Blanca lleva cuatro libros escritos sobre el tema: La adicción al juego, ¿no va más? (2006), Tratado sobre el juego patológico (2012), Cuando el juego no es juego (2016) y Pandemia y salud mental. Entre el dolor y la esperanza (2022). Además, la especialista fundó y dirige Lazos en Juego, un equipo de tratamientos y capacitación en ludopatía y otras adicciones comportamentales.
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Experta argentina en ludopatía, Débora Blanca.
Valentina Weikert
Ludopatía en términos generales
¿Cómo se define clínicamente la ludopatía?
Decir que se trata de la adicción a los juegos de apuestas es la definición más global, aunque sea una adicción como cualquier otra. Las adicciones pueden ser con sustancias: alcoholismo, tabaquismo, marihuana, cocaína; o sin sustancias, que se llaman comportamentales, como en este caso, que es la adicción a una práctica. Lo que pasa es que en general van combinadas, porque el ludópata fuma mucho, toma alcohol, muchas veces consume cocaína para soportar la cantidad de horas o días de juego. También está la adicción a internet, al celular, a las redes sociales, a las compras. Son toda una serie de adicciones de la época, resultantes de un vínculo tóxico con las nuevas tecnologías.
Si no existiera la tecnología, ¿esa persona tendería a volverse adicta a otra cosa?
Claro que hay un patrón, no es que la tecnología las hizo adictas puntualmente. Muchas veces en las familias hay antecedentes de problemas con el juego. Yo no creo en la genética, sí en lo hereditario a modo de repetición. No cualquier persona tiene la predisposición a hacerse adicta a algo, siempre tiene que ver con una conflictiva familiar, algo que no haya podido resolver. En lo social siempre hay aproximaciones a sustancias o prácticas riesgosas y gente más o menos informada, diferentes situaciones, estados que nos cuidan más o menos, pero después está el sujeto con su historia. Hay muchas personas que juegan socialmente para entretenerse, pero pueden decidir cuánto tiempo y dinero le van a destinar, pueden ponerse un freno. Si ganan, se van a ir mucho más contentas que si pierden; pero si pierden, entienden que es parte del juego.
Y el ludópata ¿cómo entiende perder?
No lo entiende. No lo acepta y quiere seguir jugando hasta ganar, aunque vaya perdiendo. El ludópata siempre va a perder porque cuando gana no se retira, se queda hasta que lo pierde todo, recién ahí entiende que no le queda otra que retirarse, pero ya lo hace pensando cómo hacer para volver a conseguir dinero para jugar. Una adicción implica eso, que cada vez se necesita más, en este caso, juego, o mejor dicho, lo que siente mientras está apostando, esa adrenalina por ganar al fin, que no existe si no hay plata de por medio. Por eso los juegos más adictivos son los que tienen un lapso más corto entre el momento de la apuesta y el resultado.
El ludópata siempre va a perder porque cuando gana no se retira, se queda hasta que lo pierde todo, recién ahí entiende que no le queda otra que retirarse, pero ya lo hace pensando cómo hacer para volver a conseguir dinero para jugar El ludópata siempre va a perder porque cuando gana no se retira, se queda hasta que lo pierde todo, recién ahí entiende que no le queda otra que retirarse, pero ya lo hace pensando cómo hacer para volver a conseguir dinero para jugar
¿Se diferencia de otras adicciones?
Es como en todas. La persona cuando empieza el tratamiento en general es porque la familia lo empuja, la pareja lo amenaza con no seguir más juntos. El ludópata no ve el problema hasta que alguien (que no está intoxicado de juego) se lo señala, pero pasa con todos los adictos. Se llama ausencia de conciencia de enfermedad. La persona piensa que es cuestión de suerte, que no la tuvo hasta el momento pero quizás la próxima es la suya, gana y lo resuelve todo, lo tiene controlado. ¿Pero quién puede controlar el azar? Cuando llega a consulta te das cuenta porque es alguien que va a decirte que el juego es su vida y que todo lo que no sea juego dejó de tener importancia, y tiene deudas, pidió todos los préstamos, no puede dormir, está desesperado, triste, porque se alejó de los amigos, se divorció. Ahí estás frente a un ludópata.
¿Y cómo es que esto ha llegado a afectar a menores de edad?
El tema son las apuestas digitales, chicos que ya están apostando online desde los 12 años sabiendo que por ley hay que tener más de 18. Son casinos digitales, que les parecen atractivos porque vienen de jugar videojuegos en los que podés hacer compras de cajas, bolsas o cofres con dinero real para ver qué te toca. La mejor arma, el mejor personaje, más vidas. Funcionan con una lógica de recompensas intermitentes que les dan empujones de dopamina, y lo que te toca en ese cofrecito ya no tiene que ver con la habilidad, el talento, las destrezas. Es azar. Entonces van armando su cabeza de determinada manera, que después es muy fácil que conecten con los juegos de apuestas. El mayor problema lo veo en las apuestas deportivas, y es más en los varones, que son los que más juegan a este tipo de juegos. Son chicos que saben mucho de fútbol y piensan que porque les gusta mucho el deporte van a ganar, y no es así. No tiene nada que ver con el conocimiento, pero así lo venden en las publicidades. Vos podés ganar la primera, la segunda vez, pero si te enganchás, empezás a hacer apuestas desmedidas. Y lo que pasa en un partido es muy difícil de anticipar. El deportista se puede lastimar, tener un mal día. No vamos a ser tan ingenuos de hablar de pureza en el deporte de alta competencia, mucho menos en el fútbol, que pasa de todo; pero uno mínimamente espera que el equipo juegue genuinamente, que si hacen goles o hay una tarjeta sea genuino, pero lo que empieza a pasar es que se empieza a sospechar de los deportistas. Algunos, sobre todo de los equipos en ascenso, directamente fueron acusados de arreglar los resultados a partir de apuestas. Porque hay gente grosa que apuesta y hay intereses. Es penoso para los chicos, que aprenden a no disfrutar del deporte si no apuestan.
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No se termina de entender cómo un menor consigue el dinero para apostar.
Los padres les dan plata y ellos en lugar de comprarse la merienda juegan. Lo que usan es la plata que tienen en una billetera virtual que los padres les transfieren para lo que sea, para sus gastos, pero ellos empiezan a apostar con ese dinero que los padres no controlan. Y una cosa es un pibe de 17 o 18, pero no vas a pretender que un chico de 12 sepa de finanzas y sepa administrar. Hablar de apuestas en los chicos nos trae una interpelación enorme a los adultos.
¿Y qué hacen cuando se les termina la plata?
Empiezan a enredarse, piden prestado. En algunas escuelas de buen poder adquisitivo se prestan directamente dólares, y cuando el compañero ya no se los puede devolver empiezan a tener conflictos con los amigos, que le dicen: “Pedile a tu madre, no sé, que las madres perdonan todo, pero vos la plata me la devolvés”, porque claro, los padres de ese chico tampoco saben que juega.
¿Cómo es que los padres no se enteran?
El otro día un paciente complicadísimo con las apuestas vino a una entrevista con su padre. Es un menor que ya está endeudado, y le decía al papá: “¿Sabes qué? No me transfieras más plata. Dame efectivo. Yo con eso me manejo, porque si vos me transferís yo me tiento”. Escucharlo me despertó algo. El dinero no se dimensiona igual cuando es el billete que cuando es virtual, perdés más fácil la noción. Entonces en ciertas edades conviene mucho más el efectivo. Ya de una no podrías apostar. En realidad él podría cargar ese dinero en su tarjeta, pero la idea siempre es poner cuánto más obstáculos, mejor, que sea un estorbo, no dejársela fácil. El límite siempre depende de un otro, la persona no lo puede poner, se lo tenés que poner vos. Vos, padre, madre, lo vas controlando, vas preguntando, vas charlando. No solo es vigilancia, vigilancia, vigilancia. Es estar presentes, porque en definitiva los pibes lo que están mostrando con esto es que están solos. Ellos no son adultos y necesitan del adulto, pero el adulto se corrió.
¿Sabes qué? No me transfieras más plata. Dame efectivo. Yo con eso me manejo, porque si vos me transferís yo me tiento ¿Sabes qué? No me transfieras más plata. Dame efectivo. Yo con eso me manejo, porque si vos me transferís yo me tiento
¿A qué edad debería comenzar la educación financiera?
¿Por qué un chico de 12 años tiene que manejar mensualmente un dinero? ¿Por qué no darle todas las veces que pida, educarlo a que cuando necesita, pida, y así también llevás un poco el control? No creo que la cosa pase por ningún lado que sea apuntar más a los chicos que a los padres. Hay que apuntar más a los padres. ¿Los chicos están tan interesados en la plata? Yo no creo. Y si lo están, ¿qué está pasando? Porque esa es una preocupación adulta; para ellos en ese momento deberían ser otras cosas las importantes. Se están adelantando.
Quiénes son ludópatas
¿Cuánto afecta la situación socioeconómica de la familia de un ludópata? ¿Se juega para “salir de un pozo”?
Hay todo un debate en torno a eso. Posiciones que dicen que con las crisis económicas crece el número de apostadores y con ellos el número de ludópatas, y otras que dicen que las crisis no inciden. Yo creo que sí, pero no es lo determinante. Lo que sí está pasando en esas situaciones es que aparece la figura del cajero, intermediario entre los apostadores y los sitios que venden fichas online, y muchas personas lo están pensando como un empleo, incluso menores de 18 años. Más que con la crisis, creo que se relaciona con un cambio de paradigma en lo que significa trabajar o cómo ganar dinero. ¿Qué es trabajar después de la pandemia? Todos quieren levantar la plata en pala y encima rápido. Pero hay personas que tienen lo que se necesita para ser emprendedoras y otras que no. En definitiva, son problemáticos los entornos de bajo poder adquisitivo porque necesitan pero también son complicados los de alto poder, porque ahí circula mucha plata. Hay familias en las que al niño se le dan unos montos que no nos suenan normales para una merienda. Eso es para que el pibe no pida nada, para que no moleste.
¿Hay alguna diferencia en el diagnóstico o el tratamiento de adultos y de menores?
Te encontrás con los mismos fenómenos. Deudas, alguien que está problematizado, que no puede parar de pensar en jugar. Quizás una de las diferencias fundamentales es que es mucho más difícil trabajar con alguien que hace 15 años que juega que con un pibe que hace apenas siete meses que está apostando. Está más blandito y confiesan mucho más rápido, se quiebran, se angustian, lloran, lo cuentan como si estuvieran esperando que los padres se dieran cuenta antes. Es como un pedido de ayuda. En cambio, la ludopatía en personas con más años de juego es mucho más complicada, ya es parte de la identidad de la persona.
¿Qué cosas indican que un chico puede estar desarrollando esta adicción?
Cómo responde o cómo reacciona cuando juega en general. Que los chicos no acepten perder, o que no puedan cortar con la actividad para ir a comer o bañarse. Que no duerman. Hay un montón de conductas que se van mostrando, ahí el adulto tiene que despertarse, prestar atención y marcar límites.
Es mucho más difícil trabajar con alguien que hace 15 años que juega que con un pibe que hace apenas siete meses que está apostando. Está más blandito y confiesan mucho más rápido, se quiebran, se angustian, lloran, lo cuentan como si estuvieran esperando que los padres se dieran cuenta antes. Es como un pedido de ayuda. En cambio, la ludopatía en personas con más años de juego es mucho más complicada, ya es parte de la identidad de la persona Es mucho más difícil trabajar con alguien que hace 15 años que juega que con un pibe que hace apenas siete meses que está apostando. Está más blandito y confiesan mucho más rápido, se quiebran, se angustian, lloran, lo cuentan como si estuvieran esperando que los padres se dieran cuenta antes. Es como un pedido de ayuda. En cambio, la ludopatía en personas con más años de juego es mucho más complicada, ya es parte de la identidad de la persona
¿Cuáles son los tratamientos?
Depende del paciente, lo que sí es que si vos trabajás sola en tu consultorio con un ludópata difícilmente puedas lograr algo. La terapia es familiar también, se trabaja con los entornos, porque hay un montón de estrategias que vos vas a tener que armar con ellos. Sin ir más lejos, en el mundo adulto, la administración del sueldo del ludópata. Tienen que saber las deudas que tiene, porque ellos son los que las van a pagar, no se le puede dar la plata al paciente para que pague. La terapia de grupo de jugadores también funciona muy bien porque contiene, ellos conocen que hay otros a los que les pasa lo mismo y entienden que no están solos. Y también está la pata medicamentosa: inhibidores de la ansiedad, porque quieras o no es algo que se te dispara en el cerebro, y como en cualquier adicción, tenés que diagnosticar también qué es lo que está por debajo. ¿Depresión? ¿Duelo patológico? ¿Algún trastorno? Lo farmacológico es un apoyo para el tratamiento porque a medida que la persona deje de jugar eso otro va a aparecer cada vez más fuerte.
¿Hay algo de esto pensado especialmente para menores de edad?
Que se los contemple, porque existen cada vez más. Y cuidado con el acceso temprano a celulares e internet. El teléfono tiene más que ver con las necesidades de los padres, de una comunicación más cómoda que andar atrás, y no con la necesidad de los chicos. Yo doy talleres especializados, los pibes necesitan que se los escuche. No les falta información. Vos les preguntás por qué apuestan si saben que es para mayores de 18 años y te dicen que debe ser por algo del cerebro que todavía está inmaduro. Lo recontraentienden, que el riesgo es porque todavía no se consolidaron algunas funciones. Hay que trabajar con ellos y generar espacios abiertos a la comunidad, a los padres, a los docentes, a los entrenadores de fútbol, a los pediatras. Hay que hacer campañas de prevención, contar lo que pasa y crear estrategias en conjunto para defenderlos de esa cuestión social que los empuja al consumo. Hay que regular las publicidades, porque hay información pero no conocimiento. Para eso falta profundizar, pero estamos todos apurados, no tenemos tiempo. Yo creo que los padres tienen que volver a sentarse un rato a jugar con sus hijos, sin volver al siglo XX, que no va a volver, lo que no quiere decir que no podamos pasar tiempo de calidad con nuestros niños.