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¿Por qué es más atractivo un extranjero que un uruguayo?

Una columna sobre seres sexóticos y amor propio

Editor de Galería

Vivimos en un mundo (hiper) globalizado, en el que el algoritmo de Tik Tok, que me conoce más que mi mamá, no solo me permite conocer Tailandia de punta a punta, sino que me da pautas para sobrevivir cada día de mi viaje con un presupuesto acotado y me explica qué hacer en caso de que un curry massaman me deje al borde de la hospitalización.

Todo está a unos clicks de distancia y nada parece sorprendernos. Sabemos cómo es una villa olímpica por dentro o en qué consiste un día en la Casa Blanca. Incluso aquellas personas que pueden ser consideradas inalcanzables, hoy parecen estar más cerca.

Pero a pesar de que la frontera digital es cada vez más imprecisa, esto queda solo en una sensación que no se traslada al plano físico. Puedo leer libros sobre la antigua Grecia, ver documentales, recorrer Santorini en los hombros de un youtuber y, sin embargo, me sorprendo al ver un griego caminando por 18 de Julio.

Incide, sin lugar a duda, la escasa afluencia de turistas que recibe el país. Pero, ¿será por eso que nos enloquecemos cada vez que vemos a un extranjero?

Sexotismo, el concepto que lo explica todo

Hay una persona A y una persona B. La primera es uruguaya promedio, mira fútbol y toma mate. La otra es similar a la vista y en personalidad, pero habla inglés y sus intentos por comunicarse en español despiertan carcajadas. Según mis propias cifras, poco exhaustivas pero con base en la realidad, la mayoría elige al sujeto B. No es el más atractivo, y probablemente es peor conversador, pero es lo que yo llamo “sexótico”: es sexy porque es exótico.

Este fenómeno no discrimina entre hombres y mujeres, ni tampoco edad o contextos. Lo comprobé en mi último año de liceo: ni bien el director nos comentó que entrarían una belga y un paraguayo de intercambio, se agitó el avispero. ¡Y sin siquiera verlos!

Algunos le llaman efecto extranjero; yo prefiero hablar de seres sexóticos. Admito que se trata de un término plagiado, que escuché una vuelta al pasar, pero que responde a una realidad u afección cada vez más presente entre quienes me rodean. Los intercambios y becas en el exterior favorecen esta dinámica, al igual que los viajes y las aplicaciones de citas (que a mayor belleza más visibilidad da, y el uruguayo contra el gringo pierde).

Hay historias de todo tipo, del touch and go al amor de verano, de la relación a distancia a criar niños que terminan aprendiendo dos o tres idiomas antes de entrar a la escuela.

Es como un juego de cartas, una tiene más valor que otra. El australiano, irlandés o colombiano le gana al argentino (que en verano es figurita repetida). Aunque el uruguayo siempre tiene las de perder frente un porteño. ¿Será por eso que les tenemos rabia?

Pero atenti, el uruguayo, que no es profeta en su tierra, se dice que es mirado con buenos ojos en Israel o España, donde el acento rioplatense ganó popularidad, primero por las novelas de Cris Morena y ahora gracias al auge del trap. También gusta la picardía y desfachatez propia de nuestra idiosincrasia.

A una amiga la veneraron en India por su pelo rubio y sus ojos celestes, y a otro le pidieron acariciarle el pelo lacio en el norte de África, donde predominan los cabellos enrulados. Y en países como Suecia y Ucrania los morochos son sensación.

De esta forma, se podría decir que los uruguayos, por más grises que nos creamos, también podemos ser sexóticos. Que el exterior de cada quien puede gustar en los lugares más insólitos, y que los estándares de belleza no son sinónimo real de belleza.

Valoremos nuestro lado sexy y exótico, aquello que nos hace únicos. Viva el amor, con los propios y ajenos. Pero si nos dejamos llevar por lo sexótico, ¡cuidado! Porque el próximo Luis Suárez —aunque haya sido concebido en una plantación de kiwis— tiene que nacer acá (por si acaso).