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Biodiversidad profunda: el pez diablo negro y otros animales a miles de metros de profundidad

Cómo viven y cuáles son los animales que habitan en aguas gélidas, sin luz y una presión infernal, ahí donde el hombre apenas conoce

“¡El mar es todo! Cubre las siete décimas partes del globo terrestre. Su aliento es puro y sano. Es el inmenso desierto en el que el hombre no está nunca solo, pues siente estremecerse la vida en torno suyo. El mar es el vehículo de una sobrenatural y prodigiosa existencia; es movimiento y amor; es el infinito viviente, como ha dicho uno de sus poetas”, dijo el capitán Nemo, protagonista de Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne. Esta obra fue publicada en Francia en dos partes, en 1869 y 1870. Un siglo y medio después ese misterio sigue fluyendo.

Según la fuente a la que se acude, de los océanos se ha explorado entre un 5% y un 20%. Eso quiere decir que, en el mejor de los casos, no se conoce qué hay en el 80% de los mares de la Tierra, incluyendo su biodiversidad. Esto ha sido pasto para todo tipo de conspiraciones, especulaciones, mitos, mitologías y misterios. Pero, en lo estrictamente matemático, quiere decir que es mucho más fehaciente decir que no existe el chupacabras ni el abominable hombre de las nieves —ya que no es mucha la tierra firme que permanece virgen, más no sea en cartografías— que afirmar que es imposible encontrar un kraken o un megalodon. Hollywood se ha hecho un pícnic con esto. Que tres cuartas partes de los océanos estén en total oscuridad ayuda mucho.

El abismo de Challenger de la fosa de las Marianas en el océano Pacífico es considerado el punto más profundo de la Tierra. Este llega hasta los 10.929 metros bajo el nivel del mar, aunque hay mediciones que lo llevan hasta los 11.034. Si ahí estuviera la base del monte Everest, la montaña más alta del mundo, a su cumbre le faltarían todavía más de dos kilómetros para asomar a la superficie. En las expediciones, tripuladas o no, que se han hecho por ahí se han encontrado amebas, peces diminutos, crustáceos de hasta 30 centímetros… y envoltorios de dulce y una bolsa de plástico.

“Si bien los mapeos de alta definición del fondo marino están bastante avanzados, diría que entre un 60% y 70%, el área observada directamente, con submarinos, batiscafos y todo eso, quizá no llegue al 1%”, dice a Galería el biólogo marino Alvar Carranza, investigador de aguas profundas del Centro Universitario Regional del Este (CURE) de la Universidad de la República (Udelar). A su criterio, si bien “el 96% de las especies marinas aún no tienen nombre ni descripción para la ciencia”, estos son animales chicos, variantes de otros ya conocidos. “Es muy difícil que aparezca el video de un animal marino y no se tenga ni idea de lo que se está viendo”, concluye.

“La exploración de las profundidades oceánicas comenzó con el desarrollo de los batiscafos”, en 1948, apunta por su lado el doctor en Ciencias del Mar Walter Norbis, docente de la Facultad de Ciencias de la Udelar. “Han logrado bajar a grandes profundidades, como a las Marianas. Un colega amigo bajó hasta los 8.000 metros y peces observaron muy pocos”, añade. Eso sí, en el Mediterráneo y adyacencias se ha visto últimamente “una biomasa de peces” que llamaron mucho la atención, agregó.

Definitivamente, el terrestre ser humano tiene un miedo atávico a las profundidades. Por algo pululan los videos en Instagram o TikTok de mares embravecidos, mareas oscuras y criaturas acuáticas que parecen venir del averno, con el tenebroso Hoist the Colours como música de fondo.

Se asomó un diablo

Cada tanto, la fauna que vive miles de metros bajo el nivel del mar asoma la nariz. Por lo general, es una fea nariz. Por ejemplo, la del pez diablo negro o rape abisal (Melanocetus johnsonii) que fue visto en aguas superficiales de Tenerife, España, el 26 de enero de este año. Es un bicho feo, oscuro, dientón, cabezón, cuyo aspecto sería realmente aterrador si no fuera porque resultó ser un animalito —una hembra, en rigor— de siete centímetros. Los ejemplares mayores, todos hembras, no miden más de 18 centímetros.

Su aspecto es terrorífico y de eso hizo uso y abuso la película Buscando a Nemo, que lo muestra como un monstruo (de hecho, su primer nombre científico significa “monstruo marino negro”). Tiene una especie de antena sobre su cabeza con capacidad bioluminiscente. Eso sirve de señuelo para otros peces a los que mata y engulle casi de una dentellada, así sean mayores que él. Esa “luz” es necesaria, ya que su hábitat está a entre 200 y 4.000 metros de profundidad, ahí donde no llegan los rayos del sol.

Los machos no solo son mucho más chicos, sino que su única función en la vida es la de convertirse en parásitos de las hembras, fusionarse a ellas y solo servir como fuente de gametos para fecundarlas y perpetuar la especie. De hecho, una hembra puede tener adherida a ella más de una estructura pluricelular, que en algún momento fue el varón de su especie.

“A las profundidades en que estos peces viven hay una ausencia total de luz, y la comida y las poblaciones son muy escasas. Por eso los ejemplares de esta fauna son solitarios. Encontrar un amigo a esa profundidad cuesta mucho. Una novia, más todavía. Por eso el macho ve una hembra y se le prende como parásito”, explica Carranza. Podrá parecer cómico, pero científicamente es así.

La incógnita que aún no develaron los científicos es por qué llegó tan cerca de la superficie de las aguas del océano Atlántico este diablo negro, si lo hizo escapando de un depredador, si lo llevó la corriente o si estaba enfermo. De todas formas, murió a las pocas horas de ser avistado.

El lofio, un pez de la misma familia que el diablo negro, también con una especie de antena como señuelo, también con un dimorfismo sexual, también con el desgraciado destino del macho de no aspirar a ser más que un parásito de la hembra, está muy presente en las aguas uruguayas, señala Norbis.

Vivir muy abajo

El Censo de Vida Marina (coml.org) habla de 17.000 especies de animales abisales, de los cuales 5.700 viven a más de 1.000 metros de profundidad. La bioluminiscencia, generar su propia luz, es una de sus estrategias de supervivencia. También son comunes los grandes dientes, grandes bocas, estómagos flexibles y extensibles y, en algunos casos, gigantismo.

El tiburón duende tiene unos tres metros de longitud y una notoria mandíbula prolongada que se extiende más allá del cráneo, lo que le da un aspecto terrorífico, cubierta de órganos especiales que permiten la detección de sus presas a través de campos electromagnéticos. Ningún nadador se querría encontrar con él. Ningún nadador se podría encontrar con él, en realidad, ya que solo se lo encuentra a más de 1.300 metros de profundidad.

El llamado calamar colosal (Mesonychoteuthis hamiltoni) mete miedo a unos 2.200 metros de profundidad. El ejemplar completo más grande del que se tienen registros superó los cuatro metros, aunque análisis en laboratorios y en pedazos encontrados en estómagos de cachalotes permiten calcular monstruos que llegan a los 15 metros y hasta 750 kilos de peso. Vale decir que se mide desde la cabeza a la punta de los dos tentáculos prensiles (estos animales tienen 10 y no ocho como los pulpos), lo que lo convierte en el invertebrado más grande del mundo.

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El científico Tsunemi Kubodera y, atrás suyo, un calamar gigante, en el Museo Nacional de Ciencias de Japón

El científico Tsunemi Kubodera y, atrás suyo, un calamar gigante, en el Museo Nacional de Ciencias de Japón

Su dieta básica son animales de la familia del plancton y calamares más chicos a los que caza gracias a los fotóforos que hay en sus ojos, los mayores del mundo animal. Las cicatrices que han presentado cachalotes en su piel, generados por el pico y las ventosas de sus tentáculos, hablan de un animal que se resiste bravamente a ser cazado. De alguna forma, esto alimenta el mito del kraken.

En Uruguay, cuyas aguas territoriales pueden alcanzar los 4.000 metros de profundidad, viven estos calamares, señala Carranza. “Y sí, son el kraken”.

La riftia o gusano gigante de tubo alcanza entre dos y tres metros de longitud con solo cuatro centímetros de diámetro. No tiene ojos ni aparato digestivo. Es considerado uno de los mejores ejemplos de adaptación animal a las condiciones más difíciles para la vida, a entre 2.000 y 4.000 metros de profundidad: viven en grupos cerca de fuentes hidrotermales donde, a diferencia de lo que suele pasar tan profundo, siempre hay aguas calientes que expelen sustancias sulfurosas que a su vez nutren a las bacterias que viven en su tejido epidérmico.

El caulofrino, nuevamente un pez, es mucho más pequeño: los mayores miden 40 centímetros. Eso sí, es feo como él solo. En su defensa, hay que decir que en un ambiente frío, con presión hidrostática elevada, sin luz y poca comida, como es el mar a más de 1.000 metros de profundidad, no hay mucho lugar para la estética. Además de enormes dientes, tiene unas especies de antenas sobre el lomo que lo ayudan a detectar a sus presas. Vale decir que en este ambiente en el que nadie ve casi nada, no hay mucho tiempo para acechar y perseguir: se percibe la comida y se lanza el tarascón.

Dientón y cabezón como el diablo negro es el anoplogaster, también similar en tamaño. Tan largos son sus dientes en relación con su boca que los inferiores sobresalen aún estando cerrada. En este tipo de animales, los dientes grandes y los estómagos flexibles tienen su razón de ser: no sobra la comida, entonces hay que dar un mordisco letal y certero y poco menos que engullirlo en la menor cantidad de bocados. Si la presa es grande, más que él y que su estómago, mejor, eso significará que podrá pasar tiempo hasta la próxima cacería.

Al pez pelícano, de entre 60 centímetros y un metro de largo, lo confunden con una anguila. Claro, es pura cabeza. Tiene una enorme boca en comparación con el resto del cuerpo, capaz de comer un animal más grande. En su otro extremo, en la punta de su cola, hay un órgano bioluminiscente que es el anzuelo para sus presas. Normalmente vive por debajo de los 3.000 metros del nivel del mar, y se lo ha reportado a 8.000 metros.

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Pez pelícano

Pez pelícano

Si hay un tiburón duende, también hay un pez duende, o pez cabeza de barril, o pez de cabeza transparente. Los peces de la familia Opisthoproctidae tienen muchos nombres y una sola y bastante aterradora característica: una cabeza traslúcida, que deja ver sus órganos interiores y unos “ojos” que en realidad son su sistema olfativo, ya que los globos oculares son dos grandes estructuras verdes que están junto al resto de las tripas. Esa cabeza transparente le permite captar toda la luz que llegue hasta tan abajo, tanto sea para atacar o escapar. Como no tiene vejiga natatoria, puede bajar hasta la profundidad que desee.

Como aliens o Darth Vader

Norbis cuenta que cuando las redes se tiran a grandes profundidades, es habitual que se capturen unos crustáceos que “parecen unos álienes”. Puede referirse al cangrejo gigante japonés, el artrópodo más grande del mundo, cuyo caparazón alcanza los 30 centímetros, pero sus patas extendidas le permiten llegar a los 3,7 metros de diámetro. Claro que este animal puede llegar a encontrarse tan cerca como a 300 metros bajo el agua.

También en aguas asiáticas, también dentro de los crustáceos pero más precisamente entre los isópodos, pero a mucha más profundidad (hasta 2.000 metros), se encuentra el Bathynomus vaderi. Si hubiera que describirlo, se podría decir que es un bicho bolita inmenso de 14 patas, que puede llegar a superar los 30 centímetros de envergadura y alcanzar los 2 kilos de peso. Su nombre homenajea a Darth Vader, icónico villano de La guerra de las galaxias. La gran contra de este animalejo es que más allá de su nombre, de su tamaño y de que vive ahí donde ningún humano por su cuenta podría llegar, es considerado un plato muy apreciado en China, Japón y Vietnam, por lo que pronto puede llegar a estar en peligro de extinción.

De ese peligro no se salva ni el fondo marino.