Uruguay está “en camino al desarrollo”, aunque al ritmo actual le llevaría varias décadas alcanzar ese umbral, según un índice

REDACCIÓN  
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No muy distante de Portugal en la puntuación que le dan los índices de Progreso Social y de Desarrollo Humano (IDH), Uruguay podría ser considerado un país desarrollado. Ese es, en realidad, uno de los “espejismos” ocasionados por tales mediciones, y de forma similar, el Ingreso Nacional Bruto (INB). Ninguno permite dilucidar en dónde se ubica el límite para estar en vías de desarrollo y comienza la instancia de desarrollo. Tampoco transmiten una noción, aunque sea aproximada, de qué significan las distancias entre los valores de los indicadores para dos o más países cualesquiera, ni entre los que son más desarrollados, ni de los que están en vías de desarrollo, ni entre economías de ambos grupos.

Frente a esas limitaciones, el economista y estadístico Pascual Gerstenfeld se propuso contribuir con un nuevo indicador como “instrumento de navegación para las políticas públicas”: la Medida Global Perspectivas del Desarrollo (MGPD). La presentó en su libro Alerta roja para el desarrollo de América Latina y para el futuro de las Américas, en el entendido de que “resulta clave cuantificar y examinar las raíces de los principales déficits estructurales que son transversales a todos los países de Latinoamérica”, como la desigualdad, la “bajísima productividad” -en particular del factor humano-, la escasa inversión en investigación, y el predominio de la demagogia tanto “en los liderazgos políticos como en las élites económicas”. Ese es el camino, sostiene, para “promover una corriente de pensamiento y acción que logre sobreponerse a la enorme barrera” que, citando al escritor belga Maurice Maeterlinck, supone el hecho de que a “cada espíritu de progreso se le opone un millar de mentes mediocres designadas para custodiar el pasado”.

El MGPD toma en cuenta nueve indicadores que pueden agruparse en tres conceptos: creación de capacidades humanas; generación de bienestar, oportunidades y conocimiento; y construcción de convivencia e integración social. Según su creador, el indicador permite responder si cada país es desarrollado o no; si lo es poco o mucho; y si está cerca de lograrlo, cuán cerca o lejos se encuentra de esa instancia. Para cumplir con el atributo de que el indicador resulte una medida intuitiva al sentido común estandarizó sus valores con la propia información, y luego los multiplicó por 100 para llevar los resultados a números enteros. De esa forma, para el año 2020 (con información disponible al 2018), su rango va de un valor de 215 para el país rankeado en primer lugar y –176 para el último con medición (190°).

El umbral entre el desarrollo y el no desarrollo es cero; en los valores positivos se ubican los desarrollados y los negativos, los que se encuentran en vías de desarrollo (algunos “en camino” a esa fase y otros “muy lejanos” a ella).

El indicador MGPD de Portugal es 31, o sea se ubica 31 unidades por encima de la frontera en donde comienza el desarrollo, mientras que Uruguay es –43, a “varias decenas de unidades” de ese umbral según Gerstenfeld. También se puede dimensionar sus distancias: Portugal registra 74 unidades de desarrollo por encima de Uruguay. Así el país europeo se ubica en la posición mundial 34°, en tanto que Uruguay está en la 58° (y, como Argentina y Chile, en la categoría de “en camino al desarrollo” en que el autor clasifica a aquellos con un puntaje de hasta –60).

Asumiendo el paralelismo de que los países transitan un “camino”, el indicador también permite medir la velocidad de unidad de desarrollo por unidad de tiempo (por año) a la que cada país hace su proceso. En las últimas dos décadas, los países hoy posicionados como desarrollados han avanzado a una velocidad promedio de dos unidades por año, con Corea del Sur e Irlanda como los más veloces (5 uMGPD/año). Entre los países “en camino al desarrollo”, el ritmo medio fue de 0,5 uMGPD/año en el mismo período; de los tres latinoamericanos del grupo, solo Uruguay lo hizo a una velocidad “algo mayor, cercana a 1 uMGPD/año. A ese tranco, le llevaría aproximadamente 43 años transponer la frontera del desarrollo. Pero si lograse realizar las transformaciones necesarias, por ejemplo, a la velocidad promedio de los desarrollados (2 uMGPD/año), Uruguay podría llegar a superar el umbral en poco menos de 22 años.

Proyectando la evolución de su MGPD en el pasado, el valor para Uruguay hacia el 2035-2039 mejoraría de –43 a –30. Más allá de las tendencias recientes, si Uruguay concretara cambios “medios” sumaría otras ocho unidades de desarrollo, y si las reformas fueran de una intensidad “fuerte”, serían 10. Pero transformaciones profundas son, como en el resto de la región, algo de “muy baja probabilidad de llevarse a cabo”, señala el autor, un exdirector de la División de Estadística de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe.

Productividad y “apocalipsis”

Según Gerstenfeld, la “muy baja productividad” que históricamente caracterizó a América Latina es algo de lo cual se habla poco, a pesar de que constituye la “principal fuente de los bajos niveles de bienestar” y que “genera un inevitable bajo techo a la capacidad redistributiva de la sociedad”.

A comienzos de 1990 China tenía una productividad que era aproximadamente nueve veces menor que la de América Latina. Ahora, tras haberla aumentado 750%, ya se le acercó y “en breve superará a la región”, compara en el libro. Chile, es uno de los países con la productividad más alta y con mayor aumento desde los noventa (50%), si bien actualmente es la mitad que la que tiene Francia, por ejemplo.

El economista agrega que “a menor productividad”, también menor es en los países el Producto Bruto Interno (PBI) por habitante y el INB per cápita, por lo cual, en consecuencia, más bajo es el “techo redistributivo”. Tal es así que si, por ejemplo, Uruguay consiguiese aumentar su productividad -y por ende alcanzara un PBI y un INB por habitante similar al del Reino Unido o de Portugal sin cambiar su actual estructura tributaria-, muy probablemente igualaría los niveles de índice de Gini después de impuestos de esos dos países europeos.

Para el autor, con niveles en “muchos casos increíblemente bajos de productividad” y, por ende, de Producto para redistribuir, la “tensión entre estratos socioeconómicos es y seguirá siendo mucho más intensa y con escaso margen para nuevos pactos sociales” que ataquen el problema de la desigualdad en América Latina.

De la mano de eso, la construcción de capacidades humanas -salud y educación- aparece en la región como otro “síndrome de dificultades de desarrollo”, que según Gerstenfeld retroalimentan una reducida movilidad socioeconómica.

A su vez, en inversión en investigación y desarrollo -un “importantísimo motor del desarrollo” según el autor-, América Latina se estancó en un promedio de tres dólares por cada 1.000 de PBI (0,3% del Producto) entre 1996 y 2017. En el mismo lapso, los países más desarrollados registraron un aumento desde 1,7% a 2,3% del PBI; “más que una brecha, estamos nuevamente ante otro abismo en desarrollo”, enfatiza. En esa comparación, Uruguay figura con un 0,4% del Producto de inversión en esa área.

Además, contrasta los entre 4.000 y 8.000 investigadores por cada millón de habitantes existentes en países desarrollados, con los 2.000 en Argentina –el que presenta mejor ratio en la región en la actualidad- y los 700 de Uruguay. A continuación de eso, en su libro desarrolla un capítulo titulado El creciente riesgo latinoamericano de ser periférico de varios centros, con datos sobre el rezago en materia de patentes.

Uruguay pareciera “estar despertando de su siesta, al anunciar la construcción de dos centros de innovación en el noroeste y noreste” e iniciando, según el autor, “algo que por lo menos debería haber comenzado hace dos décadas atrás, y al menos durante el período de boom de los commodities (2003-2012)” para así tenerlos actualmente operativos en su totalidad”, apunta el autor.

“Con la histórica y actual idiosincrasia de la mayoría de los políticos de los países de la región, que se expresa, entre otras por su forma de gerenciar el Estado (…) y la predominancia de ´empresarios´ que prefieren invertir en campañas políticas que los conviertan en rentistas y ´beneficiarios de los gobiernos de turno´, o directamente (des)invertir en corrupción, lamentablemente este seguirá siendo el magro resultado y equivocada trayectoria en una las áreas clave para un desarrollo integral”, se lamenta Gestenfeld.

A propósito de eso, identifica luego lo que a su juicio son los “cuatro jinetes del apocalipsis del desarrollo” para la región -demagogia, nepotismo, corrupción e impunidad-, y menciona a Uruguay, junto a Chile y Costa Rica, como los únicos “en los umbrales razonables de probidad para, al superar el resto de los déficits estructurales, aspirar al desarrollo”.

En el libro afirma, también, que la región se ha “entrampado en un dañino hábito político-cultural, oscilando entre extremos intransigentes” de “conservadurismo ortodoxo” y “progresismo ideologizado”. ..

Un bloque americano

Para el economista uruguayo, la integración es, para la región, un paso clave en el camino al desarrollo en la actual etapa. En ese sentido, postula la creación de una “Asociación Estratégica para el Desarrollo de las Américas” (AEDLA). Integrado por 22 países (frente a los 27 de la Unión Europea) y el 13% de la población mundial, ese hipotético bloque sería un “actor de elevada importancia”, sostiene.

Asumiendo que la “sinergia” de la integración tenga efectos similares a “cambios profundos”, el MGPD promedio de los países del AEDLA se elevaría de -43 a -30 hacia 2035-2039.

  • Recuadro de la nota

Se precisa una “revolución educacional” e impulso a un sistema de innovación como políticas de Estado

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2022-01-19T17:57:00