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Las primeras escenas de El caso Hartung no podrían ser más inquietantes: en 1987 un policía llega en su vehículo a una casa ubicada en una zona rural. Se anuncia en voz alta y al no recibir respuesta, entra. Allí avanza por distintas habitaciones en las que encuentra mujeres asesinadas. Después de descubrir varios cadáveres, el policía baja al sótano, donde encuentra a una niña llorando, aterrada y casi en silencio, debajo de una mesa. Gira y observa un montón de muñequitos hechos con castañas, justo antes de recibir un golpe brutal y caer muerto.
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Corte y estamos en la Dinamarca del presente. La ministra de Asuntos Sociales vuelve a su cargo tras un año de baja laboral. ¿El motivo? La desaparición y presunta muerte de su hija hace un año y la consecuente depresión familiar en el proceso de aceptar la crueldad de esa pérdida. Al mismo tiempo, se produce un asesinato de aires gore, no relacionado con el regreso de la ministra. O quizá si. La serie se encargará de intentar arrojar luz sobre la situación presente, su posible relación con la desaparición de la niña y hasta de una eventual conexión con aquello ocurrido en 1987.
Como ocurre con la inmensa mayoría de las series policiales escandinavas, El caso Hartung, que se emite en Netflix, recurre a varios lugares que a esta altura son comunes: el criminal psicópata (pocas veces el crimen tiene un aspecto social en estas series), los vínculos y conflictos familiares en un primerísimo plano, la aspereza del clima como marco constante y, por supuesto, un bosque ominoso y omnipresente en donde el horror puede desplegarse de forma libre e incontrolada. La serie está ambientada en las afueras de Copenhague. Sin embargo, que estos sean lugares recurrentes en esta narrativa, no implica que no funcionen aquí.
El caso Hartung está basada en una novela de Søren Sveistrup, creador de la exitosa The Killing. El nombre original del libro, Kastanjemanden (El hombre de las castañas), remite de manera más directa a una de las claves de la serie, caracterizada por su oscuridad húmeda y casi gótica. Sus personajes son complejos y cargan culpas de todo tipo: la familia de la ministra no logra sobreponerse de la pérdida de la niña, un aire de depresión marca las acciones de los policías que se ocupan de los asesinatos del presente, que pronto serán dos y muy seguramente estén conectados. La policía actúa en una zona gris en la que, de aceptar que estos crímenes pueden estar vinculados a la desaparición de la niña un año atrás, su actuación de entonces tendría que ser puesta en tela de juicio. La interna del departamento de policía y sus vínculos con el poder político también son retratados en El caso Hartung y no de manera especialmente elogiosa.
De los morbosos asesinatos del presente se encargan la detective Naia Thulin (muy bien Danica Curcic, a quien ya se la había visto en la serie Equinox), quien en el instante en que le es asignado el caso, acaba de pedir un traslado a la unidad informática, en la que podría tener horarios más regulares y con ello poder pasar más y mejor tiempo con su hija pequeña. En ese momento y por culpa de su trabajo detectivesco, apenas puede verla y la niña termina casi siempre bajo el cuidado de su abuelo. El compañero de Thulin es Mark Hess (excelente Mikkel Boe Følsgaard, muy lejos de su mucho más simple personaje en The Rain), un policía de la Europol que acaba de ser transferido y que no tiene pensado permanecer en Copenhage. En un principio Hess no parece estar interesado por el caso, solo por vender su apartamento en la ciudad antes de marcharse al nuevo destino que en breve le asignará su unidad de origen. Es interesante que en vez de funcionar como una distracción, el asunto de la venta del apartamento abra la puerta a una paleta de personajes menores (su casero, su hijo, un amigo que tiene una inmobiliaria, etc.) que enriquecen la circunstancia de Hess, quien pronto entiende que él y Thulin tienen un caso complejo entre manos.
Es verdad que a lo largo de los seis episodios de El caso Hartung aparecen algunos giros y desvíos que amagan con atentar contra la por lo general excelente y rica dinámica de la serie. En cierto momento una trama lateral amenaza con simplificar el asunto y más tarde con complicarlo inútilmente, logrando que el espectador (este por lo menos) recordara una de las máximas de Raymond Chandler sobre la novela policial: nunca se le debe exigir al lector que recuerde datos que le fueron presentados como irrelevantes o ínfimos mucho tiempo antes. En los momentos en que eso ocurre, El caso Hartung casi cae en esas trampas, frecuentes en las malas series policiales. Por suerte son momentos fugaces que no alteran el buen balance del programa. Como ocurre en general en el noir escandinavo y sus derivados, en la fotografía de la serie abundan las tomas cenitales sobre bosques y, sobre todo, la presencia de una naturaleza que en un instante puede ser bella y al siguiente amenazante y turbia. Es como si los creadores del policial del norte quisieran recordarnos que detrás de la apariencia de estabilidad y justicia de sus sociedades, hay siempre espacio para el crimen y el horror.
A pesar de las mínimas debilidades señaladas, El caso Hartung es una serie policial competente, sólida, bien actuada, con una gran fotografía y con los valores de producción que empiezan a ser marca de la casa en los programas daneses de Netflix. Es de destacar el carácter por momentos coral del programa, en donde una rica paleta de secundarios hace más atractiva y sorprendente la trama que conducen sus protagonistas, ambos complejos, llenos de matices y capaces de evolucionar a lo largo de los capítulos. Si algo caracteriza a las series policiales que llegan del norte es que la vida personal de los personajes atraviesa siempre de manera evidente sus acciones en el universo policial. Ese elemento de humanidad, de incertidumbre, casi vivencial, es el que logra que el espectador se sienta más involucrado con la situación criminal que se le propone.
En esa capacidad de interpelar al espectador es donde late buena parte del éxito del policial escandinavo. Después de todo, se nos dice, los suecos, noruegos, islandeses y, en este caso, los daneses, lidian con los asuntos humanos como pueden y sobre la marcha, tal como hacemos el resto de nosotros, humanos del sur. Montar eso sobre una trama policial sofisticada y oscura es uno de los mejores logros de El caso Hartung. No es poca cosa.