la ventanilla, sentir el viento, aspirar su aroma. Es decir, el movimiento sin que se note el movimiento, un travelling relajado. Murakami escribe como si ya estuviese en la etapa de un lector que se ha sentado cómodamente en un sillón para emprender la lectura. Y esa es una gran virtud.

    Estos siete cuentos reunidos en Hombres sin mujeres (Tusquets, 2015, 267 páginas, $ 450) tienen en común la soledad y el desa­mor. Los personajes principales son por lo general hombres que han quedado en la estacada luego de una relación amorosa, aunque también hay mujeres resignadas a ser apéndices, como la dama de compañía en Sherezade, que en otra vida fue lamprea (pez sin mandíbulas) o la suicida que amaba la música de ascensor (Hombres sin mujeres, el último cuento). En el cielo debería haber música de Percy Faith, dice su amante. No sé si es una buena idea.

    Drive My Car abre el libro. Un actor viudo contrata a una asistente para que maneje su auto mientras él repasa El tío Vania, de Chéjov. El elogio del actor a su asistente es inmediato: conduce sin que se noten los cambios de marcha, precisamente como la narrativa de Murakami. El viaje irá acompañado de música, desde los cuartetos de cuerdas de Beethoven hasta los Beach Boys o Creedence, el rock que el actor (y el propio escritor) escuchaba de joven. Por más que salgan a flote amargos recuerdos (su mujer le era infiel), todo es muy cool y sereno, como “la superficie de un estanque una vez que las ondas concéntricas terminan de expandirse por el agua”.

    En Un órgano independiente, el personaje es un enigmático cirujano, el doctor Tokai, que sale con muchas mujeres pero jamás sucumbió al amor hasta que un día le llega y lo deja frito: ahora deberá esforzarse para que alguien no le guste. El amor como una fuerza contraria a su propia naturaleza. Si Murakami hace referencia a los hogares felices, dice que son tan infrecuentes de encontrar como un hat-trick en un partido de fútbol.

    Digamos que no desfilan los mejores relatos del japonés (la colección de cuentos Sauce ciego, mujer dormida es muy superior), porque a medida que el lector avanza lo que predomina es un estilo suelto, siempre agradable de leer y sentir (una de las grandes virtudes del japonés es despertar los sentidos, reparar en una comida recién hecha, rememorar una canción, disfrutar un cigarrillo) y con muchas alusiones a las costumbres y a los gustos occidentales contemporáneos más refinados (el jazz, Truffaut), pero es considerable la menor sustancia y densidad de escritura que en otras oportunidades. Es cierto, el hombre ha puesto el listón muy alto: Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, Tokio Blues, Kafka en la orilla, El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, Sputnik, mi amor y 1Q84, entre otras.

    Samsa enamorado (sí, sobre Gregorio Samsa, el héroe de La metamorfosis de Kafka, pero esta vez despertando como un humano luego del viaje cucarachesco) es una apuesta riesgosa y completamente fallida. Intenta tener humor. Intenta.

    Estamos ante una prosa elegante, siempre reconocible pero bastante desmayada. Hasta que llegamos a Kino, el cuento que vale todo el libro. Es casi una pequeñísima, minúscula novela con todo lo mejor del escritor.

    El señor Kino vendía calzados deportivos y viajaba por todo Japón. Un día llegó antes de la hora habitual a su casa y se encontró a su mujer en la cama con otro. Fiel a ciertas tradiciones niponas, cerró la puerta del dormitorio, hizo violín en bolsa y se retiró para siempre. Puso un bar con una carta de comidas escueta, pocos tragos y, eso sí, discos de jazz, todo bien caro a Murakami. Un buen día cayó un enigmático cliente. El tipo, de cabeza completamente rapada, se sentaba siempre en una punta de la barra y leía un libro muy grande. Y no hablaba, solo para pedirle a Kino un White Label con la misma dosis de agua y un poco de hielo. A partir de allí se dispara el misterio, que tiene que ver con los protagonistas que rodean a Kino pero también con su estado de ánimo, que comienza a adquirir un curioso aspecto material, primero con la irrupción del pelado del libro, luego con unos sujetos que bien podrían pertenecer a la yakuza y finalmente con la presencia de víboras (grises, no tan grises y negras) en pleno Tokio.

    “Entre nosotros siempre existió algo así como un botón mal abrochado”, dice en un momento su ex mujer. Y la frase queda reverberando, una especie de disparador de imágenes que luego el protagonista buscará en un edificio de oficinas contiguo al hotel donde se aloja, con los empleados yendo de un lado hacia el otro, haciendo sus tareas y gesticulando, o en la ventana cuando un día de lluvia las gotas se renuevan sin parar.

    Es lo que mejor hace Murakami: destilar imágenes con un sesgo poético y misterioso.