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Lorena Pronsky habla sobre salud mental en su nueva novela: “La incapacidad de disfrutar es un síntoma, no un invento”

En su novela Loca la psicóloga argentina arremete contra los sistemas de salud que ningunean la enfermedad mental y una sociedad que prefiere no involucrarse

Editora de Galería

La psicóloga y escritora argentina Lorena­ Pronsky discrepa fervientemente con la cultura de la felicidad reinante. La industria de la felicidad —que mueve fortunas a través de libros, experiencias, merchandising­—, el individualismo que propicia la indiferencia por el dolor ajeno, las nuevas “pseudociencias” que prometen la resolución inmediata de patologías de salud mental son el blanco al que apunta en cada sitio en el que deja sus opiniones sobre salud mental: sus libros, sus charlas, sus redes sociales.

“Hay gente que hace un curso de un año o de meses y se presenta como constelador (de constelaciones familiares) sin entender o sin tener las herramientas para distinguir lo que es la salud de la enfermedad. Se pone frente a un grupo sin conocer la vida de ninguno, sin conocer los antecedentes clínicos, médicos, si lo que va a movilizar es capaz de despertar alguna patología dormida o generar algún brote psicótico, como ha pasado más de una vez”, dice Pronsky a Galería. A la psicóloga argentina, autora de Rota se camina igual y No amarás, le ha tocado atender pacientes desestabilizados por todo tipo de terapias alternativas.

Esta “happycracia” atenta, según la psicóloga, contra la recuperación de los pacientes con depresión. Si la felicidad es una decisión, quiere decir que es responsabilidad netamente de ellos conseguirla. Mientras tanto, el entorno los tilda de tóxicos, porque un enfermo mental “no es convocante”.

Pronsky, que ha atravesado sus propios duelos y cuyas experiencias han alimentado su última novela, Loca, entiende los “momentos oscuros del alma” como inherentes al ser humano, y en atravesarlos en toda su complejidad está, tal vez, el único camino a la recuperación. “Frente a pérdidas, duelos que tuve en mi vida, que fueron muchos, entendí que la única manera de poder callar la angustia­ era atravesarla; que esto no me convertía en una persona enferma ni débil ni incapaz de cumplir mi función como psicóloga o como escritora”.

La protagonista de Loca se llama Carola, también es psicóloga, también es escritora, y atraviesa una profunda depresión. En su historia, que empieza en el punto más bajo y continúa con el trayecto sinuoso de la sanación (que incluye perdonarse, perdonar, bajar expectativas, un cambio de enfoque en su sexualidad y vida afectiva, darse tiempo), hay un entorno que ayuda y que no ayuda (su psicólogo, su exmarido, sus hijos, sus amigas, su madre); hay obligaciones, rutinas mínimas, que se vuelven imposibles de cumplir; hay una crítica al sistema de salud, que falla y sigue fallando, que la culpabiliza de su condición, que ningunea la enfermedad mental. “Lo que quise que se entendiera en el libro es que la persona que está atravesando un cuadro de depresión mayor está sufriendo. La vida es un sufrimiento”, dice.

En la época del “me quiero a mí primero”, esta psicóloga se para en otro lugar, el de mirar al costado. “Nadie en su sano juicio puede estar ‘feliz’ si el de al lado se derrumba a pedazos”, sentencia en un post de sus redes sociales, quebrando una lanza por la humanidad y abriendo, con esas pocas palabras, una luz de esperanza.

¿Cómo repercute en una persona con depresión el positivismo extremo que tanto se ve, por ejemplo, en las redes sociales? Con todas las frases inspiradoras que plantean a la felicidad como una decisión.

Sí, la felicidad como un mérito propio. Quien no está en el tema o quien está en estado de vulnerabilidad no logra ver todo lo que se teje atrás. Si vos le ponés la responsabilidad de la felicidad al sujeto, ¿qué lugar cumple el Estado?, ¿qué lugar cumple el sistema de salud? Uno empieza a dejar de demandar o de pedir el acompañamiento del Estado, el acompañamiento del hospital público, el acompañamiento de un buen psiquiatra, de una buena red de contención, para asumir todas las culpas y cargos de que no es feliz porque no lo deseó lo suficiente, o porque algo habrá hecho mal. Y ahí empieza una búsqueda implacable de empezar a manifestar, de empezar a comprar libros de autoayuda, de ir a cursos que se dictan en el Tíbet de siete días para sanar heridas infantiles, por gente que no está formada, no está capacitada.

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Vergara, 315 páginas, 950 pesos

Vergara, 315 páginas, 950 pesos

¿Estás diciendo que hay un negocio detrás de todas estas promesas de felicidad?

Lo hay. Hay una industria, la industria de la felicidad. Uno empieza con un libro, después del libro sale un curso, después del curso sale una taza, después de la taza sale una agenda que dice: “Ríe…”, y uno cree, realmente cree, que al leer eso ya se va a sentir positivo, y la positividad es lo mejor visto, es la negación de la parte negativa, lo cual atenta contra la propia naturaleza humana.

Cuando Carola, la protagonista de la novela, se despierta después de intentar suicidarse, dice que siente el desprecio de los médicos por hacerles perder el tiempo. “Estoy quitándole una cama a un enfermo real”, dice. ¿Se sigue teniendo la idea de que las enfermedades mentales no son enfermedades o son menos importantes?

Sí. Es como si la salud mental fuera de segunda categoría, como que las enfermedades mentales no llegan a la importancia de una enfermedad con un dolor físico. Hay una creencia de que hay un beneficio secundario en quien falta al trabajo porque dice que tiene un cuadro de estrés; hay un supuesto rédito, como que quiere ser tratado con coronita, como dice Carola en el libro. He escuchado un montón de veces, no solo de pacientes míos, que han ido a una guardia con los síntomas de un ataque de pánico y no hay un psicólogo; un psicólogo no trabaja con emergencias. Quizá hay un psiquiatra de guardia, pero la respuesta es la nada: quedate tranquilo, volvete a tu casa que no te pasó nada, es un ataque de pánico. Se le da un cuarto de Rivotril y se terminó. Esa es la negación de la salud mental como parte del cuerpo y como el derecho que tiene el paciente a ser tratado como un paciente. Y esto sí es harto visto en hospitales públicos: el suicida es un egoísta, es una persona que no piensa en el daño que puede generar en el resto de la gente. Es como si fuera un llamado de atención (del paciente), y así empieza el libro, con la mirada cruda de la enfermera, esta cuestión de juzgar.

Carola pide en varios pasajes del libro las herramientas para vivir una vida que le dé ganas de quedarse, y no de irse. ¿Esas herramientas vienen de afuera? ¿Es terapia? ¿Es medicación? ¿Es el entorno?

La mayor incidencia de los suicidios tiene que ver con los cuadros de depresión. El punto es cuando uno se satura, cuando no le encontrás la vuelta a la situación, a vivir en este mundo con estas características. ¿Por qué se llama Loca el libro? Es una interpelación de quién es el loco. Ella dice: “Las pastillas me las estoy tomando yo, pero a lo que me están empujando es a una locura: a llevar a tres niños a tres actividades distintas a la misma hora, que el de atrás me toque bocina, que tengo que tener cuidado con que el de adelante no saque el palo y me mate; tengo que lidiar con mi exmarido, que me pide plata, que en el trabajo sucede una situación de hostilidad donde se violan los derechos de los pacientes. Entonces, si vivir es esto, quiero desaparecer”.

Lo que le pasa al depresivo es que tiene un déficit químico en la incapacidad de disfrutar. ¿Qué es la vida para una persona que no puede disfrutar? Sumado a esto, a veces los antidepresivos te quitan el deseo sexual­, te bajan la libido. Entonces es una persona que está muy limitada en el plano de la satisfacción. Lo que le pasa al depresivo es que tiene un déficit químico en la incapacidad de disfrutar. ¿Qué es la vida para una persona que no puede disfrutar? Sumado a esto, a veces los antidepresivos te quitan el deseo sexual­, te bajan la libido. Entonces es una persona que está muy limitada en el plano de la satisfacción.

Es más, ella dice: “Me da lo mismo ir a un convento o irme a otro país o morirme; pero si me voy a otro lado, me van a ir a buscar para que vuelva a cumplir con todo esto”. Lo que ella pide es que alguien le diga cómo vivir en esta selva­ sin jugar con esas reglas, porque no quiere. Por eso explota cada tanto, y va acumulando bronca y nervios y angustia, y de repente se le soltó el perro al vecino y ella explota con una carga emocional totalmente desajustada; venía cargando y cargando y un día explota. Es lo que le pasa a mucha gente cuando es presa de un estado de conmoción violenta. El resultado de cuando las mujeres viven una situación de violencia de género en la familia, cuando llega un día que mata al marido, bueno, hay que ver lo que venía aguantando y el psiquismo de esa mujer, cómo llega. Cuando ven en la muerte, en la eliminación del otro, la única salida posible, sin importar si va a terminar presa o en un manicomio, es zafar del dolor.

¿Qué puede hacer una persona que atraviesa una depresión para empezar a sacar la cabeza?

Y ahí aparece esta idea de: el mundo no lo vas a cambiar, pero sí tu espacio, tu baldosa. No es que te venga a resolver tu mundo interior, pero, como le dice el psicólogo a Carola, podés empezar a armarla para hacértelo un poco más fácil, y lo más fácil ya te calma un poco. Yo creo que nos pasa a todos que cuando te peleás con alguien, con un novio, con una pareja; cuando fallece un ser querido y te resistís a eso, aparece el sufrimiento. Pero cuando entendés que esto es parte de la vida, que es parte inevitable y que vas a llorar y que te va a doler, como que dejás entrar esa angustia y esperás el día en que empiece a salir el sol. Es lo que le pasa a Carola, que un día, de repente, se ve riéndose con una amiga y volviendo a la vida de a poco. El problema con estas teorías de la happycracia es negar el dolor. Con el movimiento feminista se habla mucho de la inclusión, pero uno puede pensar la inclusión desde muchos lugares. Y para mí la salud mental vale también en este sentido porque se discrimina al loco, al depresivo, al “tóxico” y todas las etiquetas que le vamos poniendo a aquel que no nos sirve o se autoaísla. No es convocante la angustia. No cualquiera tiene ganas de mancharse con tu angustia, con tu dolor. Cuando se niega el dolor aparece eso de que la responsabilidad de ser feliz está en uno, y esa idea de que “si está mal es porque quiere, entonces dejalo, que se la banque”.

Antes, en la época de Freud, digamos, el sujeto característico era el que se reprimía; hoy ¿quién se reprime? Cuanta más libertad tenés, mejor, y esto es lo que se ve. Los consultorios abundan de pacientes con trastornos narcisistas. Vivimos en una sociedad narcisista, de consumo. ¿Está favorecida por el medio? Sí, claro, “pensá en vos, primero vos, cuidate vos, amate vos; si no te amás a vos mismo, no sos capaz de amar al otro”. Y todas esas cosas que uno compra como verdad: me tengo que cuidar, me tengo que dar un tiempo para mí y pensar primero en mí, segundo en mí y después, entonces, voy a poder querer al otro”. ¿Dónde piensan que se construye la autoestima si no es en la interacción con el otro?

¿Hay una indiferencia hoy por el dolor ajeno?

Las relaciones de hoy son un toco y me voy. Un libro, que se vendió en Argentina, decía que tenés que tener como cuatro salientes para que ninguno te consuma la ansiedad de manera absoluta. Y cuando uno se baja, te queda el otro, y así... Esto está escrito, y el libro estuvo entre los más vendidos. Entonces vemos pacientes que no hacen duelos, y no es porque lo resuelven distinto, no hacen duelo porque no se pueden involucrar, porque no quieren sentir. Porque sentir te puede volver una persona vulnerable y es mejor seguir de largo. Y todo va hacia una deconstrucción, pero no se entiende qué es lo que tenemos que deconstruir y qué es lo que se va a armar después de la deconstrucción.

Vivimos en una sociedad narcisista, de consumo. ¿Está favorecida por el medio? Sí, claro, “pensá en vos, primero vos, cuidate vos, amate vos; si no te amás a vos mismo, no sos capaz de amar al otro”. Y todas esas cosas que uno compra como verdad. Vivimos en una sociedad narcisista, de consumo. ¿Está favorecida por el medio? Sí, claro, “pensá en vos, primero vos, cuidate vos, amate vos; si no te amás a vos mismo, no sos capaz de amar al otro”. Y todas esas cosas que uno compra como verdad.

Ahora es patear todos los mandatos, que está bueno, hay algunos que hay que revisar, pero ¿hacia dónde? Tenés a los pibes que van y vienen, que prueban, que ya no tienen ni perspectiva de construcción de nada. Es todo a corto plazo, la gratificación inmediata, el consumir, las compras, el juego. Todo se consume, hasta las personas. La relación es eso, es consumir al otro. Y creo que uno de los trabajos que hace Carola es entender esto que le enseña el psicólogo, de que una cosa es consumar un encuentro y otra cosa es consumirlo. Hoy, si a partir de las redes sociales llegás a concretar un encuentro sexual, ya está, ya no necesitás ver al otro, ya lo destruiste en ese acto de amor. El otro te viene a confirmar que estás deseando y que sos deseado. Pero el encuentro no es lo que prima.

Todo es tan vertiginoso que siempre hay algo, alguien más para consumir después.

Ese es el chiste. Como siempre podés ser más feliz de lo que sos, la búsqueda no termina nunca. Porque la felicidad está ligada a tener, a la abundancia. El ser abundante tiene que ver con ser exitoso. Ser exitoso tiene que ver con tener plata. ¿Cuántas veces vimos que quien lo tiene todo termina estrellándose contra una pared justamente porque lo tiene todo y le falta la falta? He escuchado (en el escenario de un teatro) decir: “Lluvia de dinero, lluvia de dinero”; había que decirlo para que viniera el dinero, y mucha gente lo repetía. Esto habla de la locura en la que estamos. ¿Quién te asegura que la lluvia de dinero te va a alcanzar, digamos, para la felicidad? ¿Y qué es la felicidad, además? Porque hay un tipo que es feliz en la India, meditando, sin nada, totalmente desapegado. Y para mí, en lo particular, la felicidad tiene que ver con un estado de paz, de estar tranquila. Y capaz que para el otro tiene que ver con desarrollarse en el trabajo. Es tan subjetivo el criterio de felicidad.

¿Todo el mundo es capaz de sentir felicidad?

Justamente lo que le pasa al depresivo es que tiene un déficit químico en la incapacidad de disfrutar. ¿Qué es la vida para una persona que no puede disfrutar? Sumado a esto, a veces los antidepresivos te quitan el deseo sexual­, te bajan la libido. Entonces es una persona que está muy limitada en el plano de la satisfacción, que quizá tiene un pico de alegría o un buen momento, y eso es a todo lo que puede aspirar. Y tiene que aprender a convivir con eso, entendiendo que la enfermedad que le tocó es esa en la rueda de la vida, con expectativas de que el día de mañana la ciencia avance de verdad y exista un medicamento que cubra toda la sintomatología. Pero la incapacidad de disfrutar es un síntoma, no es un invento que se hizo para llamar la atención. ¿Quién no quiere disfrutar?

Cada uno da lo que puede o lo que quiere. A mí me pasaba lo mismo con mis papás, yo sabía que cada uno estaba para cosas distintas. Y con las amigas pasa lo mismo. Está la que sabés que es incondicional, la que es para la joda, la que es para contarle cosas que solamente le podés contar a ella. No pasa nada si el otro no puede dar eso que vos necesitás. Cada uno da lo que puede o lo que quiere. A mí me pasaba lo mismo con mis papás, yo sabía que cada uno estaba para cosas distintas. Y con las amigas pasa lo mismo. Está la que sabés que es incondicional, la que es para la joda, la que es para contarle cosas que solamente le podés contar a ella. No pasa nada si el otro no puede dar eso que vos necesitás.

Entonces, cuando de afuera viene esta cuestión de “querer es poder”, imaginate a alguien que carece de esta hormona, o de varias hormonas, que le apunten con esa flecha. Por eso el libro también ayuda a interpelar: ¿quién está mal? El que encaja en esto, que es una locura, o el que dice: “Yo así no quiero vivir, no quiero jugar ese juego”. La protagonista de Loca elige estar tranquila, sola, que sus hijos estén en casa, compartan con ella, que no vayan y vengan a 500 actividades. Ella empieza a sanarse, por decirlo de alguna manera, con el estar en una plaza, tocando el pasto y estando tranquila ahí, con un rodete y un jogging. Nos pasa a nosotros eso de llegar a casa y querer sacarnos todo este disfraz. Entonces vos decís: “¿Cuántas horas en el día sufrís para llegar a tu casa y ser feliz?”. Esto tiene que ver con un sistema perverso que te obliga a trabajar, suponete, en relación de dependencia, 12 horas, a teléfono abierto, por un sueldo de porquería. Y seamos honestos, también está el factor suerte. A mí me contrataron las editoriales porque estaba escribiendo en las redes sociales, subí un escrito, y me leyó la persona que me tenía que leer. Se dieron un montón de situaciones. De circunstancias. No es cien por cien mérito. ¿Cuántos escritores hay que están escribiendo hace años y mandan a las editoriales y les rechazan los escritos? O ni siquiera los leen. Hay mucha gente meritoria que no está donde debería estar. No todos tenemos acceso a todas las oportunidades.

¿Qué tan importante es el entorno en la recuperación de un paciente con depresión?

Superimportante. El entorno es el 50% en cualquier enfermedad. Yo creo que esto del entorno tiene que ver con las expectativas versus la realidad. Carola, por ejemplo, ¿a qué madre estaba esperando el día de su cumpleaños? ¿La que fue a saludarla, que la vuelve a posicionar en un lugar de frustración y de angustia? ¿La misma madre que tuvo siempre? ¿Quién se imaginó que iba a venir? Creo que cuando ella empieza a visualizar al exmarido que tiene, la hermana que tiene, las amigas que tiene, las que pueden y las que no pueden estar, deja de esperar. Y cuando deja de esperar todo es un regalo.

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Para algunos es difícil ese ejercicio de bajar las expectativas.

¿Nunca probaste? A mí me resirvió, me resirve. Ahora estoy acá (en Montevideo) como cinco días. Tengo tres hijos, mellizos, trabajo en una empresa. Me subí al barco y no tuve tiempo de pensar, no llegué a imaginarme nada. Y la pasé rebién porque no esperaba nada. El sábado estuve en Punta del Este con una amiga que vive ahí, que me dijo: “Te paso a buscar”. Y entonces decís: “Gracias”. Al universo, gracias a mi amiga, al encuentro, a la consumación del encuentro.

En un vínculo con una amiga, tu amiga es la que es, es la que hay, y vos sabés qué amiga es, y cómo es con vos en circunstancias en las que la necesitás. ¿Qué esperar de quién? ¿Para qué pedir a alguien algo (que no puede dar) cuando puede estar para otra cosa? Yo soy una madre que me cuesta jugar. Entonces, cuando vienen los chicos con el Ludo, les digo: “Por favor, no, esa parte la hacen con papá. Conmigo charlemos, aprendamos, miremos pelis, les doy una mano con la escuela, inviten amiguitos”; pero me ponés un juego de cartas, un dado y me muero. Y supongo que con el papá será lo mismo, no van con el cuaderno de Lengua para que les explique. Cada uno da lo que puede o lo que quiere. A mí me pasaba lo mismo con mis papás, yo sabía que cada uno estaba para cosas distintas. Y con las amigas pasa lo mismo. Está la que sabés que es incondicional, la que es para la joda, la que es para contarle cosas que solamente le podés contar a ella. No pasa nada si el otro no puede dar eso que vos necesitás. ¿Te lo dará otra amiga? ¿Volverás a buscar adentro tuyo? Yo qué sé, pero qué obligación tiene el otro de cumplir con tus expectativas.

Es todo un trabajo interior.

El trabajo interior es fundamental y sucede solo en soledad. Si no sabés quién sos, no sabés qué querés, no sabés con quién te sentís bien. Y cuando empezás a descubrirte, empezás a decir que no a un montón de situaciones.