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    Uruguay y el “invento inglés”

    Sr. Director:

    He leído con la habitual atención el último libro de Julio María Sanguinetti. De tan excelente calidad como todos los anteriores, aunque en este se le note demasiado la camiseta roja (parcialidad difícil de superar que lo lleva a algunos juicios harto discutibles al menos). Y también he leído la entrevista, sobre ese libro, publicada en Búsqueda el día 7 de julio pasado. En la cual, contrariando su habitual mesura, califica de estupidez esa opinión que él denomina apreciar al Uruguay “como un invento inglés”.

    Y como tengo el gusto de integrar ese grupo que cree en tal estupidez, me siento con deseos de evocar a algunos orientales que han compartido esa tontería. Es decir, la de creer que la Banda Oriental era una provincia argentina, que los orientales se creían tan argentinos como los demás habitantes de las otras provincias argentinas y que fue por algunas desgraciadas y rastreras maniobras de algunos gobernantes porteños y por la imposición de Inglaterra y Brasil (de este se olvida Sanguinetti) que la Banda Oriental vino a transformarse en el Uruguay independiente actual. Y que ningún oriental —ninguno— combatió o murió por la independencia de la Banda Oriental. Que se cocinó en lejanos y lujosos salones urbanos de Londres y Río de Janeiro.

    Los estúpidos somos muchos. Pero buenos. Y, entre ellos, alguno muy apreciado por el Dr. Sanguinetti (también por mí).

    El primer estúpido que creía eso fue nada menos que José Artigas.

    Lo dijo bien clarito en el Congreso de Tres Cruces: “Esto ni por asomo se acerca a una separación nacional”.

    Si las Instrucciones del año XIII, con toda la franca y abierta oposición que plantean al predominio de Buenos Aires, no pueden ser asumidas como una “separación nacional”, como lo dijo el propio Artigas, creo que nadie puede dudar en cuanto a que don José consideraba —a la Banda Oriental y a él mismo— como parte de esa nación.

    No puede salir quien no ha entrado antes. Ni puede separarse quien no está previamente unido. Y si Artigas no quería —nunca lo quiso— separarse de la nación, es porque se consideraba integrante de ella.

    Y qué decir de la nota que Artigas, el día 9 de julio de 1814, envió al gobierno de Buenos Aires, afirmando categóricamente que “El Gobierno Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata será reconocido y obedecido en toda la Provincia Oriental del Uruguay como parte integrante del Estado que ambas componen”.

    Al segundo estúpido que puedo evocar es a un tal Manuel Barreiro. Todos sabemos quién era y qué hacía. Y algunos no nos olvidamos de sus rotundas afirmaciones: “Nunca puede darse a la disidencia (de Artigas con el directorio de Buenos Aires) otro carácter que el de accidental. Siendo claro que jamás nosotros (los orientales) podríamos caer en el delirio de querer constituir solos una nación”.

    Ciertamente, ¿alguien lo puede pretender más claro y categórico?

    El tercer estúpido bien puede ser Juan Antonio Lavalleja. No debemos olvidar su clara y lúcida proclama del inicio de la Cruzada Libertadora de 1825:

    “Argentinos orientales: las provincias hermanas solo esperan vuestro pronunciamiento para protegeros en la heroica empresa de reconquistar vuestros derechos. La gran nación Argentina de la que sois parte tiene gran interés en que seáis libres”.

    Y la siguiente proclama, luego de que el Congreso argentino (aún Provincias Unidas por designación jurídica) aceptara la reincorporación, es igualmente contundente:

    “¡Pueblos! Ya están cumplidos vuestros más ardientes anhelos; ya estamos incorporados a la nación Argentina”.

    Para eso —para ser argentinos— fue que Juan Antonio Lavalleja combatió en Sarandí. Y Rivera en Rincón. Para ser argentinos, no para ser uruguayos. Y para no ser brasileños, sino argentinos.

    Claro, preciso y contundente. No es de extrañar que, cuando hubo que dar salida al presuntuoso Carlos María Alvear (después de la batalla de Ituzaingó), Juan Antonio Lavalleja fuera designado general en jefe del Ejército argentino.

    El cuarto estúpido bien puede ser el general Fructuoso Rivera. General del Ejército argentino, así designado por el gobierno de Buenos Aires.

    Poseía amplia e inteligente visión estratégica (todo al contrario de Artigas, que no veía más allá del vecindario cercano). Y por eso se opuso al intento de sublevación que pretendían llevar adelante los cabildantes montevideanos en 1822, para luego incorporarse a la Cruzada Libertadora una vez eliminado, por la batalla de Ayacucho, el peligro español que venía desde el norte, que impedía a Buenos Aires venir a combatir contra Brasil en la Banda Oriental, por su imposibilidad de batallar en dos frentes.

    En carta del 28 de febrero de 1826 dirigida al deán Funes, decía Rivera: “(…) tuve la satisfacción de ver a mi país pertenecer a la masa común de las provincias que forman la brillante nación Argentina. El 15 del pasado conduje el Ejército de la provincia a Durazno; allí reconoció y juró respetar el pabellón nacional, la bandera de las Provincias Unidas. El Congreso General de la Nación quiso premiar mis cortos servicios honrándome y distinguiéndome con el nombramiento de oficial (…)” (mayúsculas en el original).

    En verdad, no comprendo el motivo por el cual el Dr. Sanguinetti pueda creer que nada menos que Fructuoso Rivera tenga que integrar el lote de los estúpidos.

    El quinto lugar en la línea de estúpidos es colectivo. Se trata de todos los que participaron en la Asamblea de la Florida de agosto de 1825. En la cual dictaron una segunda ley que los historiadores que integran las filas de quienes nos califican de estúpidos leen con detenimiento en cierta parte…, luego de haber pasado por sobre la anterior a la velocidad de un Fórmula 1. Veamos esta parte de la que siempre se olvidan: “La Honorable Sala de Representantes de la Provincia Oriental del Río de la Plata, en virtud de (…), declara: que su voto general, constante, solemne y decidido es y debe ser por la unión con las demás provincias argentinas, a que siempre perteneció por los vínculos más sagrados que el mundo conoce”.

    Si yo digo que me voy a reunir con “los demás” hinchas de Nacional, estoy afirmando que soy hincha de Nacional. Y cuando digo que aprecio mucho a “los demás socios del Club Trouville”, estoy afirmando que soy socio de dicho club.

    Significado que es el que nos informa el diccionario: “Demás: determinante/pronombre indefinido. Designa los elementos de un conjunto que no han sido mencionados o la parte no mencionada de un todo”.

    Y cuando los representantes del pueblo oriental declaran en su segunda ley del 25 de agosto de 1825 que se van a reunificar con “las demás provincias argentinas” (de las cuales habían sido violentamente separadas por la invasión portuguesa del año 1816), están afirmando en forma categórica que la Banda Oriental era también una provincia argentina. Y por si eso fuera poco, declaran, también en forma categórica, que siempre lo había sido y que deseaba seguir siéndolo. Con la autonomía que buscaba implantar don José Artigas, claro está, y sin indebidas subordinaciones a Buenos Aires. Pero no por ello menos argentinas.

    En el listado de estúpidos hay que incluir también a todos los constituyentes de 1830. Que aprobaron, sin cuestionamientos y por unanimidad, el informe redactado por José Ellauri:

    “(…) constituir el Estado (…), por expresarme con más propiedad, es ya una obligación forzosa de que no podemos desentendernos: nos ha sido impuesta por una estipulación solemne, que respetamos, y en la que no fuimos parte, a pesar de ser los más interesados en ella”.

    Este discurso de fundamentación fue aceptado en forma unánime y sin observaciones. Es decir: todos los constituyentes coincidieron en que la independencia y la Constitución fueron resultado de una imposición. Que, obviamente, no pudo generarse sino desde Inglaterra y Brasil.

    Como siguiente estúpido no podemos olvidarnos de uno que el Dr. Sanguinetti no debiera despreciar. Me refiero al ministro de relaciones exteriores del primer gobierno de Fructuoso Rivera, el Dr. Lucas J. Obes:

    “El gobierno superior de esta República se lisonjea más y con igual confianza, que si los sucesos lo reclamasen, el gabinete de su majestad británica no perdería de vista los grandes motivos de interés común a toda la América que le indujeron a proponer la creación de un Estado soberano entre las posesiones de la República Argentina y el Imperio del Brasil”.

    En verdad, para ser un estúpido, se expresa en forma bastante clara y precisa.

    En lo que sí coincido totalmente con el Dr. Sanguinetti es que la Banda Oriental se transformó, luego de muchos años de desorden y confusiones, en un Uruguay auténticamente independiente. Totalmente viable (como lo han demostrado los hechos). Y netamente separado de la Argentina. Pero eso recién sucedió con la infame Guerra de la Triple Alianza. La que, entre otras cosas, tuvo el efecto de ordenar los zapallos en el carro (o sea, en el Cono Sur), consolidando la independencia auténtica de nuestro país, convirtiendo a los orientales en uruguayos y eliminando las groseras y prepotentes interferencias que desplegaban constantemente tanto la Argentina como el Brasil (obviamente, sin suprimirlas del todo, pero reduciendo las ambiciones de absorción, que venían desde ambos lados, a meros arrebatos de prepotentes hermanos mayores).

    Enrique Sayagués Areco

    CI 910.722-5