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El solitario personaje convocado para salvar a Occidente porta una Beretta nueve milímetros enfundada en una sobaquera de cuero y usa los zapatos y trajes baratos típicos de un agente del FBI, pero eso es solo una tapadera en una época en que las exóticas alfombras persas son hechas en alguna fábrica de China.
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En Washington, este agente encubierto llamado Scott Murdoch tiene a su controlador, a un teniente de Homicidios, al presidente de Estados Unidos y a un delincuente experto en informática en quienes confía, un montón de dinero y poco más.
Al otro lado de la trinchera está Zakaria al Nasuri, un médico saudí formado en una madrasa en el radicalismo islámico. Ha combatido con honores a los soviéticos en Afganistán y ahora tiene motivos personales para odiar a Israel y a Estados Unidos.
La novela, escrita desde la perspectiva de un Wasp, es un duelo entre estos dos guerreros que comparten algunos códigos en escenarios como Arabia Saudita, Turquía, Alemania y Estados Unidos.
El autor, Terry Hayes (Sussex, 1951), es un guionista de cine y televisión que nació en el Reino Unido y antes de entrar en la industria audiovisual trabajó como periodista de investigación en Australia, su país de adopción, y en Estados Unidos, donde fue corresponsal en tiempos en los que los diarios volteaban presidentes.
Las películas más conocidas que escribió fueron Mad Max 2 y 3 (Australia, 1981 y 1985), en las que Mel Gibson, en la piel de Max Rockatansky, interpreta a un guerrero solitario en tiempos posapocalípticos. El exitoso guerrero Max usa como armas un potente auto deportivo y una escopeta de caño recortado. A menudo magullado, apenas sobrevive con inteligencia, valor, la ayuda de su perro y de un socio circunstancial, en carreteras que atraviesan zonas desérticas y en las que pululan sujetos muy poco amables.
Quizás porque el escritor de guiones debe ser avaro en la cantidad de palabras, en esta, su primera novela, Hayes se tomó ciertas libertades: la versión en castellano tiene 862 páginas y eso pesa pero no molesta. En su mayor parte está escrita en primera persona.
Si bien no llegó a las más de 1.200 carillas, como Norman Mailer cuando contó la historia de la CIA en El fantasma de Harlot (1991), la vertiginosa y sólida narración construida por Hayes, que se declara admirador de John Le Carré y Raymond Chandler, atrapa al lector del algo devaluado género de espionaje y aun a neófitos que logren pasar con éxito las primeras 300 páginas.
El personaje central de la narración es un ex jefe de “La División”, una especie de departamento de Asuntos Internos de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, que después de una intensa carrera en la que ganó muchos enemigos busca el retiro, pero a cambio encuentra más batallas.
Igual que Max Rockatansky, el héroe de este thriller —que combina la investigación de un crimen con el espionaje en clave de guerra biológica que pone a Occidente al borde del abismo— es un tipo solitario, curtido y bien entrenado que libra una lucha contrarreloj del lado de los buenos y que además tiene un ácido sentido del humor.
Los buenos, se sabe (Estados Unidos y sus aliados), no son tan buenos y los malos (el radicalismo islámico) son malos pero complejos, cultos e inteligentes.
El mundo por el que debe transitar el Peregrino (Pilgrim, el nombre de guerra que sirve de título al libro) es tanto o más peligroso que el de Max, pero mucho más limpio y tecnológico y está controlado por poderosas computadoras y cámaras que vigilan y que a veces procesan la información a tiempo.
Los agentes yanquis más curtidos extrañan “los buenos tiempos en los que el enemigo eran los soviéticos y todo el mundo conocía las reglas” y tratan de entender el mapa de hoy, con Arabia Saudita y Turquía como socios e Irak, Siria y Afganistán, vaya uno a saber.
Pilgrim se mueve con soltura en un ambiente en el que hay que saber mentir, despistar y desaparecer sin dejar rastro. La información es clave, el récord de resistencia a la tortura conocida como submarino es de 46 segundos y las comunicaciones “pesadas” deben ser encriptadas para burlar al sistema espía Echelon.
A contrapelo de James Bond, nuestro personaje asume que trabaja en una repartición del Estado con la más alta tasa de suicidios “aparte de Correos”.
La novela acumula un conocimiento de la psicología humana y de los sistemas. No faltan, sin embargo, unos cuantos lugares comunes: el teniente del FBI con ribetes heroicos, el fantasma del atentado a las Torres Gemelas, un presidente de Estados Unidos a menudo sentado en un polvorín a punto de explotar, unos integrantes de la comunidad de inteligencia cínicos y dispuestos a torturar hasta a su madre en una cárcel clandestina en Tailandia si hiciera falta y unos árabes que tienen motivos para ser rencorosos con Estados Unidos pero que leen el Corán de manera caprichosa.
Después de pasar por Soy Pilgrim (Salamandra, 2015, 862 páginas) uno puede estar más asustado y menos ignorante de cómo funcionan las cosas. Hayes trabaja con una materia prima muy real y actual. El lector podría intercalar la novela con reportajes que informan acerca del conflicto en el Oriente Próximo y los atentados en París y de esa forma lograría estar muy preocupado, aun teniendo a Rodolfo Nin Novoa como canciller.