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    Tangofascismo

    Un problema fundamental de América Latina es el dominio del absolutismo, resumido en la postura “todo o nada”. En Venezuela, por ejemplo, el gobierno relanzó el plan Comuna o nada, para “convertir el Estado central en un Estado comunal”.

    La municipalización de la estructura política nacional fue uno de los ejes del ideario de Prudencio Bernardo Berro, presidente uruguayo entre 1860 y 1864. En su obra clave (Catecismo de la doctrina puritana cimentadora), Berro insistió, justamente, en la necesidad de crear “repúblicas municipales”.

    Podría parecer, entonces, que existiese un paralelo, o una notable identidad, entre el plan Comuna o nada del chavismo y la ideología del líder nacionalista uruguayo. Sin embargo, esto no es así pues el proyecto venezolano apunta a un pueblo masificado y sumiso obedecedor de órdenes de “comandantes supremos”, líderes iluminados y prepotentes caudillos de barrio, mientras que el sueño de Berro era una nación de ciudadanos activos, conscientes de su unicidad e independencia, forjando sus destinos allí donde existían y obraban: en su propio municipio.

    He escrito varias veces sobre esta característica básica de la cultura hispana e hispanoamericana: la que enfrenta dos todos irreconciliables. Mientras que en los países del norte, y más específicamente en las naciones protestantes, el posibilismo y el gradualismo son conceptos con un alto nivel de aceptación y un ideal a seguir, en el mundo del sur la cuestión pasa por el enfrentamiento a todo o nada entre dos posturas antagónicas.

    El combate a muerte entre el gallo rojo y el gallo negro, que simbolizó la guerra civil española, no es monopolio de ese conflicto del siglo XX sino que representa una constante a lo largo de la historia ibérica, en donde una mitad de España siempre ha intentado eliminar a la otra.

    Conocidos son los versos de Antonio Machado al respecto: “Españolito que vienes, al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Lo pintó Goya en su obra Riña a garrotazos, en la cual se ven dos hombres con las piernas hundidas en el barro, dándose palazos en la cabeza hasta matar o morir, y lo ilustró Mariano de Larra en su frase “Aquí yace media España, murió de la otra media”.

    Esta forma de ver la vida como un combate a muerte entre la verdad absoluta y la mentira total ha producido en España siglos de horror y atraso, incontables batallas, interminables guerras y una Inquisición única en el mundo cristiano en cuanto a crueldad y a consecuencias sociales devastadoras.

    El enfrentamiento a muerte de polos antagónicos e irreconciliables, que ha sido la matriz histórica de la cultura ibérica y que hace más de 500 años fue trasplantada al mundo americano, extermina de raíz cualquier intento de compromiso, cualquier dialéctica de reflexión, y crea un ambiente de intolerancia asfixiante en el cual crece con vigor la planta del totalitarismo.

    El fenómeno es común a ambas orillas del Atlántico. De la misma manera que Franco y sus secuaces perseguían y liquidaban a todos aquellos que no comulgaban con su idea de una España fascista, Che Guevara, Fidel Castro y sus secuaces perseguían y liquidaban a todos aquellos que consideraban traidores a la “Causa Justa”, por el mero hecho de no compartir sus posturas.

    Y este es un dato clave en la sociedad hispanoamericana: el que piensa diferente es un hereje. Un traidor a la “Causa”. Un enemigo. Y a los enemigos hay que eliminarlos.

    Por eso, quien piensa diferente en el mundo hispanoamericano es, según las circunstancias, los tiempos y los espacios, el enemigo de la religión verdadera o de la nación verdadera o del pueblo verdadero. Esto explica que en nuestro atrasado mundo mental y material dominen las consignas totalitarias y excluyentes: patria o muerte; socialismo o muerte; comuna o nada; patria para todos o para nadie.

    Las mentes subdesarrolladas que pueblan nuestros territorios no son capaces de comprender que el mundo y la vida son profundamente variados y que se caracterizan por una inmensa diversidad en todos los niveles imaginables y que, por lo tanto, no existen en ellos los estados puros. Las mentes subdesarrolladas que pueblan nuestros territorios están convencidas de que solo una idea es la verdadera y que todas las otras son plagas que hay que arrancar de raíz.

    En el Río de la Plata rige una versión sui generis de este fascismo mental. Es el tangofascismo, que cultivan energúmenos como los Kirchner o la mayoría de los líderes sindicalistas en Uruguay. Es menos bizarro, es menos colorido, es, a priori, incluso menos ridículo que el fascismo caribeño, ese que cultivan líderes que se ponen la bandera de guayabera y que reciben órdenes de los pajaritos, pero no por eso es menos cruel, menos intransigente y menos fulminante para cualquier intento de generar una sociedad fértil, florida, armoniosa y progresista.