Gente así en Corea del Sur o en cualquier país del mundo sobra. Esa es un poco la clave del éxito que tuvo a nivel mundial.
En particular, Corea del Sur es un país próspero, sinónimo de desarrollo tecnológico y, de un tiempo a esta parte, expresiones culturales populares en todo el mundo. Pero vale recordar lo que consignó la BBC el 12 de octubre de 2021, cuando El Juego del Calamar llegaba a la escandalosa cifra de 265 millones de visualizaciones: la deuda en los hogares de ese país supera el 100% de su PIB, el quintil que más gana tiene un patrimonio 166 veces mayor que el quintil inferior, el consumismo y la poca capacidad de ahorro hacen que cualquier imprevisto pueda dejar sin recursos a una familia, el desempleo juvenil está en alza, así como los precios de la vivienda. La necesidad de alcanzar algo parecido al “éxito” fomenta el endeudamiento en las familias para costear la educación de sus hijos.
El endeudamiento es un grave problema en la sociedad y la proliferación de prestamistas, por fuera del sistema, “a mayor costo y mayor riesgo”, es otro, señaló el medio británico. Es la otra cara de la prosperidad surcoreana, donde “la carga de una deuda abrumadora es un problema social cada vez más profundo, sin mencionar (que es) la principal causa de suicidio” en el país.
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Anuncio de la nueva temporada en las calles de Seúl; El Juego del Calamar es tan embajadora de Corea del Sur como el k-pop
AFP
Las personas, entonces, en esa cara más oscura del capitalismo extremo, son objetos. De hecho, los participantes duermen apilados en grandes cuchetas en una enorme habitación que parece un almacén. Desahuciados y alienados, pese a que luego de cada juego cada vez hay más espacio, a causa de las muertes.
Y los guardias, si se quiere, también siguen una lógica similar a la de una colonia de hormigas o una colmena de abejas: cada uno cumple una única función. Los que tienen una máscara con un círculo son obreros, los del triángulo —soldados– están armados y los del cuadrado gozan de un estatus superior. No es mucho más digna esta sociedad que la de los participantes; salvo que se supone que no mueren. Quizá estén muertos en vida.
Más allá de la realidad cotidiana surcoreana, hay otro hecho histórico puntual en el que se basó Dong-hyuk para El Juego del Calamar. Una revuelta laboral por despidos injustos en la planta de la automotora Ssangyong, en la ciudad de Pyenongtaek, en 2009, debido a una política laboral de excesiva flexibilidad en materia de bajas, derivó en enfrentamientos de gran violencia. Nuevamente, fue una lucha de clases llevada al extremo, lo mismo que pasa en esta ficción. Los guiones eran tan violentos (y tan basados en lo cotidiano) que hasta que Netflix demostró su interés fueron rebotados en cuanta productora se presentaron.
Características de la segunda temporada
Este es el momento donde habría que dar alerta de spoilers. La segunda temporada está ambientada tres años después de la primera. Gi-hun, ahora millonario luego de haber ganado los 45.600 millones de wones de su anterior participación (algo más de US$ 30 millones), en vez de viajar a Estados Unidos a recobrar el vínculo con su hija, decide poner todo su empeño y recursos a destruir la maquinaria sádica detrás de este juego extremo de supervivencia, y detener a sus responsables. Es su nuevo objetivo en la vida.
Según Netflix, en los primeros tres días la segunda temporada tuvo 68 millones de visualizaciones y eso que ya no tiene (no puede tener) el impacto que tuvo la primera temporada. Pese a que el factor sorpresa muchas veces no corre, la trama igualmente sigue teniendo al espectador en ascuas.
La deserción de habitantes de Corea del Norte hacia su vecino del sur, agudizada desde la década de 1990, recuerda a lo que ocurría entre las dos Alemanias en la Europa del siglo XX. Y (...) hay grupos criminales asociados a los prestamistas que amenazan a los morosos con sacarle los órganos para venderlos. No se sabe si la realidad supera la ficción, pero esta última es siempre bien alimentada por aquella.
En 2021, el jugador 001, el supuestamente senil anciano Oh Il-nam, resultó ser el sátrapa que creó estos juegos pensados para entretener a aburridos millonarios con la desesperación de unos cuantos miserables. Esa fue una revelación final que dejó tieso a más de uno. Esta vez, el mismo número 001 corresponde a un jugador que se hace llamar Oh Young-il. En realidad, este no es otro que Hwang In-ho o El Líder (el malo, bah, interpretado por Lee Byung-hun), el supervisor mayor de esta demencia, quien simulando estar en la mala busca ganarse la confianza de Gi-hun, todo eso a la vista y angustia de los televidentes. Raro que un Gi-hun devenido idealista no haya hecho una asociación numérica tan obvia. Ese conocimiento de la debacle que puede pasar en cualquier momento, se sabe en la narrativa cinematográfica, es sinónimo de tensión. Por algo Alfred Hitchcock fue lo que fue.
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El Líder —que también tiene una historia desesperante atrás, en un país donde si no se tiene mucha plata para pagar tratamientos médicos el enfermo está literalmente condenado a morir— ya había tenido su protagonismo en la primera temporada, sin que Gi-hun lo supiera, claro. Lo mismo pasa con Hwang Joon-ho (Wi ha-joon), su hermano, un corajudo detective que lo está buscando.
Hay cosas que sí cambiaron respecto a la primera temporada. Luego de cada juego, los participantes pueden votar si seguir o irse a su casa repartiéndose el botín acumulado hasta entonces. No hace falta decir que a más muertos, más plata. Un muerto se cotiza 100 millones de wones, unos US$ 68.500. Por supuesto, la codicia —o la necesidad desesperada de poder cubrir una deuda astronómica— puede más que el miedo a ser acribillado en el próximo día.
Además de incluir nuevos juegos, aquí se vio el reclutamiento de personas para ser guardias y no solo participantes. Es el caso de Kang No-eul (Park Gyu-young), una militar desertora del régimen norcoreano que trabaja en un parque de diversiones y quiere recuperar a su hija, por lo que precisa plata para pagarle a un investigador. Esa plata la obtendría trabajando como uno de los guardias con máscara de triángulo; o sea, está entre las encargadas de disparar a los que no superan las pruebas. Pese a ello, se puede decir que tiene principios: reconoce a uno de los participantes, otro trabajador del mismo parque que necesita plata para costear el tratamiento de su pequeña hija, que sufre leucemia, y lo quiere ayudar como puede; experta tiradora, mata a los que pierden de tal manera que sabotea el tráfico de órganos que oficia de trama subyacente.
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La deserción de habitantes de Corea del Norte hacia su vecino del sur, agudizada desde la década de 1990, recuerda a lo que ocurría entre las dos Alemanias en la Europa del siglo XX. Y el ya mencionado artículo de la BBC señala que hay grupos criminales asociados a los prestamistas que amenazan a los morosos con sacarle los órganos para venderlos. No se sabe si la realidad supera la ficción, pero esta última es siempre bien alimentada por aquella.
La otra novedad es el surgimiento de un personaje transgénero, en un país donde si bien no es perseguida, la comunidad LGBTQ+ está lejos de ser plenamente aceptada y visibilizada. Hyun-hu, o jugadora 120, es una mujer trans que abandonó el ejército siendo todavía hombre y que busca el dinero del juego para completar su transición en Tailandia. La gran polémica es que se eligió para representarla a un hombre cisgénero, Park Sung-hoon, un actor de cierto recorrido. “Cuando investigamos en Corea, no hay casi ningún actor que sea abiertamente trans, y mucho menos abiertamente gay, porque lamentablemente en la sociedad coreana actual, la comunidad LGBTQ sigue siendo más bien marginada y más descuidada, lo cual es desgarrador”, admitió Dong-hyuk a la prensa.
Los idols
La segunda parte de El Juego del Calamar apeló a algunos de los elementos más reconocidos de la cultura del entretenimiento surcoreana. No en vano la serie de Netflix ya es toda una embajadora del país en el mundo. En ese sentido, vale potenciar a sus propios íconos. Win-win.
Uno de ellos son los idols. Con este nombre se define en Corea del Sur a los cantantes solistas o integrantes de grupos de k-pop, alistados desde adolescentes y entrenados para ser estrellas.
Im Si-wan, de 36 años, es integrante de ZE:A, una boyband de nueve miembros que está en un impasse artístico desde 2017. Como suele pasar en estos casos, su rostro es muy habitual en publicidades y k-dramas (series de televisión surcoreanas). En esta ficción se pone en la piel de Lee Myung-gi, un famoso youtuber supuestamente experto en criptomonedas en su canal MG Coin, que un día se ve envuelto en una estafa que lo hace quedar en la ruina a él y a miles de sus seguidores. Desesperado por plata y por evitar que algún damnificado lo haga pedazos, se convierte en el jugador 333.
Jo Yu-ri es, en la serie, la jugadora 222. Se llama Kim Jung-hee, está embarazada de Lee Myung-gi y cayó en desgracia por la estafa de criptomonedas en la que estuvo involucrada su expareja. Cuando se lo encuentra, no quiere saber nada de él. En la vida real tiene 23 años y antes de cumplir la mayoría de edad se había integrado a Iz*One, un grupo de doce chicas surcoreanas y japonesas que gozó de un importante éxito durante los menos de tres años que estuvo activo. Desde 2021 lleva adelante una carrera solista.
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Jo Yu-ri, exmiembro del grupo Iz*One, es una de los idols que integran el elenco de la segunda temporada.
El caso de Choi Seung-hyun no solo es el más notorio sino que también es representativo de toda una cultura. De 37 años, es un rapero que alcanzó la fama bajo el seudónimo de T.O.P. Como tal fue integrante de Big Bang, una banda de k-pop masculina que supo ser de las más populares antes de la explosión mundial de grupos como BTS. Era una estrella que también estaba incursionando en el cine. Sin embargo, mientras hacía el servicio militar obligatorio (algo de lo que no zafa nadie en Corea del Sur, ni siquiera un idol), fue acusado de consumir marihuana, lo que en ese país asiático tiene una carga penal y una condena social mucho mayor que en otros lados. Eso fue en 2017, se lo condenó a diez meses de prisión aunque eso se cambió por una suspensión por dos años. Se pensó que era el fin de su carrera.
Sin embargo, en El Juego del Calamar 2 tiene un muy interesante rol como Thanos, el jugador 230, un rapero adicto a las drogas y caído en desgracia por la ya mencionada estafa de las criptomonedas (por lo que quiere reventar a Myung-gi), que se convirtió rápidamente en uno de los villanos del ciclo. Curiosamente, su presencia dividió las aguas: hay fanáticos que creen en las segundas oportunidades y gente que piensa que este regreso es un mal ejemplo y que debería seguir en el ostracismo.
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De todas formas, estas apariciones pueden empalidecer si para la tercera temporada de El Juego de Calamar se confirma la aparición de V. Este es el nombre artístico de Kim Tae-hyung, uno de los mayores idols, ya sea como solista o como integrante de BTS (la banda de k-pop más popular del mundo). Todos los responsables de la serie consultados al respecto han contestado con evasivas, alimentando el rumor.
Porque (y ahora sí, spoiler de todos los spoilers) la segunda temporada termina de forma trunca, con muchas más preguntas que respuestas. Hay que esperar a la tercera para saber quién de los que siguen vivos llegan hasta el final. Eso sí que es sadismo.