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La sede de la Embajada de Francia se renovó y vuelve a su esplendor original
En la última etapa de la reforma de la casa Buxareo, ubicada en la esquina de las calles Uruguay y Andes, se recuperó un sector del cielorraso y el gran vitral que cubre el techo de una de las salas
Toda casa necesita cada tanto alguna reparación. Una grieta que filtra agua, una mano de pintura, alguna mancha de humedad se convierte en dolor de cabeza de los dueños del lugar que tienen que soportar ruidos, polvo e infinidad de inconvenientes por no poder usar determinados espacios. ¿Qué puede pasar con un lugar construido hace 140 años? ¿Cuántas necesidades puede llegar a requerir? A eso se enfrentaron los integrantes de la Embajada de Francia en la sede diplomática conocida como la casa Buxareo, ubicada en la esquina de las calles Uruguay y Andes.
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La emblemática construcción, patrimonio de la ciudad, perteneció a Félix Buxareo y su esposa, pero pasó a ser propiedad de la Arquidiócesis de Montevideo cuando fallecieron sus propietarios originales, quienes se la dejaron a la Iglesia católica. En 1902 se convirtió en residencia oficial del por entonces arzobispo de Montevideo, monseñor Mariano Soler, pero en 1921 fue adquirida por el Estado francés, y partir de 1922 inició su funcionamiento como embajada. En ella llegaron a vivir los primeros diplomáticos de ese país.
Según relató a Galería el actual embajador Jean-Paul Seytre, el lugar siempre fue mantenido para evitar grandes deterioros, pero este año se terminó una gran etapa: la recuperación de un sector del cielorraso y la del gran vitral que cubre el techo de una de las salas. Este último fue colocado veinte años después de la adquisición de los franceses y fue construido por Arturo Marchetti. Este artista milanés dio a la embajada una mezcla ecléctica entre el estilo gótico, el art déco y el art nouveau. Marchetti murió en 1958 en Montevideo, no sin antes intervenir en la decoración, por ejemplo, del Palacio Legislativo, donde creó 28 ventanales de estilo grecorromano, combinando 82.000 piezas de vidrio en cuatro motivos diferentes.
En la sede de la embajada francesa la colocación del vitral recuperado marcó la última etapa de una restauración que abarcó grandes sectores del techo, incluyendo las claraboyas. Una de ellas conservó su estilo original y la otra, justo al lado, dio lugar a una impronta más moderna. Ambas, al igual que la que está por encima del vitral, tienen aislamiento térmico, lo que hace a la sede un lugar más confortable.
El edificio, de valor patrimonial, es un buen ejemplo de lo que era una casa burguesa de finales del siglo XIX. Con la historia de la casa en la cabeza, Seytre, al llegar a Uruguay, habló con el arzobispo de Montevideo, Daniel Sturla, que sigue conservando algunos de los muebles originales. Una de las particularidades de la casa es que tiene una capilla, de la que no se sabe si fue construida por la pareja Buxareo o creada cuando el lugar era parte de la Iglesia. En la actualidad es un salón vacío, respetando la laicidad del gobierno francés. De todas formas, las refacciones dejan ver los frescos que quedaron por debajo de las distintas capas de pintura que se dieron a lo largo de los años.
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Jean-Paul Seytre, embajador de Francia
Adrián Echeverriaga
“Es un conjunto patrimonial. Para mí, como embajador, es importante cuidarlo”, sostuvo Seytre. En 2022 celebraron los 100 años de la sede y como es ya costumbre se abrió para el Día del Patrimonio, cosa que este año no se pudo hacer por las refacciones. El embajador espera que el año que viene pueda nuevamente ser expuesta al público.
“Es un desafío mantener un edificio así. Pero es nuestra responsabilidad y queremos hacer obras para mantenerlo”. Sobre el proceso, afirmó que al acaparar obras importantes se producen modificaciones en las costumbres de los empleados, ya que el edificio nunca dejó de funcionar. Muchas veces debieron usar protección contra el polvo o los ruidos, como mascarillas o cascos especiales.
Para encontrar a los restauradores capaces de realizar estas tareas se contó con la colaboración del equipo de la empresa constructora contratada, bajo la vigilancia de los profesionales franceses ocupados de mantener el patrimonio de las oficinas de todo el mundo. En este caso, la sede regional se encuentra en Brasil, por lo que se recibió a una delegación de Río de Janeiro.
Ruben Freire, encargado de la reconstrucción del vitral, aseguró a Galería que las dificultades no fueron tantas, ya que se encontraba en buenas condiciones. Se hizo una limpieza, se cambiaron piezas pintadas y se procedió al refuerzo de las uniones de plomo soldado con estaño. Además, lleva unas varillas de hierro que no dejan que el vidrio se venza.
Para desarmar un vitral se enumeran las piezas o paneles (formados por varios vidrios de colores unidos por una aleación de metales) y se retiran con cuidado de que no haya soldaduras entre ellos que las puedan dañar. Como están simplemente colocados sobre una estructura debajo de la claraboya, no son difíciles de poner y sacar, pero hay que tener especial cuidado porque son grandes y requieren una mano experta. En este caso, se trató de más de 200 paneles.
Freire lleva 55 años de trabajo y no se define ni artesano ni artista, es vitralista. Aprendió la profesión de su padre, que trabajó directamente con Marchetti durante 10 años, y espera poder heredar el oficio a sus hijos.
Por su parte, el arquitecto Diego Neri fue uno de los encargados de la reconstrucción, pero la dirección de obra la realizó el arquitecto Luis Rodríguez Tellado. Neri, integrante de la empresa constructora contratada (Sinergia), sostuvo que las tareas se iniciaron a principio de este año por lo que no fue una obra demasiado larga. “Se trata de trabajos estructurales, muchos de ellos que no se ven, como la impermeabilización. Hemos restaurado el plafón en el salón de honor (el cielorraso) que estaba muy venido a menos, con problemas estructurales”. Lo que sí calificó como complejo fue la convivencia con los funcionarios, ya que en la obra estuvieron trabajando más de 40 personas durante ocho meses. “Toda la coordinación con la embajada fue compleja”, en especial en temas de seguridad. “Siempre un edifico de esta edad tiene cosas para hacer, pero se trata de una construcción de mucha calidad y está en muy buen estado”, dijo Neri.
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Restauradora Cecilia Castelló
Carlos Pazos/BVS Restauraciones
En el cielorraso trabajaron cuatro personas, una de ellas fue Cecilia Castelló, quien hace más de 15 años que realiza restauraciones arquitectónicas. Una de las dificultades más grandes que encontraron fue el grado de variedad de elementos, ya que se trata de una moldería barroca. Lo primero que hacen al enfrentarse a este tipo de tarea es evaluarla desde el piso, pero al acercarse al techo se encontraron con un panorama peor de lo que podía verse a simple vista. “Había sectores con filtraciones de agua. El yeso estaba disgregado (se deshacía) e incluso había pequeños faltantes de las molduras”, comentó.
La tarea se dividió en dos partes, la primera fue determinar el color original y ubicar las partes en las que se había colocado oro. Para llegar a la pintura original se retiraron tres capas en total. La labor fue manual y se hizo con bisturí, no se usaron lijadoras ni removedores de pintura. “Fue todo minucioso y manual”. Para el color se realizaron cateos, “las personas que intervinieron antes trataron de mantener la paleta”. Para la pintura se eligió una empresa uruguaya para que la embajada en el futuro pueda volver a pintar con esos mismos colores.
Muchas de las molduras habían perdido las aristas, por lo que también se tuvo que recomponer para recrear lo que había sido la forma original. En las figuras decorativas, como leones y perros, se sacaron moldes y se trabajó a nivel de piso para después colocarlas.
De esta manera, una casa construida hace 140 años recuperó su esplendor original, que puede disfrutarse tanto en recepciones y visitas patrimoniales, como en la rutina habitual de una sede diplomática.