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    Soy leyenda

    La película arranca con el final de la vida, con el comienzo del mito, con uno de los escasos planos en los que no estará presente Natalia Oreiro en pantalla. Y, por más que se haya dicho millones de veces, aquí va de nuevo: la actriz y cantante uruguaya, fanática declarada de la cantante argentina, se encuentra en el momento preciso de su carrera en el que parece hecha para este papel. Oreiro es Gilda. Su composición del personaje es total. Desde adentro hacia afuera, en primera persona. Lo suyo no es una imitación, es pura interpretación. Y esto es también obra de la directora Lorena Muñoz, que proviene del documental (dirigió Yo no sé qué me han hecho tus ojos, sobre Ada Falcón, y ya había filmado un episodio sobre Gilda para la serie Soy del Pueblo del canal Encuentro), y que no solo afinó el guion junto a Tamara Viñes, sino que además contó con la colaboración de la directora de actores María Laura Berch. Lo que hace Oreiro en este filme es componer un personaje cinematográfico, no una estampita, irradiando fuerza, energía, mostrando fragilidad, dulzura, y transmitiendo esa clase de verdad que solo esa mentira que es el cine logra transmitir.

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    Gilda falleció la noche del 7 de setiembre de 1996. El bus en el que viajaba rumbo a Chajarí junto con sus músicos fue embestido por un camión que venía de Brasil y se adelantó por el carril contrario. Tres de los músicos de la banda, además de la madre y la hija de la cantante, murieron en el accidente. Los restos del vehículo todavía están ahí, donde se erigió un santuario al que acuden fieles que aseguran que Gilda, el icono popular, es una santa cuya música ha curado a muchos.

    La historia de la argentina Alejandra Miriam Bianchi, esposa y madre de dos hijos, maestra de jardinera de Villa Devoto, parece haber sido contada más de mil veces. Como sus canciones, estaba en el aire. Sin embargo, cuando murió, en su entierro, familiares que llegaron desde otras zonas del país, se asombraron al encontrar tanta gente y tantas desgarradoras expresiones de dolor: ellos no sabían que Miriam era Gilda. Es que todo había sucedido demasiado rápido.

    Esta película demuestra que lo que está en el aire, en realidad, es más que nada el mito. Que había mucho más. Y todo eso se narra en imágenes y con canciones. Con escenas sólidas y actuaciones, en su mayoría, convincentes, que exploran la evolución de Miriam, cómo pasa a ser Gilda, sus primeros conciertos, la emocionante actuación en la penitenciaría, la relación con su familia y con sus fans, su introducción en el difícil submundo de la música tropical. Es una historia de lucha, de amor, de autodescubrimiento y autosuperación. De lucha, porque Miriam, en el camino en el que se convierte en Gilda, debe pelear contra los prejuicios del ambiente (era un bicho raro, un sapo de otro pozo, la maestra de clase media, morocha y flaquita en un contexto que prefería las rubias voluptuosas), de su familia (su madre era profesora de piano, su esposo la quería en su casa, con los nenes); de amor, porque en ese camino también redescubre aquello que la hace vibrar (y eso incluye a la música), lo que la conduce a conectarse con su origen, a conocer sus fortalezas y debilidades.

    Hay una escena muy buena en la que se la ve a Oreiro, perdón, a Gilda, junto a Toty Giménez (Javier Drolas) hablando con El Tigre Almada (Roly Serrano). Y se da el siguiente diálogo (no es spoiler, está en el trailer):

    —¿Cómo te llamas? —le dice el Tigre, que tiene el aspecto de Jabba The Hutt pero con pelo largo, la voz seria y gruesa, los ojos cansados.

    —Miriam —dice ella.

    —No vende —replica el Jabba The Hutt de la bailanta, con expresión de sincero desprecio.

    —Le dicen Shyll —explica Toty con inocencia.

    —No entiendo, nena, no...

    —Shyll —dice Miriam/Gilda.

    —Shyll —repite Toty—. Como Gilda.

    —Entonces te llamás Gilda —dice el Tigre, con la expresión del que sabe de esto.

    El largometraje está repleto de escenas así, pequeñas, jugosas, que se ensamblan con fluida precisión. Bueno, sí, también están esos tramos que desentonan, que son un poco caricaturescos, o de trazo grueso, como casi todos —por no decir todos— los protagonizados por Raúl, el esposo de Miriam, interpretado por Lautaro Delgado. Y quizás hay demasiada azúcar en algunos flashbacks con papá (interpretado por Daniel Melingo). Algunos hechos reales fueron transformados para la ficción, otros ni siquiera ocurrieron. Hay uno en particular que se introduce para ilustrar la forma como Gilda vivió la música y el contacto con el público. Eso nunca sucedió. Y sin embargo, sucedió. Ver para creer. Y para salir de la sala con ganas de tirar unos pasos. Aunque es altamente probable que muchos fans quedarán encantados, no es un filme solo para acólitos de Gilda. No hace falta tener debilidad por la música tropical para emocionarse y disfrutar de esta película. De hecho, seguramente incluso aquellas personas a quienes este género les produce urticaria se verán gratamente sorprendidas.

    Gilda. No me arrepiento de este amor. Argentina-Uruguay, 2016. Dirección: Lorena Muñoz. Guion: Lorena Muñoz y Tamara Viñes. Con Natalia Oreiro, Lautaro Delgado, Javier Drolas, Roly Serrano, Susana Pampín, Ángela Torres. Duración: 118 minutos.