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Detener la violencia de género también entre nosotras

Si entre nosotras nos apoyamos en la búsqueda de la libertad de ser quienes somos, más fácil será enfrentar unidas la lucha contra la violencia de género y ejercer el cambio en la sociedad que estamos buscando

Editora Jefa de Galería

Las mujeres no nos damos cuenta, pero estamos todo el día expuestas a la violencia de género. Incluso aquellas que no conviven con una pareja ni tienen problemas de relacionamiento con otros miembros de la familia. La violencia de género traspasa todas las capas de la sociedad y está instalada en todos los ámbitos. Desde los comienzos de los tiempos, las mujeres estamos sometidas a esa lógica, la tenemos incorporada, y cuando sucede en pequeñas cosas cotidianas, en la calle, en el trabajo, entre los amigos, muchas veces no nos damos cuenta, la naturalizamos.

El resultado de esto, de ese goteo continuo de micromachismos diarios a los que casi no identificamos y mucho menos respondemos, es que la mujer construye una autoestima relativamente baja. Desde nuestros ancestros aprendimos a ser sumisas, y aunque ese rasgo hoy nos rechine y parezca anacrónico, seguimos quedándonos calladas cuando tenemos que hacer valer nuestras opiniones o pareceres. Vemos que se toman decisiones que nos perjudican y nos enojamos, pero a menudo no hacemos nada; no nos sentimos con la fuerza o el derecho suficiente para levantar la voz.

Estamos programadas para cuidar de los demás, para conciliar, y eso nos deja en un segundo plano respecto a cuidar de nosotras mismas. Esto ya viene determinado por la naturaleza. Los estrógenos son hormonas sexuales femeninas que entre sus efectos tienen el de potenciar el cuidado hacia el otro. Es lógico, la maternidad necesita de este insumo en su instinto por mantener vivo a su bebé. Pero esa función química que sucede dentro de nuestro cuerpo relega la parte de cuidar de nosotras mismas, de ponernos como prioridad, de poner más límites, algo que está mal visto. Por los hombres, pero por las mujeres también. Y aquí está el punto.

Las mujeres debemos cambiar nuestra actitud hacia el resto de nuestro género para empoderarnos, impulsarnos entre nosotras y potenciar esta lucha. Tenemos que dejar de juzgar a las otras, de hablar de si está bien o mal cómo se visten, qué hacen con sus vidas, cómo se comportan, cómo es su cuerpo; comentarios que replican la actitud de los hombres y que tanto daño hacen a la autoestima.

Las mujeres debemos cambiar nuestra actitud hacia el resto de nuestro género para empoderarnos, impulsarnos entre nosotras y potenciar esta lucha. Las mujeres debemos cambiar nuestra actitud hacia el resto de nuestro género para empoderarnos, impulsarnos entre nosotras y potenciar esta lucha.

Gran parte de esa violencia silenciosa que sufre la mujer está relacionada con su cuerpo; se siente gorda, flaca, demasiado baja, demasiado alta, narigona, vieja, fea, simplemente porque la sociedad toda la hace sentirse así. Y son realmente muy pocas las que logran en lo profundo de su ser hacer caso omiso a esas voces.

La preocupación por no encajar en los estereotipos nos entristece —y hasta puede llegar a la depresión—, nos hace sentir menos, y muchas veces nos impulsa a someternos a tratamientos muy invasivos solo para perseguir esa necesidad imperiosa de sentirnos bellas y atractivas.

Las que crecimos en los 90 nos medíamos con un metro de costurera el contorno de nuestro cuerpo para ver qué tan lejos estábamos de los 90-60-90, las medidas de pecho-cintura-cadera que debía tener una modelo de 170 cm de altura. Y claro, todas queríamos ser modelos, qué frustrante. Hoy, un estudio del Instituto Nacional­ de Tecnología Industrial de Argentina reveló que en la franja de 20 a 49 años, las mujeres presentan un contorno promedio de 99,8 cm de busto, 86,1 de cintura y 99,1 de cadera, con una altura promedio de 161,1 cm. Es rara la sensación de alivio que dan estos números a aquellas que crecimos en los 90.

Esto en el plano de lo físico. Otro tanto sucede en el plano psicoemocional-afectivo que nos deja en igual lugar de vulnerabilidad, de valorarnos poco, de sentirnos inferiores.

Más allá de las luchas y las manifestaciones de las mujeres que se suceden año a año, cada 25 de noviembre, por el Día Internacional­ de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, y que sí deben continuar cada vez con más fuerza, exigiendo a los hombres que se detengan en sus actos violentos hacia las mujeres, es necesario también que el cambio empiece por casa. Que ellas dejen de juzgar a sus hijas, hermanas, primas, madres. Que les den permiso de ser quienes son, de vestirse como deseen, de expresarse como ellas lo sientan. Esa es la verdadera libertad que todas perseguimos. Y si entre nosotras nos apoyamos en esa búsqueda de libertad, más fácil será enfrentar unidas la lucha contra la violencia y ejercer el cambio en la sociedad que todos estamos buscando.