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En la cuadra de la calle Bulevar Artigas que delimitan Chaná y Guaná, sobre las 7 de la tarde una pantalla gigante proyectaba una imagen del pabellón nacional y la frase: “El Uruguay en buenas manos”. Escenario y vallas de un lado; del otro una gran carpa de lona blanca donde los periodistas se preparaban para registrar la llegada de los dirigentes del Partido Nacional.
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Parejas con mate y termo bajo el brazo, familias poco numerosas, grupos de amigos. Algunos vestidos con camisa, boina y otros elementos de evocación a la figura del gaucho. Un perro negro con una bandera blanca y celeste en el cuello. Más banderas blancas y celestes sobre los hombros de otros militantes o atadas a mástiles de mano que las hacían flamear con el escasísimo viento que intentaba soplar en una de las tardes más calurosas y húmedas de noviembre.
El primer dirigente en llegar fue el expresidente del Banco Central del Uruguay Diego Labat. Solo y tranquilo, se mostró dispuesto a hablar con la prensa. De ese intercambio resonaron dos palabras: “ansiedad” y “optimismo”. Las mismas dos palabras serían las que marcarían el tono y el humor del comando nacionalista hasta que las encuestadoras vaticinaran los primeros resultados electorales, sobre las 20:30.
“Estoy confiado” fue lo poco que dijo el candidato a la presidencia por el Partido Nacional, Álvaro Delgado, al llegar al búnker junto a su esposa, cerca de las 19:30. Unos 10 minutos después apareció su compañera de fórmula, Valeria Ripoll, acompañada de sus hijos, a quienes colocó en fila india para sortear la avalancha de periodistas. Optimismo, confianza, ansiedad.
A esa hora la cantidad de militantes ya se había multiplicado, pero todavía había suficiente espacio a lo ancho de esa cuadra de Bv Artigas. La alegría y expectativa reinaron en el lugar hasta las 20:29. Los militantes contaron a coro: “tres, dos, uno…”. Y la pantalla gigante demolió su emoción. Y reinó un silencio que casi dejaba escuchar tragar la saliva amarga. Algunos llantos. Abrazos de funeral entre militantes y entre dirigentes. Cabezas pesadas que caían sobre manos frágiles en un gesto de derrota.
Algunos ya empezaron a caminar alejándose del comando. Unos pocos, muy pocos, todavía tenían esperanzas. “No, no, ¡hay que esperar! ¡Hay que esperar!”, decían, como tratando de convencerse de que el resultado que anunciaban las encuestadoras podía ser reversible.
El mensaje de la pantalla gigante cambió: “La coalición festeja la democracia”, decía ahora. Con ese enunciado de fondo, pasadas las 21:30 subió al escenario la fórmula del Partido Nacional junto a la familia del candidato a la presidencia, los integrantes de los partidos que conforman la coalición y algunos otros dirigentes.
“Estamos todos golpeados, pero con el ánimo intacto”, dijo Delgado. Detrás de él, sus hijos ya abandonaban sus esfuerzos por contener el llanto. El candidato aceptó su derrota, felicitó a Yamandú Orsi y se mostró abierto a “buscar y encontrar acuerdos nacionales”. Sobre el cierre de su discurso, ese que definió como uno de los más difíciles de su vida, aseguró que la Coalición Republicana llegó para quedarse.
El cielo se veía cada vez más oscuro y las primeras gotas de lluvia caían como plomo.