“Un día redondo, es un día Van Dam”, repetía el spot publicitario de las pastillas frutales que en los años ochenta fueron el producto estrella de esa fábrica de caramelos y chicles. Fundada en 1972 en el barrio de Sayago, la empresa tiene una historia representativa de la de muchas otras en estos 45 años: expansión, tecnificación, problemas, recambio de dueños —a manos de extranjeros— y reconversión en centro de distribución regional.
Los setenta eran años aciagos para Uruguay en lo económico y en lo político. En 1972 los precios minoristas habían subido 95% —lo que ubicaba a Uruguay entre los países más inflacionarios del mundo—; caída de 3% de las exportaciones pese a que el comercio mundial se expandía; crecimiento prácticamente nulo del nivel de actividad. Búsqueda, en la edición que combinó los números Nº 12 y Nº 13, desplegó un pormenorizado análisis de distintas variables que resumió aludiendo a una “economía enferma” y a ese año como de “frustración”. Pero auguraba: “Todo esto está clarísimo. No depende de tecnicismos. El realismo es de sentido común. Y, sin embargo, el gobierno, y el país mismo tal vez, no parecen dispuestos a reconocerlo. Por lo que 1973 no puede ser sino representándosenos envuelto en una espesa atmósfera de tensiones y problemas”.
Fábrica dulce.
El sector industrial tenía en aquellos años un peso mayor que el actual. En algunos barrios de Montevideo las chimeneas humeantes sobresalían en el horizonte, y las fábricas eran pujantes motores de economías departamentales como Paysandú o Colonia. Si bien los rubros industriales principales eran de base agropecuaria, otros se abrían paso; Van Dam puede incluirse en esa categoría.
Entre las fundadas en 1972, Búsqueda identificó esa fábrica de golosinas como una cuyas vicisitudes empresariales puede reflejar, con todas las particularidades del caso, las de muchas otras.
Su planta de producción de golosinas, instalada en la avenida José Batlle y Ordóñez, inició la actividad en noviembre de 1972.
En sus comienzos los dueños eran tres empresarios, dos de ellos argentinos: Helios Martínez, un contador que se dedicaba al área comercial de la compañía —que entre 1988 y 1990 presidió la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa—, y Leonel Ramondez, más volcado a las líneas de producción.
Los primeros años de funcionamiento le impusieron desafíos a Van Dam. En los setenta, en un contexto de estancamiento de la economía e hiperinflación, eran frecuentes los paros y huelgas de trabajadores, mientras la Comisión de Precios e Ingresos (Coprin) regulaba el tipo de cambio, los precios y salarios. La implantación del impuesto global a la renta recaía doblemente sobre las sociedades de capital y los accionistas, lo que desestimulaba la inversión de las empresas industriales y comerciales.
La memoria anual de la Cámara Nacional de Comercio (hoy también de Servicios) de 1972 termina con un “planteamiento” al presidente de la República ante la “angustiosa situación” que enfrentan las empresas y el sector privado en general. “En nuestro país, aparte de todas las restricciones que han coartado la iniciativa privada dentro de un régimen de creciente intervencionismo y controles (que) se viene comprobando desde hace años —y se agrava día a día—”, se registra “una profunda descapitalización de las empresas que, si no es subsanada, paralizará totalmente la actividad privada”, agregaba.
En aquel momento, para las industrias, abastecerse de materia prima a precios competitivos no era fácil, recordó Nelson Penino, director de Penino y Corona, una empresa del rubro. “Junto con (Helios) Martínez actuamos en la Cámara Industrial de Alimentos por esos temas en común; el del azúcar era crítico. También lo hicimos frente a los organismos públicos cuando se estaba estudiando el código bromatológico”, señaló.
Entonces la industria azucarera estaba protegida, ya que el Estado buscaba incrementar la producción nacional. Para ello subsidiaba inversiones, regulaba el precio y establecía cuotas de importación. Son nacidas bajo esos estímulos industrias como Rausa (Remolacheras y Azucareras del Uruguay), que funcionó en la localidad canaria de Montes, y la Cooperativa Agraria Limitada Norte Uruguayo (Calnu). Las fábricas de golosinas negociaban con los ingenios azucareros locales para abastecerse en mejores condiciones, explicó Penino.
A finales de la década de los setenta, Van Dam buscaba un socio que lo asistiera financieramente para su desarrollo futuro, lo que se concretó en 1979. Vendió la mitad del paquete accionario a Arcor (por US$ 600.000) e inyectó US$ 200.000 en capital de trabajo y adquisición de maquinarias, reseña una publicación institucional de esa multinacional. A pesar del cambio societario, Martínez y Ramondez siguieron a cargo de la gestión.
“La empresa tenía una posición estimable en el mercado uruguayo a través de sus productos y una buena red de distribución y era importadora de productos Arcor”, según esa publicación. De allí surge que ya por entonces Van Dam empezó a traer mercadería para comercializar: el “flujo de exportaciones” hacia Uruguay había “aumentado sensiblemente con el objeto de lograr una participación más importante” en el mercado.
La apuesta de Arcor en Uruguay consideraba las “perspectivas que ofrecía la liberalización e integración del comercio intrarregional, en particular bilateral, y la oportunidad de reducir las posibilidades de radicación de empresas de terceros países en el mercado uruguayo”, según la misma publicación. En aquellos años regían convenios de preferencias comerciales para ciertos rubros con Argentina y Brasil.
El “rollito” era el producto estrella de Van Dam, porque había sido de las primeras empresas en contar con la máquina para hacer las pastillas “con el agujerito en el medio”, dijo Penino. El “gran éxito” en ventas y publicidad le sirvió de “vitrina” internacional a la empresa, agregó.
En 1987, Van Dam tenía una capacidad instalada para fabricar 250 toneladas mensuales de golosinas, a la vez que distribuía los productos de Rowntree Mc Intosh (Smarties y After Eight).
Penino recordó que con la entrada en vigor del Mercosur, en 1991, los directivos de Arcor plantearon dejar de fabricar en Uruguay y convertirse en una oficina de distribución. La propuesta fue rechazada por Ramondez, que se desvinculó de Van Dam y siguió su actividad en La Positiva, una empresa de caramelos y dulces de Colonia Valdense.
Sin embargo, hasta mediados de los noventa la planta de Sayago continuó produciendo bajo las marcas Cowboy, Blowup y Menthoplus, entre otras. La capacidad de producción era entonces de 10 toneladas diarias.
Ya el sector industrial en su conjunto había perdido peso en el total del Producto Bruto Interno (PBI). Con la apertura comercial que trajo el Mercosur se dio una fuerte sustitución de producción nacional por mercaderías importadas en muchos rubros, y ello vino de la mano de la llegada de empresas transnacionales.
En 1999, Arcor adquirió la totalidad de las acciones de Van Dam. Ese fue un año de crisis en la región que impactó sobre la economía uruguaya: el Producto Bruto Interno se contrajo 3,4%, al mismo tiempo que las exportaciones cayeron 19% al combinarse una menor demanda con la baja de los precios internacionales.
Esos años fueron para Arcor de reposicionamiento y consolidación como competidor en el mercado de golosinas, chocolates, helados, galletas y alimentos, con marcas como Mogul, Topline, Bon o Bon, Cofler, Rocklets, Hogareñas, Saladix, entre otras.
Su estrategia en Uruguay fue avanzar en la cadena de logística y distribución, y fue ampliando su capacidad de almacenamiento (hasta los 8.000 metros cuadrados, 12 docks de carga y descarga y bodega para 500.000 bultos). En 2016, desde el centro de distribución local —uno de los 19 que el grupo Arcor posee en América Latina—, vendió más de 30 toneladas diarias de mercadería.