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Siempre se puede intentar poner un poco de humor a las calamidades de la vida, aunque se elija un sitio tan conflictuado y disputado como la Franja de Gaza. Pero aquí no hay bombas ni atentados sangrientos ni violencia insoportable. Simplemente un pobre pescador palestino, Jafaar (Sasson Gabai, actor iraquí visto en el filme israelí “La visita de la banda”), que vive con su esposa (Baya Belal) en una precaria vivienda y que nunca pesca nada. Para peor, tiene deudas y sobre su mismo techo soporta a un par de soldados israelíes que vigilan la zona, le usan el baño y hasta comparten con su mujer los avatares de una telenovela brasileña subtitulada. Una vida muy miserable.
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Eso es lo que hizo que el realizador francés Sylvain Estibal se preguntara: “¿Cómo se puede ser palestino… y sobrevivir?”. Entonces ideó esta comedia satírica con mensaje pacifista y la filmó en Malta, en régimen de coproducción entre Francia, Alemania y Bélgica. En vez de ir a las cosas que separan a los palestinos de los israelíes (o a los musulmanes de los judíos, religiosamente hablando), decidió buscar qué cosas tienen en común, y encontró una muy concluyente: ambos rechazan a los cerdos, un animal impuro que no deben siquiera tocar. Lo que le ocurre precisamente al pobre Jafaar, en una tarde de pesca infructuosa, es que en su red recoge un cerdo vivito y coleando, gordo y saludable, caído posiblemente de algún barco vietnamita que pasaba por allí.
El horror de Jafaar ante la bestia (que se pasea resoplando con su enorme hocico, inconsciente de su inmunda condición) es menor que el incontrolable deseo de sacarle algún provecho, sabiendo que será bastante difícil que alguien del entorno se interese en semejante bicho: tal vez un oficial de Naciones Unidas (Ulrich Tukur, obligada retribución a los capitales alemanes) o una joven rusa que trabaja en un campamento de colonos (Myriam Tekaïa, esposa del director).
Ella sí se interesa, pero sólo en el semen del cerdo para utilizarlo en la fertilización de ejemplares de la granja. Allí comienza la odisea de Jafaar, cómicamente empeñado en extraer el elemento de un animal al que no debería ni tocar. La sucesión de gags, algunos ingeniosos, otros previsibles, es lo que hace de Cuando los chanchos vuelen una película ágil y divertida porque se propone retratar por el absurdo una situación de por sí nada graciosa pero que, al ser llevada al extremo del ridículo, provoca sonrisas cómplices. El cerdo es el centro del asunto, aunque todo el tiempo hay alusiones a la situación de la Franja de Gaza, incluyendo una facción palestina terrorista que pretende obligar a Jafaar a utilizar el cerdo con fines violentos, algo que Estibal trata con la necesaria cuota de humor que diluya la tensión.
Todo lo que hace Jafaar (excelentemente interpretado por Gabai) tiene un toque chaplinesco. Es el hombre que queda aislado frente a una comunidad que se le muestra hostil por ambos bandos y que debe recurrir a su humilde ingenio (con rasgos del género picaresco) para zafar del lío que él mismo ha provocado.
El realizador y autor del guión es escritor y periodista de la agencia de noticias France-Presse y ha estado radicado en Uruguay los últimos cuatro años, lo que otorga un interés adicional a esta película que pretende trascender su contenido meramente satírico para promover la reflexión del espectador y llevarlo a compartir su mensaje pacifista.
Eso queda claro en las últimas escenas, luego de haber hecho reír un rato y considerado que ha llegado el momento de pensar. Todo es muy claro y compartible, y hay que decir que está realizado con fluidez narrativa, buen sentido de la observación y atendible calidad visual. Su final es un tanto obvio, pero no llega a estropear todo el planteo anterior.
“Cuando los chanchos vuelen” (“Le cochon de Gaza”). Francia-Alemania-Bélgica, 2011. Duración: 98 minutos.