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    Un tipo raro

    N° 1968 - 10 al 16 de Mayo de 2018

    , regenerado3

    Nació el 7 de julio de 1905 en El Avestruz, una estancia de la Pampa, cerca de la estación Guatraché, hijo de una familia adinerada. No había allí Registro Civil y fue anotado en Puán, provincia de Buenos Aires.

    Fue un estudiante desaplicado y su padre —tras mudarse la familia a Buenos Aires— se cansó de gastar plata en el colegio Santa Cecilia, adonde lo internó y fracasó en su intento de convertirlo en abogado; le consiguió empleo en un banco, del que lo echaron a los cuatro meses porque llegaba tarde todos los días.

    Fue un hombre enamoradizo e infiel, de mal carácter solo disimulado con sus amigos íntimos, que desde niño gustó de la ropa sofisticada, hasta crear, cuando nacía su fama, una moda que tuvo adeptos: moño mariposa, sombrero, guantes de cuero, chaqueta cazadora y boquilla de oro.

    Practicó gimnasia, tomó lecciones de esgrima, pasó de la natación al fútbol y al boxeo y terminó en la equitación, no sin haber querido ser, antes, aviador.

    Entonces —pasaría igual ahora— era visto como “un tipo raro”.

    Sin embargo, Carlos Pérez de la Riestra, bautizado artísticamente Charlo —derivado de Charlot— por un productor, fuera de esas facetas de su personalidad sigue siendo una de las grandes figuras que ha dado el tango.

    Fue mucho más que un cantor que buceó en el estilo gardeliano (vale la pena oír su versión de Las vueltas de la vida, de 1928) y luego alcanzó el propio, elegante, sensible, afinado, con registro de barítono que tuvo tendencia de tenor al inicio. Tocó el piano, el acordeón, el bandoneón, el violín y la guitarra. Hizo mil cien grabaciones y fue un inspiradísimo compositor y actor de teatro y cine.

    Una casualidad lo marcó: tocaba, a los 19 años, acompañándose al piano, en una fiesta familiar. Allí estaban los dueños de Radio Cultura, quienes de inmediato le ofrecieron un contrato. Actuó con éxito y grabó sus primeros discos en Electra, con el acompañamiento de las guitarras de Spina y Correa. Enseguida grabó en Víctor dos temas suyos: Pobre varón y Costurerita, con letras de Brancatti y Celedonio Flores, respectivamente. Su discografía se expandió cuando se incorporó, en una rápida sucesión, a las orquestas de Roberto Firpo —nunca salieron a la venta las placas cantando con el autor de El amanecer—, Francisco Lomuto y Francisco Canaro, aunque también fue respaldado por el trío de Pugliese, Scorticatti y Gallastegui, donde además tocó el piano, el bandoneón y el violín, y un conjunto de guitarras, en el que Edmundo Rivero era la cuarta, ocasión que generó entre ambos una perdurable amistad.

    Su pinta de galán le abrió las puertas de teatros y cines, actuando y cantando en el Porteño y en el Comedia y en las películas El alma del bandoneón, Puerto Nuevo, Los troperos y Carnaval de antaño, así como le permitió viajar por América, viviendo varios años primero en Brasil y luego en Colombia.

    Su primer tango —del que solo escribió la letra— fue Mala, de 1924; le siguieron, entre los más destacados y ya como músico, Sin cariño, No me olvides, Pinta brava, Rencor, Ave de paso, Tormento, Cobardía, Sin lágrimas, La barranca, Fueye, Viejas alegrías, No hay tierra como la mía, El último vals, No me olvides, Rondando tu esquina, El tango de la ausencia, Tango a Colombia, Tu pálida voz y Las cuarenta, obviamente con los mejores poetas: Manzi, Discépolo, Cadícamo, Contursi, Gorrindo, Celedonio Flores, Cátulo Castillo.

    Llamaba “su hermano” a Manzi, a quien dedicó el tango Barbeta; se hizo amigo de Gardel por una broma de este, que no lo conocía, al verlo pasar (“Che, ¿quién es el sombrerudo ese que pasó?”), al punto que El Mago le regaló una copia autografiada del famoso retrato sacado en Montevideo por Luis Alberto Silva; sobrevivió a un aterrizaje forzoso sobre un afluente del Amazonas de una avioneta que lo transportaba desde México con sus guitarristas; fue llamado “El cantor de las mil novias” y se casó tres veces.

    Su primera esposa fue la actriz y cantante Sabina Olmos y el matrimonio duró de 1952 a 1967; todavía se dice que, por sus infidelidades, le arruinó la vida. Entre 1977 y 1987 convivió con Susana Álvarez, mujer mucho más joven, a la que también engañó. Y al año siguiente conoció por cartas y fotos a la artista plástica, diseñadora y compositora de tangos japonesa Akiko Kawarai; le pidió que viniera a Buenos Aires y Akiko lo hizo, aunque con seis gatos de delicado pelaje.

    Vivieron juntos hasta la muerte de Charlo, el 30 de octubre de 1990.