La idea del “síndrome” o fenómeno del hermano del medio se remonta a inicios del siglo XX, cuando el médico y psiquiatra austríaco Alfred Adler, discípulo de Sigmund Freud, creó una teoría en la que afirmaba que el orden de nacimiento de los hermanos influye de forma significativa en el desarrollo de su personalidad en la infancia y adolescencia. Según Adler, los hijos mayores serían más autoritarios, dominantes y conservadores, mientras que los hijos más pequeños serían más frágiles, mimados, privilegiados y ambiciosos. En tanto, si bien describió a los del medio como más cooperativos e independientes, Adler —hijo del medio entre siete hermanos— sostuvo que podrían tener la sensación de que sus padres los ignoran, de no estar recibiendo la misma atención que sus hermanos o tener un rol poco claro en la estructura familiar. Afirmó también que los hijos del medio suelen sentir que no “encajan” y que comúnmente intentan estar a la altura de los logros de su hermano mayor.
Su teoría, no obstante, nunca fue más que eso: el supuesto “síndrome” del hermano del medio nunca se estableció como trastorno, sino que se trató más bien de especulaciones sin suficiente evidencia científica, tan respaldadas como negadas según el enfoque de los estudios realizados.
Para la psicóloga, escritora y conferencista Fanny Berger, esta teoría tiene mucho más de mito que de realidad, ya que los factores que moldean los rasgos de personalidad de un niño van mucho más allá del orden de nacimiento. “Son introyectos, ideas fijas que en algunos casos se pueden dar, pero no siempre”. Cuando teorías como la del hijo sándwich quedan tan arraigadas, pasan a ser parte de la psicología popular, sostiene la especialista.
Berger plantea que la personalidad de un niño y sus futuros vínculos afectivos y sociales se construyen, mucho más que por el orden de nacimiento, a partir del modelo de relacionamiento con sus padres en la infancia. “Si nos llevamos bien, si hay armonía, me va a ser más fácil tener amigos y parejas en la vida adulta. Si hay un cortocircuito emocional porque no encajamos con los rasgos, o porque nací en un momento difícil para mis padres, voy a tener vínculos sociales o íntimos en la vida adulta más complicados”.
Por su parte, Silvana Sottolano considera que en este fenómeno hay algo de cierto pero mucho de mito. Es verdad que el rol de un hermano mayor o el del menor está bastante más claro. Es innegable la expectativa que se suele poner sobre el mayor y tampoco se puede negar que los más chicos son, generalmente, los “bebés de la familia”. En consecuencia, el papel del hermano del medio parece quedar difuminado entre los dos extremos. “La secuencia y el lugar en que nace cada uno de nuestros hijos tiene un impacto, influye en muchas cosas que va construyendo el niño. Pero el del medio no necesariamente tiene que ser el más conflictivo ni el más problemático, sino que su personalidad va a depender de otra cantidad de variables”, dice Sottolano.
“Por un lado puede haber una sensación de desatención en relación con las puntas, pero por otro lado está la posibilidad de expresarse más en quiénes son realmente. Quizás haya una rebeldía más estimulada por pertenecer a ese terreno más indefinido. Cuando no tenés tanto ese código sobre ti mismo, cuando no tenés el mandato de cómo ser o qué te hace valioso, cuando podés salir de ese lugar, surgen cosas maravillosas”. “Por un lado puede haber una sensación de desatención en relación con las puntas, pero por otro lado está la posibilidad de expresarse más en quiénes son realmente. Quizás haya una rebeldía más estimulada por pertenecer a ese terreno más indefinido. Cuando no tenés tanto ese código sobre ti mismo, cuando no tenés el mandato de cómo ser o qué te hace valioso, cuando podés salir de ese lugar, surgen cosas maravillosas”.
Algo que quizás refuerce la teoría de Adler es que una de las tantas variables que moldean la personalidad de un niño es el momento de su nacimiento. En ese sentido, Berger indica que hay momentos de mayor y de menor disponibilidad afectiva de los padres, que impactarán directamente en el vínculo con los hijos y, por lo tanto, en su personalidad. Y un segundo nacimiento puede encontrar —o no— a los padres con una menor disponibilidad afectiva. “A veces el hijo mayor es tranquilo porque nació cuando los padres se llevaban bien, la madre estaba tranquila. Después aparecen problemas de pareja, problemas económicos, la madre no tiene tanta disponibilidad con un segundo hijo más inquieto, está pasando un mal momento, entonces hay buena sincronización con el primero, que es más tranquilo, y con el segundo, por el momento en que nació, es un vínculo más complicado”, explica Berger. En ese contexto, agrega, es esperable que el niño del medio, criado bajo el mismo techo, interprete que sus padres “quieren más” al hijo mayor. “No es que lo quiera más, es que se lleva mejor”.
De todas formas, puede suceder lo mismo a la inversa: los padres pueden tener una menor disponibilidad afectiva y estabilidad económica con el primogénito, y encontrarse ante una situación “más ordenada” con el segundo, por lo que el orden —si es el mayor, el menor o el del medio—, por sí solo no es un factor que determinará la personalidad.
“Es por el momento, no por el número. El hijo que no se lleva tan bien con la madre puede desarrollar baja autoestima, porque ve que su hermano se lleva mejor. Pero no es un tema de amor, sino de sincronización y complementariedad de caracteres”, indica.
En esa línea, Sottolano añade que “probablemente sí sea cierto” que el primer hijo nace muchas veces con la “carga” de la idealización de la paternidad y maternidad, de cómo los padres creen y buscan que sea la educación y crianza. El hijo más chico, por su parte, a veces ocupa el lugar de “la despedida de la paternidad y maternidad”. “Nos agarra más cansados y somos más tolerantes”, agrega. Y el del medio “en algunas situaciones tiene que pelear para tener una identidad propia o hacerse ver más”.
Según Sottolano, también influye en la crianza la identificación empática de los padres según qué lugar ocuparon en su historia como hijos. Si ese padre fue hijo menor y sintió que heredaba juguetes en lugar de recibir nuevos, es posible que trate de compensarlo con su hijo menor. Si el progenitor fue hijo del medio y sintió que tuvo que luchar por encontrar un lugar en la familia, quizás se esfuerce por ubicar al “sándwich” en un lugar más protagónico. “Influye mucho más el contexto emocional de esa familia y cómo recibe a cada hijo, si es mujer, si es varón, y la etapa en la que nos agarra tiene mucho más peso”, indica Sottolano.
En su opinión, si el orden de nacimiento condiciona, el hermano mayor suele ser el que carga con el mayor peso. “A veces es el menos visto en cuanto a su individualidad, su propio deseo; es el que uno trata más que calce en la forma que uno cree que debe ser criado para obtener determinados resultados”.
Las ventajas de ser el del medio
Entre la presión al mayor y los mimos y la tolerancia al menor, ser hermano del medio puede también tener muchas ventajas. A esto se refiere Sottolano: “Por un lado puede haber una sensación de desatención en relación con las puntas, pero por otro lado está la posibilidad de expresarse más en quiénes son realmente. Quizás haya una rebeldía más estimulada por pertenecer a ese terreno más indefinido. Cuando no tenés tanto ese código sobre ti mismo, cuando no tenés el mandato de cómo ser o qué te hace valioso, cuando podés salir de ese lugar, surgen cosas maravillosas”.
Muchos de los personajes más destacados de los últimos tiempos son o han sido hijos del medio: Madonna, Britney Spears, Nelson Mandela, Ernest Hemingway, John Kennedy, Donald Trump, Walt Disney, Kate Winslet, Martin Luther King, Michael Jordan y Bill Gates, por mencionar solo algunos. En Uruguay, tanto el expresidente Tabaré Vázquez como el actual presidente, Luis Lacalle Pou, nacieron entre hermanos mayores y menores.
De todos modos, Sottolano considera que asociar determinadas características de la personalidad o manifestaciones del niño al simple hecho de que sea hermano del medio puede funcionar como una “excusa” para no enfrentar asuntos más profundos, o para evitar la reflexión acerca de por qué se ejerce la paternidad de distintas maneras según el orden de nacimiento. “Si estuviste nueve años sin que nadie toque tu juguete, que de golpe tengas que compartir con un hermano menor es difícil, pero va a tener que ver mucho con cómo los padres lo manejen”, apunta.
El niño “se acomodará” en el lugar que los padres permitan que se acomode, y más que encasillarlos según orden de nacimiento, “el trabajo tiene que ser de reflexión”. “A veces la rebeldía es una forma de llamar la atención, y el camino fácil es justificarla en etiquetas como la del hijo sándwich. ¿Lo estás viendo? Cuando un niño hace muchas macanas, algo está diciendo. Quizás no lo estimulé tanto, o no estuve tan atento a ver cómo era su manera de ser. El mundo adulto tiene que hacerse más responsable de estas cosas, revisar qué nos pasa”, concluye la psicóloga. Porque a fin de cuentas, las necesidades de los hijos son exactamente las mismas, sin importar cuándo o en medio de cuántos hermanos hayan nacido.
De todas maneras, hay otro dato irrefutable de la realidad: los hijos del medio están en extinción. A fines del 2021, el estudio World Population Prospects de la ONU estableció que el nivel de fecundidad por mujer era de 2,3 niños a nivel mundial, cifra que descenderá al 2,1 para el 2050; un dato que puede ser tomado como otra razón para celebrar a los sándwiches del mundo.
Lo inevitable
Más allá del orden de nacimiento, las comparaciones entre hermanos son naturales e inevitables, apuntan las especialistas consultadas. “Se da muchísimo. Hay un hermano extrovertido, simpático y otro tímido, serio, ambos buenos alumnos. El introvertido se compara con su hermano y no sabés cómo sufre”, señala la psicóloga Fanny Berger.
También las comparaciones surgen a partir de la relación que los niños tengan con sus padres. En ese sentido, puede que esa relación sea en algunos casos más armónica que en otros, lo que puede llegar a interpretarse como más o menos amor o cariño. Berger recomienda conversarlo con los hijos. “Es importante que los padres sean claros; nombrar las características que te acercan a tu hijo y hacen el vínculo agradable y placentero, y las que te alejan o generan dificultad. Decir: ‘Yo te quiero, lo que sí se me dificulta a veces es tal rasgo de personalidad o conducta’. Ser claro, porque los niños se comparan, y no hay hijos preferidos, pero sí hijos con los que tenés más armonía en el vínculo”, sostiene.