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Omar, un joven flaco y alto, trepa un muro alto y gris. Lo hace para ver a Nadia, la hermana de su amigo Tarek. En secreto, mientras ríe y bebe café con Tarek y Amjad, sus amigos de la infancia, intercambia cartas y sonrisas con Nadia. El noviazgo es de una inocencia conmovedora. No se besan, hacen manito a escondidas y se quieren ir a vivir juntos. Y planean casamiento y luna de miel. Esto ocurre en Palestina, hoy, y cada visita al otro lado implica un gran riesgo para Omar. Las patrullas israelíes que vigilan el muro alto y gris disparan primero —a modo de advertencia— y preguntan después.
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Aunque después el asunto será peor. Porque Tarek, Amjad y Omar vienen entrenándose para formar parte de la rebelión palestina y una noche uno de ellos mata a un oficial del Ejército de Israel. Y a partir de este asesinato, el realizador palestino Hany Abu-Assad, director de El paraíso ahora, aquella gran película que seguía las vidas de dos hombres-bomba hasta su destino final, proyecta una estructura en espiral, registrando las consecuencias del hecho. La vida sigue por unos instantes, alejándose del hecho pero girando en torno a él, y tras una impresionante persecución, Omar es encarcelado, brutalmente torturado. Omar es presionado por el agente Rami (Waleed F. Zuaiter, uno de los únicos actores profesionales de todo el reparto), a dar información, a delatar a los suyos. “Nunca confesaré”, dice él. “Eso ya es una confesión”, responde el agente, que lo extorsiona dándole a entender que sabe mucho de él, de su familia, de sus amigos, de su novia. Siembra la semilla de la paranoia en la mente de Omar, que acepta una propuesta de Rami a cambio de salir de prisión.
Todo sigue el punto de vista del protagonista, un personaje firme, con matices y momentos de debilidad, con deseos y metas claras. Interpretado por Adam Bakri, que cuando se hizo el largometraje solo había filmado un corto, y se banca con altura las escenas de tortura y las de tímido romance de tono pubescente, Omar es la fuerza que empuja esta historia de amistad y amor, de traición y opresión, de luchas personales y luchas por ideales por los que morir.
En El paraíso ahora, Abu-Assad contaba la historia de dos mecánicos palestinos llamados a cumplir su misión para la organización rebelde a la que pertenecían. Ahondaba en la vida personal detrás de estos explosivos humanos, y acompañaba el operativo suicida paso a paso, entre la tensión, la poesía, el drama y momentos de sutil humor negro. En Omar todo está más concentrado, todo es más seco y directo, no por eso menos poético. Apenas hay música vistiendo las imágenes, que, por su crudeza, son muy precisas. Omar se llevó el premio del jurado en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes en 2013. Fue uno de los títulos nominados al Oscar como mejor filme en lengua no inglesa de ese año, desplazada frente a la italiana La gran belleza.
El espectador sabe quién disparó al soldado y no lo que verdaderamente hará Omar luego de salir de la cárcel. Afuera, algunos desconfían de su liberación. Él vuelve a las calles, a encontrarse con Tarek, que está bien escondido, con Amjad (otro no profesional: Samer Bisharat), que también está enamorado de Nadia y que, además, oculta algo. Necesita decirle a Tarek que quiere casarse con Nadia. Omar, como también otros integrantes de la rebelión, tiene que ganarse la confianza, lo que incrementa la tensión y el drama, lo que provoca que la paranoia se agigante. Si realmente aceptó la propuesta de Rami, si se mantendrá fiel a la causa o seguirá hasta el fin a sus amigos. O si va a buscar a Nadia (también interpretada por una no profesional: Leem Lubany) y juntos se van a escapar a París. No: esto ocurre en Palestina, hoy, y las opciones son cada vez más limitadas.
Omar. Palestina, 2013. Dirección y guion: Hany Abu-Assad. Con Adam Bakri, Leem Lubany, Eyad Hourani, Samer Bisharat, Waleed Zuaiter. Duración: 96 minutos.