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    Wilson y la clase política del Uruguay

    Sr. Director:

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    La buena noticia de que el excelente filme Wilson, de Mateo Gutiérrez Rodríguez, convoca gran asistencia a las salas donde se exhibe, tiene varias aristas que es de mi interés analizar.

    En lo personal la he visto tres veces, y son muchas las personas de todos los partidos que me comentan con emoción que lloraron o aplaudieron durante la exhibición de la película, que les ha dejado una huella perdurable, y una suerte de nostalgia por ese pasado heroico y lleno de esperanzas que muestra.

    En mi modesta opinión, el filme despierta tantas emociones por las cualidades y trayectoria de Wilson Ferreira Aldunate (que son, por supuesto, motivo más que suficiente), y también porque llega a un punto central —acaso el más importante— de la problemática de nuestro país: la grave decadencia que desde hace muchos años afecta a nuestra clase política (con honrosas excepciones), y hace que hoy exhiba índices de repudio como no vivió acaso nunca; y las consiguientes necesidad y nostalgia de tener políticos como los que tuvimos en ese tiempo bastante reciente que muestra.

    Que la población y sobre todo los jóvenes rechacen la actividad política —que supo ser la más noble de las faenas, donde llegaban solo los mejores, hasta hace apenas algo más de 30 años— es trágico porque la clase política es por definición el timón de la República en un sistema democrático republicano representativo de gobierno como el nuestro.

    Recuerden los que la insultan que si no hay políticos, hay militares (que pueden ser como Gregorio Álvarez o como Pol Pot), o personalidades como Donald Trump, que está logrando el milagro de desprestigiar la Presidencia de la primera superpotencia política, económica, militar y cultural del mundo.

    El fervor y la nostalgia que despierta Wilson, Sr. Director, es también porque el filme nos permite apreciar lo que fue la clase política de su época, seguramente una de las mejores del mundo.

    El período que se cierra con el golpe de Estado del 27 de junio de 1973 es un tiempo —incomprensible para las personas que tengan hoy menos de 45 años— en que la política era una de las más nobles actividades a las que podía aspirar un ciudadano. En aquel tiempo significaba afrontar una vida dedicada al servicio público y la formación —propia y ajena— para servir a la patria. La honradez era un prerrequisito que ni siquiera se mencionaba. Los mejores hombres sacrificaban sus fortunas, sus felicidades y hasta sus vidas en aras del bien común. Los políticos, como Wilson Ferreira Aldunate, subían ricos al poder y bajaban pobres (debió vender sus tres estancias) de él.

    La gente común los admiraba, los amaba y los seguía con devoción.

    Por ellos la gente común enfrentó el golpe de Estado de 1973, protagonizó una huelga general que asombró al mundo, y continuó la lucha hasta que el país se reinstitucionalizó.

    Quienes legítimamente hoy no puedan creerlo, pregunten a sus mayores. Muchos jóvenes de entonces (hablo de fines de la década de los 60 y principios de los 70), faltábamos a clase en Secundaria o la Universidad para ir al Parlamento a escuchar a nuestros políticos, aprender de ellos, luchar por ellos y muchas veces establecíamos vínculos de admiración y afecto por encima de partidos.

    Había figuras admirables en los tres partidos de la época: en el Partido Colorado, por ejemplo, se destacaban Luis Hierro Gambardella, Manuel Flores Mora, Amílcar Vasconcellos y Carlos W. Cigliutti; en el Nacional estaban el liderazgo indiscutible de Wilson y hombres de la talla de Dardo Ortiz, Mario Heber, Héctor Toba Gutiérrez Ruiz y Andrés Arocena, y en el Frente Amplio, el general Líber Seregni, Zelmar Michelini, Juan Pablo Terra, Alba Roballo y otros.

    A estos hombres —sin distinción de banderas— los respetábamos todos, en tiempos de dura y permanente confrontación ideológica.

    Por ese Parlamento, cuando cayó, el 27 de junio de 1973, hombres y mujeres de todas las generaciones hicimos una huelga general que asombró al mundo.

    Desde hace años me pregunto con amargura si la gente arriesgaría su vida ahora.

    La cuestión es de tremenda importancia, porque el timón de un país es su clase dirigente, y no se puede avanzar en el mundo económicamente globalizado sin una gran clase dirigente. Por eso difundir, como lo hace admirablemente este filme, el ejemplo de nuestros grandes hombres —que los tuvimos en abundancia— es esencial para la construcción del futuro.

    Carlos Luppi