Más allá de la clase de viaje que elijamos o nos toque, hay un punto clave —y polémico— en este tema: el viajar solo. Acá creo que las aguas se parten en dos; están los que se sienten atraídos por esa misión y están los que no
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáUna vez me dijeron que eso de que viajar ayuda a olvidarse de los problemas y zafar de ellos por lo menos por unos días no es cierto, que los problemas viajan con uno. No le faltó verdad a esa sentencia. Me pareció tan sensata y real que siempre la recuerdo cada vez que viajo. Sin embargo, el viaje físico muchas veces implica también un viaje interior, más aún cuando se hace solo. Y allí quizás, saliendo al mundo y ubicándonos en el lugar que nos toca, se encuentren respuestas, soluciones, renuncias, aceptaciones.
Claro que esto depende mucho del tipo de viaje en el que uno se embarque según los objetivos. Si es por turismo y placer, las opciones son infinitas, desde relajarse en un all inclusive en el Caribe hasta internarse en el Amazonas para dormir en una hamaca paraguaya y abrazar anacondas.
El viaje por trabajo es bien distinto, y puede diferir también del tipo de trabajo al que uno se dedique. En general, a estos se va solo y pueden surgir ventanas en la agenda apretada que permitan salir a explorar el entorno, que seguramente sea una ciudad, vieja conocida o nueva por descubrir.
Pero más allá de la clase de travesía que elijamos o nos toque, hay un punto clave —y polémico— en este tema: el viajar solo. Acá creo que las aguas se parten en dos; están los que se sienten atraídos por esa misión y están los que no.
El principal argumento de los primeros para defender su postura es que pueden decidir ir y hacer lo que ellos quieren, cuando quieren, sin tener que conciliar con nadie. Eso les da entera libertad, lo que se traduce para ellos en disfrute.
Para quienes preferimos ir acompañados, precisamente ese motivo nos resulta un tanto aburrido. Tener que decidir todo el tiempo solo —sin otro punto de vista ni otra idea diferente— qué hacer y adónde ir termina resultando tedioso, poco divertido. Esto sin contar que no hay con quién comentar lo que uno ve, conoce, experimenta.
No obstante esto, cuando a uno lo someten en reiteradas ocasiones a una situación, empieza a acostumbrarse y, si tiene la capacidad de hacerlo, comienza a encontrar valor en las cosas que antes rechazaba. Tal vez esto de caminar solo por horas en una ciudad desconocida no estaba tan mal. No habrá con quién comentar, pero los pensamientos y las reflexiones internas surgen en cada esquina. La diferencia está en la capacidad del viajante en relacionarse con las personas del entorno, de lograr, en mayor o menor medida, internarse en la vida del lugar. De esta habilidad precisamente se valen los que disfrutan viajar solos. Una admirable virtud.
Enarbolando esa cualidad, y dejándonos a todos en la redacción con la boca abierta, Milene Breito se fue sola al Amazonas. Y esta semana publica la crónica de su expedición a la selva, de la que asegura se vuelve a casa con una apertura mental que asusta. Pues un viaje solo puede ayudar a disipar inseguridades, a veces infundidas por otros. La persona cuando viaja sin compañía depende exclusivamente de su forma de hacer las cosas, y el resultado sale bien, funciona; la conclusión: no está tan desencajada como el mundo le hace sentir. Viajar solo también es aprender a gestionar el miedo. El resultado de todo esto puede ser que a la vuelta no todo sea tan terrible.
Otra compañera de la redacción, Rosalía Sempol, en esos mismos días decidió conocer Río de Janeiro sola, y allá fue. ¿Por qué sola? Porque es como un juego, porque decide en el momento qué quiere hacer, sigue su intuición, conoce a alguien y se permite tomar la decisión de quedarse si conecta o tomar su camino si no, porque hace una escucha interna de qué quiere hacer y así se conoce y sale fortalecida, más segura de sí misma.
Entonces, aquella sentencia de que los problemas viajan con uno puede ser verdad hasta el momento de la llegada a destino, pero no tienen por qué volver, o por lo menos no en la misma condición.