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    Supercalifragilistic… ¿qué?

    “El sueño de Walt”, o cómo recordar a “Mary Poppins”

    Este año se cumple el quincuagésimo aniversario de “Mary Poppins”, aquella fantasía de los estudios Disney que le valió un Oscar a Julie Andrews solo porque Jack Warner la había ignorado para el protagónico de “My Fair Lady” —que ella había creado en la escena— y la colonia hollywoodense decidió reivindicarla en esa forma tan particular, desestimando a Audrey Hepburn para consagrar a la actriz y cantante británica que al año siguiente volvería a encantar a las grandes audiencias con “La novicia rebelde”. Así que “Mary Poppins” quedó por siempre ligada a ese momento de gloria de Julie Andrews, a sus pegadizas canciones y a las escenas que mezclaban seres reales con figuras animadas, todos elementos típicos en los filmes de Disney, aunque ahora se sabe que la autora original de la historia, P. L. Travers, odió la película sobre todo a causa de esos elementos citados, los tres al hilo.

    Para llegar a la base de la historia, o a la génesis de cómo Walt Disney (1901-1966) logró convencer a la irreductible autora de que le cediera los derechos de “Mary Poppins”, la propia empresa Disney hace El sueño de Walt para conmemorar ese aniversario, y con la esperanza de que muchos espectadores, luego de verla, sientan ganas de revisar otra vez la famosa película de 1964, para lo cual se han editado flamantes versiones en blu-ray con extras y sorpresas. No en vano Disney es un imperio económico, pero hay que reconocer que ese sitial se lo ha ganado en buena ley desde que el desaparecido Walt inventara al ratón Mickey, diera vida luego a las encantadoras “Sinfonías tontas” de los años 30, produjera el primer largometraje animado con “Blancanieves y los siete enanos” (1937), hiciera crecer su empresa con varios títulos animados que muchas generaciones adoraron, y hace décadas que mantiene fabulosos parques de diversiones en diversos lugares del mundo, visitados y disfrutados por miles y miles de turistas que confiesan haberlo pasado fantástico y quieren volver alguna vez.

    Así que luego de tantos éxitos, la ahora poderosa empresa Disney quiere homenajearse a sí misma (y de paso a su fundador Walt) suponiendo que todo el mundo ha visto “Mary Poppins” (lo cual debe ser cierto), revelando los entretelones verídicos de lo difícil que resultó llegar a filmar ese título tan clásico y venerado. Porque tal como se presenta en El sueño de Walt, P. L. Travers (Emma Thompson) era una dama inglesa bastante avinagrada que se había negado durante veinte años a ceder los derechos de sus historias y ahora, en 1961, accede a viajar a la calurosa Los Angeles para entrevistarse con el magnate Walt Disney (Tom Hanks), solamente para decirle que no. En realidad necesita dinero para mantener su casa de Londres y lo que Hollywood le ofrece solucionaría el resto de sus días, pero ella tiene que demostrar que no es una persona fácil de doblegar y, más aún, capaz de obligar a cambios radicales en el libreto si algo no la convence. El problema es que nada la convence.

    P. L. Travers era un seudónimo utilizado por Helen Lyndon Goff (1899-1996), australiana de nacimiento e hija de Travers Robert Goff, un bancario alcohólico de origen irlandés a quien ella adoraba y que murió a los 43 años a causa de sus excesos. En una serie de flashbacks, ubicados en 1906, se ve a la protagonista (apodada Ginty e interpretada por la niña Annie Rose Buckley) contemplando el paulatino e inevitable deterioro de su padre (Colin Farrell), mientras toda esa tragedia se alterna con la ahora escritora radicada en Inglaterra que lucha por mantener la integridad de su personaje Mary Poppins, por quien tenía un gran cariño personal. Conviene saber que antes de convertirse en una sexagenaria protestona e impertinente, esa mujer había sido actriz bajo el nombre de Pamela Lyndon Travers, el que luego abrevió al convertirse en exitosa autora de cuentos tras inventar a la niñera voladora en 1934. Como antes J. M. Barrie, J.R.R. Tolkien y luego J. K. Rawlings, el inicialar el nombre puede contribuir a la fama, pero la verdadera razón porque lo hizo fue que una mujer escritora, en aquellos tiempos, hacía mejor en disfrazar su identidad o, al menos, dejarla en la ambigüedad. P. L. Travers podía ser cualquiera, no necesariamente una mujer.

    Claro, no hay suspenso en El sueño de Walt porque todos saben que “Mary Poppins” se hizo con canciones y con animación. El asunto es saber cómo Disney logró quebrar su resistencia, y tras el título original, que en español puede no significar nada (“Salvando al Sr. Banks”), se esconde parte de esa clave. El Sr. Banks era el padre de los dos chicos a los cuales la niñera voladora asistía, y ahí se sabrá en qué consiste el meollo argumental. Mientras tanto, hay que admirar sin cortapisas a Emma Thompson en cada uno de sus divertidos tics y en su afectado acento británico, a la vez que comprender su negativa a que su adorado personaje se convierta en parte de una comedia musical dulzona que traiciona el espíritu del original.

    Tanto el libretista Don DaGradi (Bradley Whitford) como los compositores Robert y Richard Sherman (B. J. Novak, Jason Schwartzman) soportan los ataques de esa implacable vigilante, tratando de ser amables y de complacerla hasta límites intolerables. Pero es Tom Hanks quien se luce, sin parecerse en nada a Walt Disney, al captar los ademanes y la forma de hablar del famoso productor, un hombre que debió poseer sin duda un enorme carisma y un encanto muy especial para envolver a niños y adultos en su mágico mundo de fantasía. Mucho de eso hay acá, sumado a la puntillosa reconstrucción de época y a la música que resuena en todo momento como parte de esa ya legendaria película, algunas de cuyas escenas aparecen al final y —sinceramente— provocan el deseo de verla otra vez, ahora que se conocen los agitados entretelones de su filmación. ¡Supercalifragilisticexpialedocious!

    “El sueño de Walt” (Saving Mr. Banks). EEUU-Reino Unido-Australia, 2013. Dirigida por John Lee Hancock. Escrita por Kelly Marcel, Sue Smith. Otros actores: Paul Giamatti, Ruth Wilson, Kathy Baker, Rachel Griffiths. Duración: 125 minutos.