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El panorama sigue mostrando dos mitades políticas de tamaño similar. En esta encuesta las dos mitades son exactamente iguales, lo que significa que la diferencia entre ellas no llega a un punto porcentual. El 45% votaría al Frente Amplio (la mitad “oficialista”), y otro 45% a los demás partidos con representación parlamentaria; el 10% restante incluye a los que aún no lo saben (“indecisos”) o prefieren no decirlo, y otras respuestas minoritarias. Ningún otro partido llega a recibir al menos 1% de las intenciones de voto (Cuadro 1).
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Los cambios registrados con respecto al promedio de las mediciones del año pasado (siete encuestas) son muy pequeños: el FA sube un punto porcentual (de 44 a 45%), el Partido Nacional tres puntos (de 25 a 28%), y el Partido Colorado (15%) y el Partido Independiente (2%) siguen iguales. Los indecisos (en sentido amplio) caen los cuatro puntos ganados por el FA y los blancos.
En resumen: pasó el pico de la temporada veraniega, y como se ha visto, trajo muy pocos cambios a las intenciones de voto. El grueso del electorado se olvidó de la competencia electoral, u optó deliberadamente por “descansar” de sus actividades usuales y también de la política partidaria.
Diferencias entre las dos mitades.
El FA es, como siempre, el partido que más retiene a sus votantes de la última elección (el 83%, contra 79% para los blancos y 66% para los colorados, Cuadro 2). Como ya se observaba en las encuestas del año pasado, sin embargo, el FA pierde más hacia sus adversarios mayores (10% de sus votantes de 2009) que lo que gana entre ellos (4% de los votantes blancos de 2009, 7% de los colorados).
En esta aritmética, observando el desplazamiento de votantes solo entre las dos mitades (ignorando lo que ocurre entre los partidos individualmente considerados), el FA pierde posiciones respecto a 2009. Pero las intenciones de voto de esta encuesta lo muestran empatado con los demás partidos con representación parlamentaria, situación similar al resultado de la votación de octubre de 2009. Esto ocurre porque el FA compensa lo que pierde hacia los dos partidos fundacionales con la ventaja que obtiene entre los nuevos votantes, que suman alrededor de un décimo del electorado (Cuadro 2). Entre ellos una mayoría absoluta piensa votar al FA (51%), bastante más que el 43% que piensa votar a los blancos (28%) o a los colorados (15%). El margen de error de estas últimas cifras es muy alto; lo que importa aquí es que la naturaleza del resultado (quiénes ganan o pierden más) se ha mantenido estable en muchas encuestas.
Ratificando también lo observado en las encuestas previas, las dos mitades de la política uruguaya resultan de la suma aproximada de dos parejas de “mitades” muy distintas (Cuadro 3). Montevideo sigue siendo claramente frentista en lo nacional (“50 a 40”), pero en el resto del interior el FA es solo una mayoría relativa que pierde frente a la suma de blancos y colorados (“40 a 50”).
Finalmente, los resultados de esta encuesta vuelven a confirmar que en Uruguay “izquierda” es prácticamente sinónimo de “los que votan al FA” (Cuadro 4). El 86% de los que se consideran de izquierda en sentido amplio piensan votarlo, contra solo 7% que prefiere votar a los blancos (6%) o a los colorados (1%). En esta encuesta se observa que el FA “pierde la batalla del centro”: entre los que se ven a sí mismos en el centro del espectro ideológico algo más de un tercio (34%) votaría al FA, pero casi la mitad (48%) prefiere a los partidos fundacionales (32% a los blancos, casi tanto como al FA, y 16% a los colorados). Lo que apuntala la mitad frentista del electorado es que los que se consideran de derecha no son “votantes blancos y colorados” (a la inversa de lo que ocurre entre los de izquierda, que sí son, masivamente, votantes del FA). Entre estos uruguayos de derecha o centro-derecha casi un quinto (18%) vota al FA.
Sin cambios en las encuestas, ni en los escenarios.
A fines del año pasado una nota publicada en este mismo espacio (Búsqueda, 26 de diciembre de 2013) resumió los más probables resultados electorales de 2014 de esta forma:
(a) en las elecciones de 2014, en conjunto, podían pasar muchas cosas, pero no cualquier cosa. Las posibilidades oscilaban entre una “repetición” de 2004 (Vázquez presidente en octubre, con mayoría parlamentaria propia) y una “repetición” de 1999 (Vázquez más votado en octubre, sin mayoría absoluta ni mayoría parlamentaria, perdiendo en noviembre); en todos los casos Vázquez era el más votado en octubre;
(b) Bordaberry y Vázquez “deberían” ganar sus respectivas internas (con la salvaguardia usual: salvo acontecimientos imprevisibles de gran impacto); Larrañaga lideraba con ventaja una interna blanca más competitiva que las otras dos. Vázquez ganaría nuevamente la Presidencia, pero en noviembre y sin mayoría parlamentaria. Estos eran los resultados más probables; no eran certezas. En particular, la oposición tenía posibilidades reales (pero claramente menores que las del FA) de ganar la Presidencia.
Las estabilidades observadas en la encuesta de febrero indican que estos escenarios se mantienen en todos sus términos. Naturalmente, siguen valiendo todas las cautelas ya indicadas en diciembre. Se trata de escenarios posibles, no de predicciones firmes (“congeladas”) hasta octubre. Si las inclinaciones políticas y partidarias de los votantes cambian significativamente, con ellas deberían cambiar los resultados de las encuestas, y también los escenarios apoyados en ellas (no solo, pero sí principalmente apoyados en ellas). Estos cambios pueden ocurrir hasta la última semana previa a las elecciones de octubre.
La espera probable: hasta que pasen las internas.
Los cambios de escenario, entonces, pueden ocurrir hasta finales de octubre. Ignorando los posibles acontecimientos extraordinarios e imprevisibles (precisamente porque son imprevisibles), la campaña es una larga pelea en la que los rivales van acumulando los puntos que definirán el resultado. Sin embargo, hay un momento crítico en el que sí pueden ocurrir cambios significativos: las elecciones internas del primero de junio. Allí puede estar una de las grandes “turbulencias” de la campaña. Hasta junio muchos uruguayos observamos la campaña con dos perspectivas que no terminamos de enfocar simultáneamente, como un ojo derecho descoordinado del izquierdo. Una de esas perspectivas, tal vez una de las raíces más profundas de nuestras identidades políticas, es la de los partidos. En ella la campaña es una rivalidad interpartidaria. La otra perspectiva, que puede tener un impacto comparable al de la primera, aunque por distintas razones, es la que mira la campaña como competencia entre candidatos, entre rivales que aspiran a la Presidencia.
“El día después” del primero de junio es el momento en que esas dos imágenes, necesariamente, comienzan a fundirse entre sí. No es un proceso simple. Desde muchos puntos de vista Vázquez es un excelente candidato, pero las fatigas de los diez años de gobierno y las insatisfacciones de la población con esta administración golpean al FA: las dos perspectivas apuntan en diferentes direcciones. Análogamente, en muchos aspectos Bordaberry es un gran candidato, pero su partido, para la gran mayoría, “es el tercero”. Nuevamente, perspectivas desencontradas. Tal vez el caso más complejo sea el de los blancos, con una interna en la que probablemente ninguno de los sectores mayoritarios “se caerá” electoralmente, y queda por ver cómo los votantes del candidato perdedor concilian esas inclinaciones frustradas con las partidarias. De lo que ocurrirá en cada una de esas tres instancias (FA, colorados, blancos) nada se puede anticipar hoy, porque depende de lo que digan y hagan los precandidatos y sus fuerzas políticas. Este es el partido que se estará desarrollando en los próximos tres meses.