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Es hora ya de que las mujeres entiendan que su identidad no pasa por cómo se ven sino por quienes son. Es hora también de que la sociedad deje de juzgarlas por su apariencia
Autoestima. Mucho se habla de este concepto, pero poco trasciende sobre su real importancia en la vida de las personas. Gran parte, por no decir todo, en la vida de alguien depende del valor de su autoestima. Si este valor es alto, posiblemente esa persona alcance sus objetivos, cumpla sus sueños de vida, obtenga lo que quiere y hasta la vida lo sorprenda con cosas que no esperaba, pero que son resultado de su actitud confiada y segura de sí misma. Si, por el contrario, ese valor es bajo, entonces esa persona solo se conformará con lo que consigue, se quedará con lo primero que se le propone, no buscará ir más allá porque no cree que se lo merezca, no intentará encontrar soluciones a sus problemas porque no se sentirá capaz de resolverlos. En esta línea, es muy posible que su vida se convierta en un cúmulo de frustraciones, complejo de inferioridad, cierta mediocridad y se termine venciendo al conformismo y a una constante sensación de inseguridad.
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Es sabido que una persona con baja autoestima es carne de cañón para abusadores y aprovechados, fácil víctima de acoso laboral, violencia intrafamiliar, relaciones tóxicas, “amigos” interesados.
Pero en una escala menor, una persona con baja autoestima pocas veces tiene éxito laboral, no pretende y por lo tanto no consigue un ascenso, no cambia de trabajo en busca de mejores oportunidades o condiciones que les satisfagan sus necesidades. Una persona con baja autoestima va a hacer un trámite y en la mayoría de los casos lo pasean por 10 oficinas, le piden documentación inexistente, rechazan su solicitud alegando razones inentendibles, hasta que se va confuso y sin conseguir lo que fue a buscar.
En un artículo que publicamos esta semana sobre el costo monetario, de tiempo y de esfuerzo que tiene para las mujeres verse lindas, la periodista María Inés Fiordelmondo cita un estudio realizado por Dove y llevado adelante por la consultora ID Retail, que observó que cuanto más crece una mujer, más baja es su autoestima. Claramente esto responde a un rechazo al envejecimiento físico, a ver cómo la juventud se va alejando, etapa en la que cree que está la mayor expresión de su propia belleza. Sin embargo, entre los adolescentes los problemas de autoestima son igual de preocupantes que entre los adultos. Ahora, ya en la década de los 20 años las chicas se inyectan bótox, ácido hialurónico, y pasan por el quirófano para modificar sus rasgos y cumplir así con los estándares de belleza que alguien más impuso y que les dan falsamente más seguridad en ellas mismas.
¿Por qué la autoestima de la mujer debe pasar básicamente por su apariencia física? ¿No será solo un escudo que provee de seguridad?
Si lo pensamos bien y despojadamente, nos damos cuenta de que la necesidad de la mujer de sentirse bella y atractiva tiene como fundamento el llamado natural al sexo opuesto. Atraer, precisamente; ser depositaria de la atención y el afecto de un otro. Y nos han enseñado por milenios que nuestra única arma de seducción es la belleza física, puesto que la inteligencia o el conocimiento no eran rasgos femeninos.
Es hora ya de que las mujeres entiendan que su identidad no pasa por cómo se ven sino por quienes son. Es hora también de que la sociedad deje de juzgarlas por su apariencia, de darle más valor a su voz si están bien peinadas, maquilladas y con las uñas pintadas. O por cómo se visten.
Debemos empezar a construir la autoestima de las personas desde lo que realmente son, su personalidad, sus virtudes y fortalezas, que es donde radica su verdadero valor. Porque las apariencias engañan.