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El regalo para la niña que fui

Hagamos la pregunta: ¿por qué estoy comprando este regalo?

Editora Jefa de Galería

Regalar es un gesto muy lindo. Pero, como todo, deja de serlo cuando pierde su sentido. Porque el acto de regalar trae implícito cariño cuando se quiere decir algo con ese presente, y por esa razón se elige pensando en la persona que lo va a recibir, en sus gustos, en el uso que le va a dar. Eso provocará en él o ella sensaciones de felicidad, y ese precisamente es el objetivo inicial. La misión está cumplida. Y si no, recordemos la sensación que nos da cuando recibimos un regalo que nada tiene que ver con nosotros, que no nos despierta ninguna emoción, al que no le encontramos utilidad y hasta nos parece feo. Lo primero que pensamos es que quien nos está haciendo ese obsequio no nos conoce, y no se tomó un minuto para pensar en nosotros cuando lo eligió (aunque siempre hay lugar para los errores involuntarios). El mensaje que llevaba ese regalo quedó por el camino.

Pero los regalos también pueden tener otras intenciones, algunas inconscientes, que ni siquiera sabemos que están actuando en nosotros.

En una nota que Federica Chiarino escribió esta semana sobre las emociones que se esconden detrás de las compras de regalos, la especialista en neuromarketing Fiorella Musitelli explica las diferentes dimensiones que se ponen en juego al momento de elegir y comprar algo para alguien en estas fechas. Y sorprende la cantidad de factores que actúan, desde el cansancio de diciembre hasta cómo eran las Navidades cuando éramos chicos.

Si empezamos por el factor más evidente y estresante, que es el mes llamado diciembre, se puede observar que el agotamiento es el denominador común, y entramos en un estado de supervivencia en el que la conexión genuina con los hijos no existe. El resultado de esto es que las compras de Navidad se resuelven con un tarjetazo para pagar algo rápido —y muchas veces caro, porque se supone que da ciertas garantías—, sin tiempo de pensar si ese regalo tiene sentido.

Mientras que algunas personas pueden reconocer que sus hábitos de compra están influidos por experiencias de la infancia, muchas otras no tienen conciencia de esto.

Pero existen factores menos evidentes y más profundos que entran en juego en este escenario. Según datos que presenta la experta, el 95% de nuestros pensamientos, emociones y procesos que influyen en la conducta de compra ocurren de forma inconsciente. Y para reforzar esto, los estímulos de la Navidad (luces, música, decoraciones, reuniones familiares) nos conectan con recuerdos de la infancia. Así pues, mientras que algunas personas pueden reconocer que sus hábitos de compra están influidos por experiencias de la infancia, muchas otras no tienen conciencia de esto.

Entonces, en Navidad la memoria emocional, la necesidad de pertenecer y la presión social son los verdaderos factores que están influyendo en la toma de decisiones de consumo. Ellos son quienes están eligiendo el regalo. A veces la culpa y la idea de recompensa por el tiempo que no estuvimos; o el enojo por lo que no tuvimos de niños; o la competencia frente al familiar que tiene más dinero y, desde un lugar narcisista, quiere destacarse sin pensar en el niño. Así es como muchas veces “terminamos comprando para aliviar el malestar propio o de un recuerdo de la infancia, y no para responder a las necesidades reales del hijo/a que tenemos enfrente”, sentencia la experta.

Regalarle al niño o niña que fuimos no es mirar al niño o niña que tenemos enfrente, que es una persona diferente, en un mundo bien distinto, con otras necesidades, otros gustos, otras realidades.

Los regalos, aunque sean objetos, deben estar conectados con valores emocionales y no con valores materiales. “El cerebro del niño no va a recordar cuántos regalos había bajo el árbol, sino cómo se sintió: visto, acompañado, escuchado… o no”, dice Musitelli.

Por tanto, hagamos la pregunta: ¿por qué estoy comprando este regalo?