Por su parte, Croatto dejó claro en su Instagram lo que significa para ella dirigir esta obra, incluso habiendo trabajado en grandes compañías de todo el mundo: “Delicia es la mejor obra y proceso artístico de toda mi vida”.
Doble historia
Para hablar de este estreno primero hay que remontarse a 2022, cuando todo empezó. Nicolasa Manzo y Oscar Escudero, ambos argentinos, son amigos de la infancia que coincidieron una vez más cuando llegaron a Uruguay para formar parte del Ballet Nacional del Sodre (BNS), entonces dirigido por Julio Bocca. Tras haber trabajado con población con discapacidad —él en propuestas del BNS, ella como psicomotricista—, surgió en ambos la misma inquietud: cómo generar una propuesta artística que lleve la inclusión y la diversidad de cuerpos al plano profesional, saliendo a la vez de la órbita de la rehabilitación y lo recreativo. Y sobre todo, cómo crear bajo esa impronta puestas en escena de calidad, capaces de enriquecer la programación de las salas.
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Adrián Echeverriaga
Así nació Primor, nombre que le dieron a la primera obra de este colectivo, estrenada en 2023 en el Sodre luego de haber obtenido un Fondo Concursable para la Cultura, lo que les permitió también iniciar el proceso de investigación necesario para producir el espectáculo. Tiempo después, Primor llegó a escenarios del interior y, más adelante, se presentó en el Teatro Solís.
Desde el inicio, el proyecto trascendió su valor artístico y tuvo impacto en el ámbito socioeducativo. “No era solo una obra para entretener, sino una experiencia que abría preguntas sobre inclusión y accesibilidad en la práctica, no tanto desde la teoría, porque ya está todo teorizado”, detalla Manzo. Por ejemplo, más allá de la diversidad sobre el escenario, surgió el desafío del acceso universal, que por momentos “parece inalcanzable”, apunta Escudero. “Cuando empezás a profundizar en la temática, descubrís que la investigación es infinita. Cada vez que hacemos algo encontramos nuevos detalles, porque claramente el ideal es que el acceso sea universal, pero también nos encontramos con la realidad al trabajar directamente con instituciones y salas importantes del país”, agrega.
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Adrián Echeverriaga
Uno de los objetivos, asegura, es que la accesibilidad implementada para la ejecución y presentación de esta obra quede instaurada en las distintas salas del país. “Si yo estoy promocionando una obra inclusiva, ¿cómo la voy a comunicar para que sea accesible?”, se pregunta Escudero, a lo que Manzo agrega: “Si vos incorporás audiodescripción a tu cartelera, que no sea solo para nuestra obra porque es con una población con discapacidad. Toda tu cartelera debería estar audiodescrita para que si una persona ciega quiere venir al teatro a disfrutar una obra de la Comedia, pueda hacerlo”.
Fue la exdirectora del Teatro Solís Malena Muyala quien se interesó desde un primer momento por el proyecto y les propuso darle continuidad más allá de la obra, lo que llevó a que el colectivo recibiera una residencia de creación en el teatro por el año 2025. “Somos el único colectivo de danza que está residiendo en el teatro este año. Pusieron a disposición los recursos para llevar a cabo la obra, además de la infraestructura. Estar en el teatro ya es hermoso, ellos aprenden de nosotros y nosotros de ellos”, apunta la bailarina y creadora del colectivo.
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Esta oportunidad, junto con otros apoyos recibidos (como del Goethe Institut, el Centro Cultural de España y la Fundación Itaú), les permitió redoblar la apuesta. Tras convocar a Croatto para dirigir la obra, en mayo de este año abrieron una convocatoria para ampliar el equipo de intérpretes —manteniendo a los siete que ya eran parte de Primor— a través de un laboratorio de cuatro días llevado adelante por la directora, en el que terminaron participando 23 personas. “Fue un llamado de audición, pero en vez de hacerlo en una jornada, hicimos un laboratorio de cuatro días”, explica Manzo. Para el llamado se valoró especialmente la postulación de personas en situación de discapacidad, minorías étnicas y LGTBIQ+. Otro requisito era contar con algún tipo de experiencia en artes escénicas.
A partir de este laboratorio, el grupo de siete intérpretes se amplió a 11, mientras que Primor pasó a duplicar sus integrantes de 10 a 20 personas, contando a diseñadores escénicos, técnicos, encargados de comunicación, entre otros.
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Adrián Echeverriaga
El equipo de base, formado en 2022, se conforma por personas que Manzo y Escudero consideraron con potencial. Por ejemplo, a Claudio Hernández, usuario de silla de ruedas, Manzo lo conoció dando talleres de danza en la Escuela Roosevelt. “Pensé: esto es un semillero de gente que danza pero después no tiene dónde seguir desarrollando ese saber”. Con esto, Manzo se refiere a otro de los objetivos del colectivo, que es brindar un campo laboral a personas en situación de discapacidad o minorías para que puedan desarrollarse y proyectarse profesionalmente.
A otros de los talentos, como Nicole Viera y Magdalena Cosco, los conocieron trabajando en la obra de danza inclusiva El hilo rojo, que llevó adelante el Ballet Nacional del Sodre en 2022.
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Aquel equipo inicial estaba conformado por bailarines profesionales y aficionados, con y sin discapacidad. En Delicia, el grupo ya no se destaca solo por ser inclusivo, sino por su diversidad en todo sentido. “Es la réplica de una comunidad. Eso nos permite tener intérpretes con un abanico mucho más rico e interesante”, asegura Manzo.
Creación y aprendizaje
Inspirada en El jardín de las delicias, tríptico del pintor flamenco el Bosco realizado entre 1490 y 1510, el espectáculo es “muy visual y sonoro” y remite al origen de la creación del mundo. “Hay grupalidad, está todo conectado pero te podés detener a mirar cada universo, y es un universo en sí mismo”, detalla Manzo. Al igual que en la pintura, en el transcurso de la obra los personajes transitan por las diferentes dimensiones del tríptico del Bosco: pasan por un paraíso, por la vida terrenal (un falso y engañoso paraíso) y también por el infierno. Delicia se presenta como una obra tan humana y terrenal como onírica y sobrenatural.
“En lo más concreto, el que está bailando y moviéndose de un lado está conectado con lo que está haciendo el otro en la otra punta, porque hay algo de lo que están haciendo que los va a llevar a encontrarse y construir algo juntos”, sintetiza la creadora del colectivo. Uno de los desafíos para los intérpretes fue, justamente, pasar por los diferentes estadios de un amplio abanico emocional y físico.
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Adrián Echeverriaga
Durante todo el proceso los bailarines recibieron entrenamiento de ballet, y se insistió especialmente en el compromiso y la puntualidad. “Obviamente pasamos por ese lugar, porque nosotros tenemos una concepción de cómo queremos que se vean las cosas, que está formada o deformada por el ballet”, señala Manzo.
Hubo momentos de tensión, sobre todo al inicio, durante el período de integración de un equipo que está conformado por “universos individuales” con diferentes prioridades, necesidades y personalidades. A esto se refiere Escudero: “Un desafío, sin lugar a dudas, fue mezclar universos. Pero cuando entendés la frecuencia, el código con el que nos estamos manejando acá, todo fluye. No hay día de ensayo que no salgas con una idea nueva en la cabeza. Desde letras en lengua de señas, o que una persona te diga cómo prefiere que le hables o qué necesita. Y todo eso se empieza a replicar. Eso engrandece todavía más lo artístico”, apunta. En esa línea, Manzo añade que desde que trabaja con población diversa se expandió “muchísimo” como bailarina e intérprete. “Esto es otra categoría que enriquece completamente tu arte”, asegura.
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Ellos se expanden y también lo hace el equipo de bailarines en escena, que se muestra cada día más profesional. Cada intérprete fue desarrollando su propio personaje, con sus particularidades, y forjando su impronta como artista. “Hay una evolución increíble de la primera obra a esta. Queremos seguir creciendo y seguir poniéndolo en el escenario”, asegura Manzo, que, junto con Escudero, proyecta llevar esta obra tanto al interior de Uruguay como al exterior.