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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn ciertos ámbitos académicos —por lo menos allí es donde yo lo he encontrado— se ha introducido y se maneja la teoría acerca de que el núcleo duro herrerista del gobierno se ha propuesto como meta principal “terminar con el Uruguay batllista” (sic). Ignoro si esto es una conclusión a la que se ha llegado después de analizar la realidad o si, por el contrario, se trata de la creación de un relato para hacer que la realidad parezca eso y sea “narrada” en esos términos.
De mi parte —dejando en claro que no soy integrante, ni siquiera visitante, de ese núcleo duro arriba mencionado, sea cual fuere— la impresión que tengo es que lo que se ha propuesto el Partido Nacional en el gobierno es terminar con el Uruguay frenteamplista, en el sentido que enseguida se verá.
Empecemos por ajustar el concepto-relato del Uruguay batllista. Nunca hubo un Uruguay batllista en un sentido totalizador o exclusivista. Aun en sus períodos de apogeo —presidencias de José Batlle y Ordoñez— había otras fuerzas políticas vigorosas, auténticamente uruguayas y con sus territorios y parcelas de poder, tal es el caso del Partido Nacional. Hubo una fortísima influencia batllista en la formación del Uruguay moderno, es evidente, pero el Uruguay ya tenía aprendida de antes la sabia filosofía (y la práctica política) de la coparticipación. Estaba hecha carne a partir de la Paz de Abril (1872). Existía una base filosófica asimilada, pero, sobretodo, había una base histórica, un entender cabalmente cómo era el Uruguay, cómo se había construido a sí mismo. El Uruguay no era ni quería ser propiedad de nadie.
La Paz de Abril fue la consagración vía texto explícito de la idea de que, en este territorio oriental, el gobierno no tendría todo, el adversario tenía asegurado un lugar bajo el sol y que el futuro solo sería sustentable en la cohabitación de los dos (blancos y colorados en aquel entonces, algunos más si se traslada al presente). Si alguien en el Frente Amplio quiere hacer una autocrítica en serio de los motivos por los cuales perdieron las elecciones tendrá que empezar por acá.
El Frente Amplio efectivamente quiso hacer un Uruguay frenteamplista, un Uruguay en el cual el Frente ocupase cuanto lugar disponible hubiese. Se sintió impulsado a ello, en parte, por el ADN de partido único que hereda de las corrientes leninistas que viven en su seno, y por otra parte porque la sucesión de votaciones abrumadoras y las consiguientes mayorías absolutas en el Parlamento lo llevaron a creerse que el Uruguay se había tornado frentista y que, por ende, el Frente iba a ganar todas las elecciones en adelante y a gobernar para siempre (y que eso era lo justo y lo que correspondía).
El propósito de la academia de trasladar la actualidad a un registro histórico y político distorsionado (quieren terminar con el Uruguay batllista) busca generar una situación menos dañina para el Frente Amplio en la difícil coyuntura actual en que este se encuentra. El batllismo es una sigla política prestigiosa bajo la cual guarecerse y resulta más fácil desacreditar a quienes quieran terminar con el Uruguay batllista que a los que quieren terminar con el Uruguay frentista.
Conviene aclarar que terminar con el Uruguay frentista no quiere decir terminar con el Frente Amplio. Son dos cosas distintas. El Frente Amplio es una realidad electoral y política robusta, instalada y reconocida en el escenario nacional hace ya muchos años. El Uruguay frenteamplista, por el contrario, es una construcción imaginaria más reciente, objetivo y, a la vez, pretexto de un propósito absolutista y excluyente (somos dueños del Parlamento, de la Universidad, del sindicalismo, de la cultura, de la radioterapia y de todo lo que importa: no tenemos fallas, no admitimos investigaciones). Este pensamiento-propósito abrazado por el Frente Amplio (con otros términos y vocabulario, claro está) se sustenta en el imaginario del Uruguay frenteamplista y lo retroalimenta.
Quien ha entendido que el batllismo no tiene nada que ver con el asunto es el Dr. Tabaré Vázquez. Él viene diciendo y repitiendo que lo que el Frente debe hacer ahora, la tarea principal (a la cual él personalmente está abocado), es defender la obra del Frente en todos sus años de gobierno, porque eso es lo que atacan todos los días en la prensa y los medios. Vázquez ve que el atacado no es el Uruguay batllista, sino el Uruguay frentista.
Algunos dirigentes del Frente (y algunos académicos orgánicos) se quejan de que se quiera construir un relato acerca de que el Frente en sus gobiernos hizo todo mal. Ningún gobierno hace todo mal (o todo bien). El Frente Amplio no hizo todo mal y nadie sostiene eso. Pero hizo mal unas cuantas cosas gordas. Unas cuantas. En estos días Leonardo Habberkorn, uno de los periodistas más serios y mejor informados, publicó en El Observador un artículo con una impresionante y prolija lista de incumplimientos frenteamplistas bajo un título personalizado: La causa de la derrota del Frente Amplio fue usted, Dr. Vázquez. Si agregáramos la lista de Mujica se podría llenar un libro. Pero, sin perjuicio de ese inventario de desaciertos que tuvieron innegable efecto, el Frente Amplio perdió no solo las últimas elecciones, sino el respeto y la confianza de los uruguayos, porque no entendió el desatino que era proponer la construcción de un Uruguay frentista, no entendió que no tenía ni derecho ni sustento popular para ese tipo de ejercicio de dominación y colonización. El Frente dejó de entender al Uruguay esencial, el Uruguay del equilibrio (lenguaje este muy posterior a la Paz de Abril, pero que, con letra chica, retoma lo mismo que contenía aquel tratado de paz). El Frente perdió su sintonía con valores muy asentados del Uruguay.
Crear un relato de que haya una campaña para terminar con el Uruguay batllista es un subterfugio para descarrilar el relato sobre la conveniencia de terminar con el Uruguay frenteamplista, paso necesario para consolidar el camino a un Uruguay pluralista. Es decir, un Uruguay donde todos los partidos tengan las mismas prerrogativas, donde el que gane sepa (y acepte) que es por un tiempo, donde se desautorice la nefasta docencia del para tantos maestro Fidel respecto a que el pluripartidismo es la pluriporquería, donde las ínfulas de partido único se aplaquen y donde cada uno cargue con sus propios errores.
Juan Martín Posadas