Antonio por el santo, Ramón por su abuelo materno, Yamandú porque sí. De atrás para adelante, estos son los tres nombres del candidato a la presidencia por el Frente Amplio.
El candidato a la presidencia por el Frente Amplio, Yamandú Orsi, cuenta lo que aprendió trabajando en el almacén familiar, cómo el folclore le permitió canalizar emociones y por qué el mundo de hoy le parece “un poco más cruel”
Antonio por el santo, Ramón por su abuelo materno, Yamandú porque sí. De atrás para adelante, estos son los tres nombres del candidato a la presidencia por el Frente Amplio.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEs miércoles, son las tres de la tarde y Galería espera a Yamandú Ramón Antonio Orsi Martínez en su despacho de la sede del partido. Es un día de esos primaverales, poco habituales en primavera, y las ventanas están abiertas de par en par. Orsi entra por la puerta lateral del despacho, la que da al patio; llega de otra reunión. El día seguirá intenso (con escala primero en Las Piedras y después en San Carlos), y para eso está vestido: camisa y pantalón sports y unos championes Adidas que son cómodos y a la vez las zapatillas del momento. La imagen de Orsi ha ido cambiando gradualmente, y aunque le sigue gustando “salir a comprar” la ropa, también entendió por qué “el traje a medida está bueno”: “Me están obligando a prestarle un poco más de atención”, dice.
Orsi está casado en segundas nupcias con Laura, tiene 57 años y fue padre de mellizos a los 45. Tiene un perro adoptado que lleva su segundo nombre y, aunque no hace compras por internet por ser “desconfiado”, abraza los avances. Si no fuera político, sería docente (cosa que ya es, que ya fue), dice. Y aunque desciende de padres muy longevos, no se ha detenido a pensarse en la vejez, pero al preguntarle, rápidamente aparece una visión de cómo le gustaría que fueran esos años.
El día de la entrevista no tiene mucho tiempo, pero no mira el reloj, para eso está su entorno. Se extiende contando anécdotas del Yamandú niño y de sus años de profesor; habla de los adolescentes hoy, de su paternidad tardía, de su relación con la fe y otros temas que definen a uno de los hombres que podría ser el próximo presidente de Uruguay.
Su primer trabajo fue en el almacén familiar.
Sí, fue un proceso de socialización maravilloso. Con el barrio, fundamentalmente; las relaciones con la gente grande, con los proveedores, al tener que ir a la feria a comprar verduras y frutas en las madrugadas, los miércoles y los sábados. Conocí historias familiares, porque era un comercio de libreta (en el que se fiaba), entonces tenías una relación muy estrecha con los clientes.
¿Qué tareas hacía?
Al principio, tareas de apoyo. Me acuerdo de sacar los envases para afuera, o ayudar a la hora de cerrar, que siempre había que hacer alguna cosa. Era el apoyo de todo niño en su ámbito familiar.
¿Y a medida que fue creciendo?
Mi padre se enfermó de un problema cardíaco y ahí sí, más allá de que estaba en el mostrador y atendía, acompañaba a mi vieja haciéndonos cargo. Pero fue una experiencia que nos permitió hacer una carrera. Mis padres nos bancaron, a mi hermana y a mí, la educación, todo. O sea, mucho laburo, mucho esfuerzo. Nunca una licencia. De lunes a sábado, todo el año. Mis viejos eran así. Venían de la zona rural, eran pequeños productores; trabajadores de los de antes, por decirlo de alguna forma; ahora los derechos de licencia nadie los discute. Me acuerdo que mis parientes, cuando venían a casa, se iban temprano porque había que entrar los bichos. Y eso era todos los días. Bueno, de ahí vengo yo y esa es mi formación. Después, con el tiempo te das cuenta de que debieron haber existido pausas en su vida para descansar. Eran otros tiempos.
¿Cree que Uruguay es un país amable con las empresas familiares?
Debería ser bastante más. No tengo punto de comparación, no sé si otros países son más amables. Pero sin duda está faltando mucho. Aunque te ponés a pensar y gran parte de las empresas de mayor renombre en Uruguay vienen de una familia. Incluso las que son muy exitosas. O sea que con las pymes tenemos alguna deuda, pero también hay empresas familiares que terminaron siendo referencia nacional en distintos ámbitos de la actividad nacional.
Ese aprendizaje de 22 años en la empresa familiar ¿qué le dio para su futura vida política?
Creo que la relación humana. También te digo que ahí aprendí a sacar cuentas sin calculadora. Pero la relación humana es lo fundamental. Tenés que tener una actitud, más en la actividad comercial, porque es un servicio; eso también lo aprendés.
Tiene una hermana mayor, María del Luján. ¿Se identifica con el rol del hermano menor?
Pobre mi hermana, me tuvo que bancar. Y de verdad ayudó mucho a mis viejos en mi crianza. Yo era el mal enseñado de la casa. El caso es que en mi casa el peso de mi madre siempre fue muy fuerte, y la mamá con el nene viste cómo es. La que me tuvo que bancar fue mi pobre hermana.
¿Y hoy cómo se llevan?
Muy bien. Con mi hermana no te podés llevar mal, jamás. No hay forma.
¿Qué tipo de niño era? ¿Era un alumno aplicado?
Era buen alumno.
¿Traga?
Hábil. Me iba bien.
No tenía que estudiar mucho.
Ese es el tema. Mi vieja me marcaba por la nota de la conducta, que siempre estaba unos cuantos escalones más abajo. Tenía que ver con que hablaba mucho y esas cosas. Pocas peleas, pero en los recreos alguna había. Atrás del gimnasio había un lugar donde se daban las grescas. Después terminábamos abrazados. Y bueno, alguna cartita le llegaba a mi madre.
¿Cómo fue cursar el liceo en dictadura?
No tenía ni idea. En mi casa no se hablaba de política. Iba a un liceo del interior. En el ochenta y pico, cuando viene el plebiscito, cuando vienen las internas de los partidos, ahí sí me empiezo a enterar. Yo me crie en una ciudad sin cuartel. No sé si eso tendrá que ver, pero me imagino que sí. Tenía alguna idea de la represión porque allá había todo un dispositivo de unos vagones y una vez un cura lo dijo en la misa. Ahí me enteré. Pero no tenía información. Hasta que fui adolescente y algunos compañeros me contaron algunas historias.
¿De qué se hablaba en la sobremesa de su casa, siendo que sus padres no eran personas politizadas?
Lo que más me acuerdo es que en el 83, 84, cuando ya empecé a tener vínculos y me empezó a gustar la izquierda, había cada lío. “No te metas en eso”, “tené cuidado”. Mis viejos eran conservadores... Después me votaron siempre, pero al principio fue difícil para mi viejo. Esa es la conversación que me queda y de la que me acuerdo.
Bailó folclore durante 11 años, hasta los 26. Incluso fue parte del elenco municipal de ballet folclórico de la Intendencia de Canelones. ¿Qué sentía cuando bailaba, qué le generaba?
Creo que hay un tema de canalizar algunas cosas que uno siente, y cuando subís a un escenario y seguís el ritmo de la música, y lográs mostrar con lo que aprendiste algo que querés transmitir —porque vos siempre querés transmitir con el arte—, es una satisfacción enorme que va más allá de los aplausos. Además, yo hacía folclore en sus dos versiones, la versión pura, porque me gustaba la historia, y la versión estilizada, la más artística; tenía mucho de habilidades y de cultivo del cuerpo también. Me deleito hasta hoy mirando a (Antonio) Gades hacer El amor brujo; lo he mirado 200 veces. Estoy hablando del arte flamenco. Es de las cosas que me muero mirando, me encanta.
¿Le gusta ver algún otro tipo de danza?
Me gusta la danza contemporánea, ahí hubo una influencia de mi esposa, que hace danza contemporánea. El ballet clásico lo admiro, pero capaz que le tengo menos paciencia. Hoy miro algunos ballets contemporáneos, por ejemplo, brasileños… Las redes nos abrieron una ventana al mundo, podés ver cada cosa.
¿Es de bailar en las fiestas?
No, en fiestas no.
¿Por qué? ¿Solo baila folclore?
No, tropical también, pero no lo bailo en fiestas. Cuando pienso en fiesta, pienso en una celebración donde el objetivo es ir a bailar. Yo soy más espontáneo. Ahora también bailo con mis hijos, que me enseñan las cosas nuevas. Nos divertimos.
Es bautizado, tomó la comunión y fue monaguillo. ¿Cómo es su vínculo hoy con la religión?
Mejor que hace unos pocos años. Lo que pasa es que la espiritualidad la empezás a valorar en algún momento. Yo me distancié de la actividad religiosa hasta el punto que hoy me considero agnóstico.
¿Y por qué se distanció? ¿Se peleó con la religión en algún momento?
No, pienso que tiene que ver directamente con mi enganche con la política. Imagino que mi vínculo con la religión tenía más que ver con la vida en comunidad y cosas que disfrutábamos en aquellos años. Y después aparecieron otras alternativas. La actividad política fue una, la actividad social. Pero de verdad empecé a dimensionar de nuevo que es esencial el mundo de la fe, o que la gente que está con esa experiencia tiene una ventaja. Los procesos o las comunidades que encaran el tema de las adicciones a través de la fe logran cosas milagrosas. No sé si es lo más correcto, pero yo voy a los hechos. Mirá que ha pasado agua bajo el puente, y vos ves que la sociedad se deteriora, y que hay unos agujeros que no los llena nada, y que hay ludopatía, alcohol, droga. Y algunas experiencias religiosas trabajando ese tema encuentran con la fe una conexión con esto tan humano. Entonces, ahí hay algo que tiene que ver con nosotros, con la especie. La religión o la religiosidad es inherente a la especie. Es antropológico.
¿Hace terapia?
No. ¿Cuándo vas a empezar a hacer terapia?, me lo preguntan varios y varias.
¿Y cuándo va a empezar?
Bueno, dejame ver. Eso es lo que digo siempre. Tendría que haber hecho, no tengo duda, pero hay algo ahí.
¿Va al gimnasio?
No, no, no. Es peor que lo de la terapia. Me aburre el gimnasio. A mí me gusta jugar. Si me decís de jugar un fútbol 5… ¿Sabés lo que no tengo en mi barrio? Frontón. Me encanta. Cuando era joven jugábamos, pero en Salinas no hay ninguno. Me aburre salir a correr. Tengo una bicicleta divina y no salgo. Es un gran debe que tengo, además de la terapia (ríe).
¿Se considera una persona competitiva?
No sé. Te tendría que decir que no, pero no sé (piensa). ¿Qué quiere decir? ¿Si me gusta competir?
Si le gusta ganar.
Sí, claro, sí. En deporte. Porque si lo llevás a la dimensión política es otra cosa. Porque ahí estás hablando del tema del poder, y el ganador-perdedor, cuando se trata del poder, es muy riesgoso. Cuando tenés una vocación republicana, siempre tenés que buscar que en todo tu proceso de avance y de logros ganar-ganar sea lo que prime. Pero como la dinámica electoral es ganar-perder, entonces es un mundo complejo y distinto. Porque cuando tú ganás en el plano de lo político, electoral, en realidad lo que hacés es ganar la legitimidad que te da la ciudadanía para asumir una responsabilidad. Tú no le ganás al otro, ganaste el derecho o la obligación de asumir una responsabilidad. Es distinto cuando miro un clásico, ahí no hay dos lecturas. Por lo general me va mal, sobre todo en los últimos meses, o años.
¿Va a ir al próximo partido de Peñarol de la Copa Libertadores?
A Brasil ni loco, pero a la vuelta capaz que sí.
¿Es socio de Peñarol?
No. Me hice socio una vez y nunca vinieron a cobrar la cuota. Pero siempre algún amigo me invita.
Hace años fue el profesor elegido por los alumnos para acompañarlos a participar en el programa de televisión argentino Feliz domingo para la juventud. ¿Cómo fue la experiencia?
Era divino estar ahí adentro, porque tenías una libertad… ¿Te acordás cómo era? Que estaba la tribuna, (el conductor Silvio) Soldán. El tema es que estaban todos los gurises ahí y podías recorrer el canal, ir y venir. Y era toda la tarde. Nos divertimos mucho. Una de las pruebas que tenían era bailar una coreografía y a nosotros nos tocó tango. ¿Con los argentinos ir a hacer tango? Y yo hice la coreografía. Elegimos Balada para un loco. Pero ¿sabés lo que les tocó a los que nos ganaron? La locomotora llega a la estación. Música infantil. Y venían con un tren. Nos pasaron por arriba. Nos ganaron con música infantil. Pero a estos no les importaba nada, disfrutaron como unas bestias.
¿Cómo ve a los adolescentes hoy? ¿Cree que cambió la situación desde que daba clases hasta ahora?
Sí. Lo que pasa es que la sociedad cambió. Yo no soy de los que consideran que todo cambió para mal. Pero es un mundo un poco más cruel. Es como que en aquellos tiempos, si quedabas a un costado del camino, era más fácil recuperar o que te levantaran y siguieras. Hoy no sé si es un tema de velocidad de las cosas o qué, pero es más frecuente ver gente que cae y que no levanta. Igual, pensando en gente de mi generación, incluso un poco mayores, mucha gente se perdió. Cuando digo “se perdió”, digo que terminaron en soledad. Hoy como que te agarra más temprano, porque la cantidad de estímulos y de desafíos que un gurí tiene son enormes. Y así como tiene un montón de estímulos y desafíos, tiene también agujeros por los que caerse, muchos más. No doy clase, pero veo cada vez más eso de la depresión, es un dato de la realidad, y que los dispositivos que históricamente hemos tenido para resolver eso no están dando resultado. Yo fui adscripto, y en la adscripción veías todo, pero todo ha avanzado muy rápido y hoy tenés que estar bastante más alerta, porque los derrapes son más frecuentes. Pero no creo que todo sea para peor. Hoy, ellos pueden prender la tele, poner YouTube y ver al ídolo del momento. Mis hijos tienen 11 y se dan el lujo de mirar lo que quieren y disfrutan. Y eso está bien. O tienen que hacer un deber y: “Salí, papá, dejame”; agarran ChatGPT y lo hacen. Y vos quedás como un antiguo. Entonces, ¿está todo mal? No, el tema es que los dispositivos de la sociedad para resolver la contención de nuestra gente se quedan atrás, como todo es tan rápido.
¿Cómo fue ser padre de mellizos a los 45?
Divino. Imaginate. Siempre es divino, pero después de tantos años —e incluso de trabajo para poder lograrlo, porque no nos fue fácil, fue asistido—, doble éxito. Yo digo que los que tenemos hijos a partir de fertilización asistida tenemos la suerte de que los nueve meses son nueve. Porque estás viviendo el proceso desde antes, y cuando tiene éxito lo sabés desde la hora cero, no te perdés ni una semana. Y ahí estás comiéndote las uñas. Entonces, también tiene su sabor.
¿Le preocupa la seguridad de ellos, pensando sobre todo si resulta electo?
Sí, claro, si soy presidente y si no, también. Ahora incluso, y como intendente, pero lo resuelven bien. Aparte, vivimos en un lugar donde es muy normal que la gente sepa de hace años que yo, que soy intendente desde hace 10, vivo ahí. Y ellos van a la escuela, se vinculan. Pero es un tema que preocupa, claro, porque no eligieron lo que yo elegí. Se comen ese garrón.
¿Van a escuela pública o colegio privado?
Pública.
¿Cómo se vivió puertas adentro de su casa la denuncia falsa de Paula Díaz, la trabajadora sexual trans, en marzo de este año?
Con mucha tranquilidad. Fue tan grande el disparate que un día se habló, y seguimos adelante. Pero también te lleva a varias cosas. Una, valorar lo que tenés. Segundo, estar más alerta. Y también, valorar lo que implica la vida privada de todos, también la de mis adversarios. Con eso no se juega jamás. Jamás. Por suerte, con algunos de otros partidos lo hemos podido hablar, y eso me deja tranquilo.
¿Quién cuidó de sus papás en la vejez?
Mi hermana, porque es como es, y es 100 puntos. Pero además yo vivía en Salinas y ella vivía en Canelones. Y claro, los últimos años de mi viejo me agarraron en la actividad de la intendencia. Pero no hay justificación ni excusa. Ella le puso toda la fuerza, porque es de oro.
¿Es feminista?
Desde mi concepto de feminismo, sí. Creo que es una lucha no solo justificada sino necesaria, y que no para. Lo que pasa es que hay feminismos con los que de repente no comparto absolutamente todos los puntos. Pero sí, sin duda. Además, el haber estudiado Historia me sirve. Una de las luchas más brutales, duras y por momentos exitosas del siglo XX fue el feminismo. Mucho más que otras luchas, porque lograron cosas y no se volvió atrás.
¿Cómo manifiesta ese ser feminista?
Escuchando y aprendiendo. Porque yo he aprendido. Por ejemplo, no soy feminista en el lenguaje. Soy, pero no al extremo.
¿El lenguaje inclusivo?
Seguro. Yo entendí por qué es uruguayas y uruguayos. Está bien. Es natural, lógico. Pero la deformación del idioma me cuesta, aunque entiendo el porqué. El sentirse integrado es parte esencial, aunque no se logre la integración total. Además, mi vida fue con mis tías, mis abuelas, mi madre, mi hermana; desde su punto o desde su enfoque, vi y sentí la injusticia de la discriminación. Igual, en zona rural vi mucho matriarcado. Las veteranas, con aquellos pañuelos, eran de carácter fuerte, pero en la vuelta siempre te encontrabas con que había cosas de hombres y cosas de mujeres.
¿Quién hace las compras del supermercado en su casa?
Indistintamente, Laurita o yo.
¿Va con lista?
Somos muy de ir sobre la marcha.
Sus papás fueron muy longevos, ¿cómo se imagina su vejez, cómo se visualiza?
¿Vos sabés que no me visualizo? Nunca me lo pregunté. Te puedo decir lo que quisiera, y es acompañar el proceso de vida de la gente que quiero. Creo que de ahí aparecen los temores también. Después de que tenés hijos o sobrinos, aparece otra generación de tu familia, y aparece la interrogante de hasta dónde podés acompañar el camino, que sabés que son caminos que se solapan. Haber llegado, por ejemplo, a los cincuenta y pico largo conviviendo con mis padres, es un don maravilloso, porque además ellos pudieron conocer a mis hijos; la vida nos permitió esa maravilla. Si miro para adelante y pienso si en mi caso será igual, yo creo que no, porque mi paternidad arrancó bastante más tarde. Entonces, me digo: “Bueno, donde estés, acompañá”.
¿Qué cosas lo desvelan?
La injusticia, de verdad, en toda su forma. El cuánto podés hacer por transformar esas cosas que para vos son simples y que las tendrías que transformar. Y en esto de la política, por supuesto, cobra otra dimensión (piensa). El poder andar por nuestras calles, por nuestras ciudades tranquilos. Es una cosa que yo disfruté mucho. En mi barrio jugábamos fútbol en la esquina. Yo iba a la escuela solo. A mis hijos los llevábamos todos los días. Entonces, disfrutar de tu entorno sin temor, esas son las cosas que me preocupan y desvelan.
¿Qué es lo último que hace antes de dormir?
Miro tele con mis hijos. Vemos una peli, un pedazo de una serie; es como un ritual. Miro la hora y digo: “Uh”, pero ellos hicieron el aguante para que yo llegara, y es la excusa para compartir algo. Ellos me esperan hasta cualquier hora; la otra noche, dos y media estaban ahí. Venía del litoral, les mandé mensaje, “acuéstense”, pero cuando llegué estaban ahí, atrás de la puerta.