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El streaming ha demostrado que es un gran soporte, abierto, democrático, económico, con alcance global. Pero aún no llega a resolver el problema de cómo sostener los canales por donde circula la información
Según el primer resultado de Google que ofrece la inteligencia artificial, YouTube fue registrada el 14 de febrero de 2005 por Steve Chen, Chad Hurley y Jawed Karim, tres exempleados de la empresa estadounidense de comercio electrónico PayPal; y su idea era que la gente común disfrutara compartiendo sus videos caseros.
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Pues los efectos de su uso fueron mucho más allá. Ya en los primeros años, entre la audiencia más joven, esta nueva plataforma empezó a sustituir a la televisión. Los niños y adolescentes dejaron de ver los programas juveniles de los canales de cable, como Disney o Nickelodeon, para empezar a seguir a youtubers de cualquier parte del mundo que subían contenidos sobre sus vidas, sus aficiones, sus ideas locas. Se filmaban a ellos mismos, colgaban sus contenidos y, a partir de determinada cantidad de suscriptores, monetizaban, es decir, la plataforma les pagaba. Y así, habían conseguido un nuevo trabajo.
Las posibilidades que trajo esta plataforma modificaron el comportamiento social a gran escala, la forma en la que las personas de todas las edades, pero particularmente los millennials y centennials, que supieron adoptarla rápidamente, pasaban sus ratos de ocio.
Y si cualquier persona podía subir videos caseros, algunos hasta convertirse en profesionales de YouTube percibiendo altas cantidades de dinero (no olvidemos a Fede Vigevani, el uruguayo con más seguidores, que ha sabido ganar sus buenos millones), cómo no lo iban a hacer los comunicadores. Y entonces empezaron a aparecer los canales de streaming con contenidos creados por quienes vienen de los medios tradicionales, la radio, la televisión. Si Mahoma no va a la montaña… Si las nuevas audiencias se estaban desplazando de soporte, vayamos detrás de ellas, habrán pensado.
Pero ese movimiento no era solo cuestión de audiencias. Resulta que esta maravillosa plataforma no tiene dueños que bajen línea o den órdenes de cómo deben ser las cosas, ni una lógica comercial que restrinja la libertad de decir lo que se quiere, cómo se quiere y cuándo se quiere.
Esa especie de programas de radio filmados llegaron, como siempre, primero desde Argentina, y al poco tiempo ya teníamos los propios en Uruguay. Esta nueva manera de comunicar, entretener e informar tiene algunas particularidades. No solo se caracteriza por el estilo informal, directo, y que en general maneja el humor, sino que permite que del otro lado la audiencia pueda consumir estos productos mientras se están transmitiendo en vivo o en cualquier momento del día, o sea, on demand.
Gente valiente y apasionada, tal vez un poco desilusionada o descreída de las estructuras tradicionales, que apuesta por hacer lo que le gusta, lo que cree que está bueno, que el público busca y precisa Gente valiente y apasionada, tal vez un poco desilusionada o descreída de las estructuras tradicionales, que apuesta por hacer lo que le gusta, lo que cree que está bueno, que el público busca y precisa
A esta ola se subieron también (no les quedó otra) los medios tradicionales, pero en este caso es un soporte más para toda una infraestructura y una empresa consolidada detrás.
No obstante, el caso de los canales de streaming independientes es el que interesa. Gente valiente y apasionada, tal vez un poco desilusionada o descreída de las estructuras tradicionales, que apuesta por hacer lo que le gusta, lo que cree que está bueno, que el público busca y precisa, y se la juega invirtiendo tiempo, esfuerzo y dinero para llevar su proyecto adelante.
Sin embargo, la ecuación en este negocio no está muy clara. La cantidad de suscriptores no alcanza para monetizar, y los ingresos de los proyectos dependen de la publicidad, de la creatividad y generosidad de sus colaboradores, de las audiencias y de donantes.
Por ejemplo, según cuenta Federica Chiarino en la nota que escribió esta semana sobre cómo trabajan cuatro canales de streaming independientes, Dopamina se financia con aportes de su comunidad a través de suscripciones mensuales en Mercado Libre y PayPal, pauta publicitaria de marcas, y pauta pública, es decir, entes del Estado que comienzan a apostar por este formato para alcanzar sus públicos objetivos. Pero en Desembarco, donde trabajan unas 27 personas fijas y cerca de 50 sumando columnistas y colaboradores, todos son voluntarios, no tienen un sueldo. El dinero que les entra por suscriptores les permite solo pagar el alquiler del estudio, y sostener la producción y redes. Por eso, están estudiando la conformación de una cooperativa.
Y Gabriel Pereyra, conocido periodista de larga trayectoria que decidió independizarse de los medios tradicionales con su proyecto Yunta, comenzó financiándose con aportes de gente amiga y apunta a recibir acciones de responsabilidad social empresarial de marcas que consideran que tienen el deber de contribuir con los contenidos que allí se difunden, y no vender su producto a través de ese medio.
En resumen, el streaming por YouTube ya ha demostrado que es un gran soporte, abierto, democrático, económico, con alcance global, atractivo para las generaciones más jóvenes. Pero aún no llega a resolver el problema de cómo se hace para sostener con solvencia los canales por donde circula la información, necesaria y fundamental para la libertad de las personas.