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    Un violinista desde París

    —Fuimos muy amigos y fue un gran músico. Lo ayudaban su inteligencia y su gran espiritualidad. Yo lo quise mucho. Trabajamos juntos y su padre, que era muy amigo de mi familia, solía venir a buscarme y decirme: “Osvaldo, vos que sos más serio, decile a Alfredito que no se acueste todos los días a las nueve de la mañana”. Es que fue uno de esos enormes y entrañables bohemios. Yo, a la noche, apenas un coñac y, sobre todo, café con los muchachos y sin alargar demasiado la hora. Él se perdía, se perdía…

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    Quien dejó este emotivo recuerdo fue Osvaldo Pugliese, en un reportaje que, a sus 80 años, le hizo el periodista Jorge Gottling. Y “Alfredito” era nada menos que Alfredo Julio Floro Gobbi —quien pasaría a la historia como “el violín romántico del tango”—, hijo de uno de los pioneros de la conquista de Europa por el tango, Alfredo Eusebio Gobbi, sanducero de origen, y la cantante chilena Flora Rodríguez.

    Alfredo Gobbi (hijo) nació en París, adonde sus padres estaban trabajando como artistas de variedades, el 14 de mayo de 1912. Su padrino de bautismo fue Ángel Villoldo y su padre, porque la ley francesa lo permitía, lo registró como “nacido en Paysandú, República Oriental del Uruguay”. Pero al año siguiente la familia volvió a Buenos Aires y, con apenas seis años, comenzó a estudiar piano; a los diez extendió su preparación musical al dominio del violín y muy pronto, mientras trabajaba como canillita en su barrio de Villa Ortúzar, ingresó al Conservatorio Falconi, donde su maestro fue Natalio Carmini. A los trece años, acompañado por sus amigos Orlando Goñi (pianista) y Domingo Triguero (bandoneonista), debutó en un bar de Chacarita. Un año después compuso su primer tango, Perro fiel, y al cumplir los quince se integró a la orquesta de Antonio Lozzi.

    Una precocidad incontenible y admirable.

    En 1929 cambió transitoriamente el violín por el piano para tocar solo en el prestigioso café Metropol. Y no se detuvo: en una primera etapa pasó por las orquestas de Juan Maglio, Roberto Firpo, Manuel Buzón, Anselmo Aieta y Antonio Rodio, así como en el histórico sexteto creado por otros dos de sus mejores amigos: Elvino Vardaro y Osvaldo Pugliese. También formó un sexteto de sutil sonido aunque breve vida junto a Aníbal Troilo y regresó a las orquestas, ya como primer violín: Pedro Láurenz, Joaquín Do Reyes y aquí, en Montevideo, Pintín Castellanos. En 1942 formó su primera orquesta, para debutar en el cabaré Sans Souci, con Juan Olivero Pro (piano), Darlindo Casaux, Mario Demarco, Ernesto Rodríguez y el oriental Toto D’Amario (bandoneones), José Fantín (contrabajo), Bernardo Herminio y Antonio Blanco (violines) y los cantores Julio Lucero (luego conocido como Osvaldo Ribó), Walter Cabral y Pablo Lozano. Su primera grabación se produjo en 1947 con La viruta, de Vicente Greco y el vals La entrerriana, de su padre. Después aparecieron Fraternal, de Ismael Spitalnik, Si sos brujo, de Emilio Balcarce, y Entrador, de Mario Demarco.

    La mayoría de los críticos e historiadores consideran que “su orquesta tuvo ciertas reminiscencias del tango decareano de los veinte, con una concepción musical más evolucionada, donde se destacaba la expresividad de su violín romántico —de vibrato pequeño, de lánguido portamento y de profunda sugestión— y el colorido inimitable del resto de su conjunto, con una peculiar marcación rítmica, preferentemente lenta y acentuada, que permitió un amplio lucimiento de sus solistas”.

    Siempre admitió influencias de Carlos di Sarli y, especialmente, de su admirado Julio De Caro, aunque él —calificado, junto a Vardaro, como uno de los mejores violinistas de la historia del tango— poseyó un misterioso swing que parecía heredado de los negros del jazz de principios del siglo XX. Fue un estilista excepcional, quien, junto a Orlando Goñi, impuso lo que los entendidos denominaron, técnicamente, “la marcación bordoneada”.

    Compuso los tangos Desvelo, Mi paloma, De punta y hacha, Cavilando, El andariego (en homenaje a su padre) y El último bohemio (dedicado a Aníbal Troilo), y le fueron dedicadas tres obras memorables: Milonguero triste (Aníbal Troilo), El enggobiado (Eduardo Rovira) y Retrato de Alfredo Gobbi (Astor Piazzolla).

    Como anécdota menor puede citarse que actuó en tres filmes argentinos: Amalia y Loco lindo (ambos de 1936) y Barranca abajo (de 1937). Murió en Buenos Aires el 21 de mayo de 1965.

    —Se murió joven —dijo Pugliese—. Le hablé, le hablé… Pero se me fue… Lo tragó el fantasma de la noche.