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Un Montevideo diferente: secretos del urbanismo para quienes saben observar

Montevideo insólito y secreto, una de las guías de Jonglez sobre ciudades del mundo, invita a recorrer la capital uruguaya a través de detalles poco conocidos y curiosos

La palabra insólito viene del latín insolitus, que significa “no acostumbrado”, lo que deja lugar a que también pueda tratarse de algo cotidiano pero visto desde un ángulo que descoloca. Justamente sobre eso trata el libro Montevideo insólito y secreto, una propuesta que explota al máximo la fórmula objeto ordinario en contexto inesperado, partiendo de que todo es una cuestión de perspectiva.

Escrito por Ana Inés y publicado por Jonglez Publishing, es un libro pensado tanto para extranjeros como (aún más) para uruguayos que ya conocen la ciudad pero quieren volver a verla con una mirada más original y profunda. Contiene historias poco difundidas, detalles desapercibidos, misterios urbanos y rincones escondidos que despiertan la curiosidad de cualquiera.

portada Montevideo insolito
Montevideo insólito y secreto, de Ana Ines. Editorial Jonglez, 123 páginas, 990 pesos.

Montevideo insólito y secreto, de Ana Ines. Editorial Jonglez, 123 páginas, 990 pesos.

Esta guía no convencional forma parte de la colección Secret Guides de Jonglez, que ha editado guías insólitas de otras ciudades, escritas por sus habitantes, para locales y viajeros curiosos. La de la capital uruguaya incluye cosas extrañas, como una escultura donde cada tubo emite una nota diferente; históricas, como los restos del único episodio de la Segunda Guerra Mundial que se vivió en América del Sur (la batalla del Río de la Plata, que transformó al Graf Spee en un cadáver urbano); o imposiciones naturales, como aquella palmera centenaria que se erguía entre las gradas del estadio de Danubio.

Y aunque estas curiosidades no necesariamente resultan novedosas, al menos, para los uruguayos, el valor de Montevideo insólito y secreto está en cómo el libro muestra lugares por los que cualquier transeúnte ha transitado mil veces sin darse cuenta de lo que hay más allá. El trabajo rescata lo extraordinario dentro de lo cotidiano.

Lo extraordinario de lo cotidiano

Quizá no todo el mundo sepa que la expresión hincha de fútbol nació por la labor del primer inflador de balones del Club Nacional, Prudencio Miguel Reyes, talabartero que, a principios del siglo XX, además de armar las pelotas e inflarlas de forma manual antes de cada partido, durante el juego se paraba cerca de la banda a animar fanáticamente al cuadro para el cual trabajaba. La palabra hincha terminó siendo reconocida internacionalmente, incluso aceptada por la Real Academia Española.

Ese nivel de detalles curiosos aportan magnetismo a cualquier charla o lectura. Pero hay otros clichés sobre la narrativa local que, a fuerza de ser mencionados tantas veces en todas las guías, en todos los folletos, es más que predecible que salgan a la luz en oportunidades como esta.

Curiosidades “de manual” que este libro tampoco ignora. Por ejemplo, la “delirante” República de Parva Domus que exige su salida al mar, una especie de broma —que no es broma— diplomática con símbolos propios, como una bandera.

Ciudad Vieja mosaicos
Mosaicos esparcidos por las calles de Ciudad Vieja.

Mosaicos esparcidos por las calles de Ciudad Vieja.

También se menciona el conocido error del techo del Teatro Solís, que lleva mal escrito el nombre de Shakespeare. O al “hermano menor” del Palacio Barolo de Buenos Aires, el misterioso (por su simbología escondida y sus presencias paranormales) Palacio Salvo. Estos dos edificios, conocidos como “las columnas de Hércules” porque con sus faros iluminaban la entrada al Río de la Plata, fueron diseñados por el arquitecto italiano Mario Palanti, que, en su fascinación por la Divina comedia de Dante, le dio al Salvo una curiosa estructura de nueve pisos iniciales en representación de los círculos del infierno, un décimo piso como el purgatorio y siete niveles siguientes para los pecados capitales. A partir del piso 18, el paraíso y el empíreo. Y el piso 7, se sabe, es la casa de don Pedro, el espectro de José Salvo. Alto, elegante y bien vestido, siempre lleva un paraguas y resulta, por el momento, no solamente inofensivo, sino hasta cortés.

A la lista se suma la cripta del Señor de la Paciencia (o cripta del Cristo de la Paciencia y la Humildad), más conocida como las catacumbas de Montevideo, debajo de la iglesia de San Francisco de Asís sobre la calle Cerrito. Se trata de un santuario subterráneo iluminado por velas y con los muros cubiertos de plegarias anónimas —como “ayudame a encontrar el amor”— que volvió a viralizarse hace poco a través de las redes sociales.

Lo que nadie te contó de Montevideo

Montevideo también guarda curiosidades que se vuelven toda una novedad cada vez que alguien las redescubre, por más años que tengan. Sin tratarse de secretos, resultan insólitos justamente por provocar esa sensación de “¿y recién ahora me entero de esto?”. Como que el actual Espacio de Arte Contemporáneo (sobre la calle Arenal Grande), que supo ser la cárcel de Miguelete, todavía conserva el último paredón de fusilamiento de Uruguay —de finales del siglo XIX, cuando existía la pena de muerte— con los impactos de bala marcados y una frase de Platón: “El más desgraciado entre todos los hombres es el que no sabe sobrellevar las desgracias”.

No es novedad que la historia nacional se cuenta tomándose varias “licencias simbólicas”, como la estatua de Bruno Mauricio de Zabala (plaza Zabala), conocido como “el manco que fundó Montevideo”, que tiene las dos manos. Aunque el general perdió la derecha en la guerra de sucesión española y se dice que utilizaba una prótesis de plata, con la supuesta mano ortopédica esta estatua sostiene las riendas del caballo mientras que con la otra empuña un arma.

palomar
Biblioteca Popular Palomar de Cavia; una colección maravillosa dentro de un palomar en la calle Avelino miranda, junto al Hospital Británico.

Biblioteca Popular Palomar de Cavia; una colección maravillosa dentro de un palomar en la calle Avelino miranda, junto al Hospital Británico.

Pero no todo es para ver con lupa. Hay lugares enteros por descubrir que, aunque no cambian la historia, la cuentan, y son otra manera de recorrer la ciudad. En el barrio Reducto, por ejemplo, la galería Carulla parece un pasaje secreto: sobre la avenida Millán se abre un corredor techado, diseñado en 1924 como viviendas económicas, cuyo estilo, sin embargo, evoca un lujo discreto. Hoy, enrejada y de acceso restringido, se conserva como testigo de la vida cotidiana de un barrio obrero y comerciante, de ferias vecinales.

Las mismas ferias que camina la capilla itinerante del párroco Omar Franca-Tarragó, que pocos saben que existe; una furgoneta adaptada para ser espacio de oración y reflexión, con sillones, música religiosa y hasta un vitral, que se propuso recorrer los barrios de una población cada vez más laica.

La calle Ing. Maggiolo, en Punta Carretas, también recuerda la vida de los trabajadores, en este caso, de la empresa Montevideo Gas Company, a través de la resistencia de su última vivienda original al mejor estilo inglés victoriano, en medio de un barrio hoy tomado por la urbanización moderna.

Facultad de Arquitectura columna
La columna romana de la Facultad de Arquitectura.

La columna romana de la Facultad de Arquitectura.

Además, también están esas construcciones u objetos que podemos ver, pero nadie nos habló de ellos. Como la Biblioteca Palomar de Cavia (junto al Hospital Británico), un antiguo palomar de principios del siglo XIX, con ventanitas por donde entraban estas aves, en la que vecinos guardan desde finales de los años 90 unos 3.000 libros. O el Tubófono Opus II de la rambla Presidente Wilson, frente a las canteras del parque Rodó, una escultura sonora del artista alemán Lukas Kühne formada por más de 50 tubos metálicos que emiten notas diferentes y funciona como eco del oleaje, integrando el paisaje sonoro marítimo al paseo urbano.

También está la columna romana de la Facultad de Arquitectura, que rompe cualquier cronología. Pertenece al siglo II. Traída de Djemila (Argelia) y donada por Francia en 1938, es probablemente el monumento más antiguo de Montevideo.

Montevideo insolito
Vivienda de Carmelo Vergalito, en Montevideo, Paso Carrasco.

Vivienda de Carmelo Vergalito, en Montevideo, Paso Carrasco.

Puede pasar que no todo el mundo sepa que estas cosas están allí pero, una vez que se conocen, ignorarlas sería lo insólito. Por ejemplo, ¿quién se olvidaría de haber visitado la vivienda de Carmelo Vergalito en Paso Carrasco? Un lugar que desafía la frontera entre lo real y lo fantástico construido en la década de los 70 por este albañil, originario de la región italiana de Abruzo, con objetos descartados como ventanas, antenas, monitores de TV y partes de autos. De los primeros estandartes de creatividad y reciclaje, con estética naíf o kitsch, la casa de Vergalito se sigue ampliando y transformando por sus propias manos. Hoy, con más de 90 años, el hombre es conocido como un gran adelantado de la bioconstrucción y la sustentabilidad.

Lo cotidiano de lo extraordinario

Una cosa es el desconocimiento, no saber que cuál o tal cosa estaba allí. Otra muy diferente es saberlo, verlo todos los días y no prestarle atención. O, lo que es peor aún, olvidarlo.

Muchas cosas de Montevideo son deliberada y diariamente pasadas por alto, fragmentos de ciudad desapercibidos en la rutina que Montevideo insólito y secreto recopila, como las baldosas de Odín.

Entre los desparejos adoquines de la Ciudad Vieja, un creador anónimo —que se tomó la inadvertida delicadeza de trabajar por la noche— incrustó trozos de azulejos en las veredas para transformar el gris de las calles del casco histórico. O como el mosaico de Carlos Gardel que le sonríe a la calle Grecia del Cerro cansado de esperar una sonrisa de vuelta. Fue realizado hace más de 50 años por un vecino artista (autodidacta) que dedicó su vida a retratar próceres, artistas, hasta otros vecinos y escenas barriales, sin cobrar nunca por su trabajo. Su casa, Villa Anita, en el mismo barrio, está cubierta por otros mosaicos.

carlos gardel mosaico
Un muro cualquiera frente a una parada de omnibus en la calle Grecia.

Un muro cualquiera frente a una parada de omnibus en la calle Grecia.

Puede ser que la sutileza de un azulejo justifique caminar sin voltear a ver, pero ¿qué hay del portal de granito que se levanta para nada disimulado en mitad de 18 de Julio, a la altura de Vázquez? ¿Todo el mundo sabe que por allí pasó la copa del primer Mundial de Fútbol, en 1930, cuando Uruguay fue anfitrión y campeón?

Para muchas cosas, durante mucho tiempo no existieron placas ni carteles luminosos, pero un objeto urbano así de silencioso guarda toda la fuerza del nacimiento de la identidad futbolera del país, que no es poca cosa.

Es mucho lo que hay al alcance de la vista por lo que nadie pregunta. Así como son pocos los que conocen el nombre del islote rocoso que interrumpe la línea del horizonte desde la bahía de Montevideo. La isla de la Libertad, o isla de las Ratas, fortificación española, base británica, escenario de combates con Garibaldi y sede de la Aviación Naval uruguaya, hoy está consumida por la vegetación y los mitos fantasmales.

Siguiendo el recorrido rambla arriba, avistando la isla de las Gaviotas y la isla de Flores, los vecinos de Punta Gorda suben y bajan a la playa por escaleras diseñadas nada más y nada menos que por el reconocido arquitecto y urbanista suizo Augusto Guidini, miembro de la comisión para la conservación de monumentos de Milán, diseñador del jardín botánico de Verbania, Italia, y del Palacio San Felice di Monteforte, edificio de valor histórico y arquitectónico de Nápoles.

Un cambio de perspectiva también desde el urbanismo

En la Aduana de Oribe hay instalados unos caballetes blancos que invitan a experimentar el espacio público como un taller al aire libre; viendo a la gente pasar, de cara al viento, el salitre, bajo el cielo soleado o estrellado, y para completar la escena, descalzo sobre el pasto.

Una ciudad se puede vivir a través de los sentidos, “turistearla” tiene que ser una experiencia sensorial. Esa es una de las conclusiones que se desprenden del libro, que menciona lugares como la plaza Tiradentes y su diseño circular que genera un efecto acústico sorprendente: quien se coloca en el centro percibe el ruido de la capital como un sonido distorsionado.

vista aerea hombre vitruvius da vinci
En la periferia de Montevideo, sobre una de las playas al oeste (Punta Espinillo), un laberinto de 2.600 ruedas de camión dibuja al Hombre de Vitruvio de Da Vinci.

En la periferia de Montevideo, sobre una de las playas al oeste (Punta Espinillo), un laberinto de 2.600 ruedas de camión dibuja al Hombre de Vitruvio de Da Vinci.

Y aunque a priori se presenta como el sentido más inmediato, a la vista también hay que desafiarla. El cantero central de la plaza República del Ecuador, en Punta Gorda, tiene la forma exacta de la silueta de América del Sur. ¿Cómo se sabe? De la misma manera que se descubrió que en la periferia de Montevideo, sobre una de las playas al oeste (Punta Espinillo), un laberinto de 2.600 ruedas de camión dibuja al Hombre de Vitruvio de Da Vinci: cambiando de perspectiva al ver desde el aire.

Estos últimos casos son dos curiosidades de Montevideo bien representativas del mensaje que deja este libro: lo cotidiano puede transformarse en insólito según de dónde y cómo se mire, y la ciudad revela algunos secretos solamente a quienes saben observar.