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I Ching

Según Wikipedia, el I Ching o Libro de las mutaciones es “una obra oracular cuyos primeros textos fueron escritos hacia el año 1200 antes de Cristo y que se usa como oráculo o medio de adivinación”

Columnista

Mi amigo González Glez y yo teníamos unas gambas pendientes desde la pandemia y por fin nos las hemos tomado. Para decir toda la verdad, no fueron unas gambas, porque acabamos quedando en El Ateneo y comimos el menú del día, pero el ritual puntúa igual. Cuando nos vemos, que no es muy a menudo, porque él vive siempre en los extremos de la península­, antes en Cádiz y ahora en Costa da Morte, aprovechamos para hablar de lo divino y sobre todo de lo humano, porque tiene una virtud que aprecio mucho, la capacidad de ver la vida desde un ángulo digamos que 0,10 grados más agudo o más grave que el resto de la gente. No parece mucha diferencia, pero esos 0,10 grados hacen que tenga un modo distinto de ver las cosas, las mismas que vemos todos, solo que con otro enfoque. Pero bueno, no es de esta cualidad de Monterito de lo que quiero hablarles, sino de nuestro almuerzo y de nuestra conversación. Andábamos ya por el segundo plato (él, pescado; yo, rabo de toro; él, agua; yo, vino) cuando salió a relucir el tema del I Ching. Se habla poco de este libro hoy en día, pero dio la casualidad de que justamente la víspera, al ir a buscar no sé qué en la parte más alta de mi biblioteca, se precipitó al suelo mi viejo I Ching y con él un montón de fichas que, en momentos complicados de mi pasado, escribía tratando de encontrar sentido a mi atribulada vida. Durante años fui devota de este ancestral método de… ¿cómo llamarlo?: ¿adivinación?, ¿guía? Adivinación es un término que no le hace justicia de todo y guía es demasiado vago como explicación, por eso no sé realmente qué nombre darle. Según Wikipedia, por ejemplo, el I Ching o Libro de las mutaciones es “una obra oracular cuyos primeros textos fueron escritos hacia el año 1200 antes de Cristo y que se usa como oráculo o medio de adivinación”. Yo, que, como ya les he comentado alguna vez, siempre he sentido gran interés por lo inefable (lo inexplicable, aquello que escapa a nuestra comprensión) y a lo largo de mi vida he creído —y más tarde descreído— en todo: en el horóscopo, en las runas, en los oráculos, en los médiums, en los videntes… Pero el I Ching es distinto. Porque, como explica Carl Jung en el prólogo que para este libro escribió en 1949, “la fuerza de este formidable sistema psicológico está en su lenguaje imaginal. En ese sentido, el I Ching habla directamente al inconsciente, habla el lenguaje de los sueños. Es por tanto un espejo de lo que en nuestro interior elude la mente consciente”. Para quien no conozca este libro milenario es preciso explicar que el I Ching contesta a las preguntas que se le formulen mediante hexagramas. Dependiendo de qué hexagrama salga después de tirar unas monedas o hacer otro tanto con unas varillas de milenrama, el libro remite a un hexagrama concreto cuyo significado descifra el consultante, con ayuda de los comentarios de tan ancestral volumen. Lo interesante de este método es que es uno mismo, sin ayuda de médiums, videntes y demás intermediarios, quien interpreta las respuestas del I Ching. Pero ojo, es muy importante cómo se formule la consulta. El I Ching no responde a preguntas como ¿me haré rico? ¿Se enamorará de mí fulano o mengana? ¿Conseguiré el trabajo de mis sueños? Las preguntas que contesta son, por ejemplo: ¿qué debo hacer para lograr tal o cual fin? ¿Qué actitud conviene tener con respecto a tal situación?

Lo que el I Ching hace por tanto es poner en marcha distintos mecanismos que tenemos y, sin embargo, no sabemos accionar conscientemente. O, para explicarlo una vez más en palabras de Jung, “el inconsciente reserva soluciones esenciales para los oídos que sepan ponerse a la escucha” Lo que el I Ching hace por tanto es poner en marcha distintos mecanismos que tenemos y, sin embargo, no sabemos accionar conscientemente. O, para explicarlo una vez más en palabras de Jung, “el inconsciente reserva soluciones esenciales para los oídos que sepan ponerse a la escucha”

Para cuando llegó el postre, Monterito y yo ya nos habíamos contado nuestras experiencias con el I Ching y cómo nos había ayudado a conseguir nuestros fines, a despejar tal incógnita, tal duda, a elaborar una estrategia, a orientar un plan… Él aseguró que para él el libro había sido, además, una fértil fuente de inspiración literaria y yo le conté mi teoría de por qué creía en él. Le dije que, más allá de que (Carl Jung dixit) este milenario libro “hable directamente a nuestro inconsciente”, creo que tiene otra ventaja. Pienso que, en realidad, la respuesta a la mayoría de las incógnitas que nos abruman ya está en nosotros. Lo que el I Ching hace por tanto es poner en marcha distintos mecanismos que tenemos y, sin embargo, no sabemos accionar conscientemente. O, para explicarlo una vez más en palabras de Jung, “el inconsciente reserva soluciones esenciales para los oídos que sepan ponerse a la escucha”.