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¿Qué lazos unen a un taxista solitario y bonachón que se duerme escuchando audios con ejercicios de respiración con el histriónico presidente de un club social que organiza una gran fiesta en la noche de Año Nuevo con serenata de chistes, bingo y canciones? ¿Y qué tienen en común un preso al que se le permite salir por 24 horas, un conejo llamado Oliver y una operadora en un peaje que en sus ratos libres practica chino? ¿Y qué tiene que ver todo esto con los ovnis? Una respuesta: Malabrigo, un pueblo donde transcurren las historias que apenas se tocan en Una noche sin luna.
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Esta coproducción uruguayo-argentina tuvo su estreno mundial el año pasado en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián y posteriormente se exhibió en el festival de Zurich, donde fue distinguida como mejor película internacional. Es el primer largometraje de ficción del director y guionista uruguayo Germán Tejeira, uno de los fundadores, junto a Julián Goyoaga, de la casa productora Raindogs, desde donde se han desarrollado proyectos de distintos géneros. El caso más sobresaliente hasta el momento es el de la cándida, exitosa y multipremiada animación AninA (2013), dirigida por Alfredo Soderguit. Fue la producción nacional más vista en el año de su estreno, tuvo un recorrido internacional por más de 35 países y obtuvo 18 distinciones dentro y fuera de Uruguay. Tejeira, además de productor, fue montajista de esta animación. La experiencia previa como director incluye un corto animado (Irma), y trabajos muy prolijos: Matrioshka y Gol, ambos con Roberto Suárez y Marcel Keoroglian en los papeles principales. También, como codirector, el realizador intervino en el corto El hombre muerto, asfixiante adaptación en blanco y negro del cuento de Horacio Quiroga realizada por su socio Goyoaga y protagonizada, cómo no, por Suárez.
En su primer largometraje Tejeira trabaja con materiales que conoce de sus anteriores ficciones, elementos y situaciones que sabe cómo manipular para extraer jugo: personajes que buscan cambiar algo, encuentros imprevistos, rutinas que se rompen, situaciones cómica o dramáticamente incómodas.
Keoroglian, un talento reconocido en el Carnaval, la radio y la televisión, ha participado como actor en las series Maltratadas y Uruguayos campeones. En Una noche sin luna interpreta a César, un taxista más bueno que el pan integral con avena y semillas de chía fortificado con Omega 3, un tipo tan bueno, tan bueno, que para mucha gente en el mundo real sería imposible tomárselo muy en serio. Con razón la mujer (Verónica Perrotta) se separó y se juntó con ese monumento a la grasa vegetal hidrogenada con el que está ahora, Alfredo (aplauso largo para Horacio Camandule, el de Gigante), de quien, además, está embarazadísima. César es un zapato, una suerte de Shrek falto de un mínimo de resplandor vivificante, que, se sospecha, goza un poco eso de ser víctima. En la noche de Año Nuevo va a visitar a su hijita (casi todo en César es con diminutivos insoportablemente melosos), que vive con su mamá y el esposo de su mamá (aplauso corto por la escena en la pelopincho) en Malabrigo, donde últimamente, y en especial durante estas fechas, los apagones, los cortes de energía eléctrica, se han vuelto asunto cotidiano. El hombre, que ya perdió mucho, intenta en cada momento de la intolerablemente típica cena de Fin de Año recuperar el tiempo descuidado con la nena. Tratará de hacer algo más allá de lo común. El asunto es que la distancia entre ellos es cada vez mayor, y se nota. Es interesante pensar, entonces, si César fue siempre así. Si todo el asunto del yoga y lo de estar tan manso y tan bueno no proviene como respuesta a haber sido precisamente lo contrario. Como otros elementos de Una noche sin luna, la respuesta no siempre está dentro del marco de la imagen.
Mientras César lleva a su hija al parque de diversiones, por llamarlo de algún modo, de Malabrigo, Antonio, Tony Junior (el dramaturgo y director teatral Roberto Suárez, actor en 25 Watts, La espera), que se dedica a realizar, según su propia definición, “números de magia”, debido a problemas mecánicos con el auto, está varado en el peaje camino a Malabrigo, ese pueblo que puede ser cualquier pueblo. Se dirigía hacia allí, hacia “el club”, donde también se realizará un bingo, se van a contar chistes y habrá música en vivo. Ahora, en el peaje, lo acompaña su conejo Oliver y Laura (Elisa Gagliano), la encargada de la cabina. Mientras esto ocurre, Miguel Ángel Molgota (el músico argentino Daniel Melingo, que también aporta lo suyo en la banda sonora), a quien le dieron permiso para salir de la cárcel durante 24 horas, vuelve a tocar la guitarra y a cantar en público convocado por el presidente del club (Julio Toyos haciendo de Julio Toyos) en el bingo de Año Nuevo. Ahí donde debería estar Tony, que tiene reservado un lugar en la tristemente cómica “mesa de los artistas”, junto a otra de las estrellas invitadas, el Humorista Local (Héctor Perry haciendo de Héctor Perry).
En la línea de filmes corales y de historias elementales (fuente: Carlos Sorín), al comienzo se ven partículas mínimas de cada personaje, presentadas en pequeñas cápsulas, de dónde viene y hacia dónde va cada uno: el taxista, el mago, el preso misterioso y silencioso. Luego, se desarrolla cada relato, a su ritmo, hasta que la conclusión acontece, a su ritmo también, montaje paralelo mediante, gracias a los hilos visibles e invisibles que conectan los sucesos. Las tres capas de la historia (porque finalmente las tres historias quizás sean una sola historia: la de la posibilidad de empezar otra vez, la vieja noción de que después de la oscuridad, el apagón, viene la luz) mantienen el tono costumbrista y melancólico, un sabor agridulce que no irrita, con protagonistas que de algún modo no estuvieron a la altura de lo que la realidad les demandó. Personajes rotos a los que la existencia les ha quitado algo de brillo y color, aunque en cada uno, esta noche, revive cierta chispa.
Una noche sin luna. Uruguay-Argentina, 2014. Dirección y guion: Germán Tejeira. Con Daniel Melingo, Elisa Gagliano, Marcel Keoroglian, Roberto Suárez, Adrián Biniez, Horacio Camandule. Duración: 80 minutos.