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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSe cierra un período de gobierno que coincidió en el mundo con nuevos y ancestrales enfrentamientos bélicos, con la pandemia del Covid-19 y también con otros cambios y disrupciones económicas y financieras que impactaron al mismo tiempo en todas las sociedades y los mercados.
Algunos de esos problemas comenzaron a resolverse a través de la ciencia y del compromiso activo de los respectivos gobiernos, como ocurrió con el coronavirus. Contemporáneamente, la inteligencia artificial incorpora un componente trascendente que modifica de forma sustancial las actividades económicas e interpela al mundo del trabajo posindustrial.
Otros asuntos, como las guerras cercanas a Europa, se mantienen con la complicidad, la desidia o el fracaso de esas autoridades.
Las violencias continúan arreciando dentro y fuera de las fronteras nacionales. A veces son agitadas ante el fracaso de las instituciones responsables y se asocian con los factores psicológicos de quienes las agitan o las sufren. También se suman otras violencias originadas en el género de las víctimas o en otras causas raciales, religiosas o políticas que también se utilizan en forma coadyuvante para agravar la situación.
Dentro de ese contexto complejo, Uruguay consiguió navegar con relativo éxito. La recuperación fue dolorosa, pero los resultados fueron comparativamente buenos si se piensa en la dimensión de los problemas ya superados.
Pero los avances no estuvieron exentos de sacrificios agudizados en algunos sectores de la población, los que tal vez sintieron que no habían recibido la compensación completa y necesaria para volver al punto de partida anterior.
Esos compatriotas estuvieron especialmente atentos a la oferta electoral y, junto con los demás, eligieron en los últimos comicios a las nuevas autoridades de gobierno. Simplificando: unos apostaron al cambio confiando en que este los acercaría a las prestaciones pretendidas y otros respaldaron la continuidad de un rumbo que se había mostrado eficaz y previsible.
Aunque existió un vencedor indiscutido, los resultados exhiben un país casi empatado, con divisiones claras entre gobierno y oposición, pero sin grietas capaces de empantanar los entendimientos posibles entre los dos bandos.
Un país en el cual el candidato ganador aventó cualquier radicalismo en su compromiso público no debería llamar a grandes sorpresas. Más allá de las especulaciones que legítimamente puedan surgir a partir del gabinete presentado, existen políticas macroeconómicas no cuestionadas y planes de infraestructura para el desarrollo que no tienen vuelta atrás, como tampoco la tuvieron los que venían ejecutándose antes.
Más allá de la confianza institucional y la esperanza como sentimiento propio de los seres humanos entre todas las especies, el reaseguro del avance por este camino lo constituye el accionar responsable de los partidos políticos.
Afortunadamente, el país cuenta con partidos con fuerte vocación democrática y sin lugar para el cuestionamiento al modelo capitalista, más allá de los énfasis ligados a las particulares miradas liberales o socialdemócratas. Incluso esas miradas permiten la existencia de combinaciones interesantes, como las de partidos históricamente liberales que, en la acción de gobierno, aceptaron la mayor intervención del Estado en el orden económico y social junto con partidos de raíz socialista y comunista que en el gobierno se sumaron a las prácticas de la competencia propias de la economía de mercado.
Los gatos podrán serán blancos o negros, pero serán buenos si pueden cazar ratones, como enseñó el líder comunista Den Xiaoping al impulsar la reforma china a fines del siglo XX.
El Estado podrá planificar, regular y controlar, pero deberá intervenir de manera más selectiva en la economía sin que esa participación sea necesariamente monopólica. La apertura al sector privado termina evitando perturbaciones o fallas innecesarias en los mercados, siempre que las reglas de juego sean claras y compartidas.
En el próximo quinquenio cada uno de los partidos uruguayos desarrollará su propia estrategia. El Partido Colorado y el Partido Nacional, junto con sus socios de la coalición republicana, intentarán asegurarse de que exista continuidad en las políticas implementadas en el gobierno que finalizará en marzo de 2025. El Frente Amplio promoverá la implementación de los cambios prometidos, mientras la ciudadanía hará seguimiento a su efectivo cumplimiento, en la forma exigente con la que se hizo durante el gobierno actual.
Así funciona la democracia uruguaya desde hace cuatro décadas y felizmente no se han registrado retrocesos que afecten ese camino progresivo hacia la meta del desarrollo. Eso no esconde problemas estructurales que persisten en materia de seguridad y marginalidad ni tampoco las diferencias de enfoques específicos que cada partido incluye en sus programas de gobierno.
Si algún balance cabe en esta etapa de cierre es la verificación de cierta fatiga en la pelea estéril, en el golpe bajo y en las campañas de desprestigio que han sido ineficientes al momento de buscar algún resultado positivo. La oposición cerril entre moderados y radicales, entre blandos y duros, entre halcones y palomas parece más propia de populismos demagógicos que de regímenes maduros como el de nuestro país.
El año 2020 comenzó con Trump en el gobierno estadounidense y la pandemia, siguió con los asaltos al Capitolio y la plaza de los Tres Poderes en Brasilia y, paradójicamente, termina con Trump de nuevo electo a pesar de la violencia extrema exhibida hacia sus opositores. Es posible que sea un tiempo de mayor proteccionismo, ya anunciado por el presidente electo, y de nuevos conflictos comerciales que se agregarán a las guerras anteriores o las incipientes.
Ante ello la perspectiva sensata pasa por reforzar las instituciones nacionales y seguir apostando a la negociación política. Constituye un rumbo arduo pero necesario si el país pretende crecer en forma sostenible y afrontar el porvenir.
Carlos A. Bastón