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    El mensaje del papa Francisco

    POR

    Sr. Director:

    El papa Francisco es, sin dudas, el americano más importante de la historia. No solamente por haberse consagrado como nuestro Santo Padre, sino por el impacto de su prédica para los católicos y para la sociedad en general. En un tiempo de convulsión generalizada en torno a los valores y de cuestionamiento de las bases estructurales de nuestra comunidad humana, la voz de Francisco es un alivio intelectual y espiritual. Y es en ese sentido que desde nuestro país debemos escucharlo e interpretarlo en arreglo a la realidad nacional que nos toca vivir.

    El problema más grave que vivimos es la fractura social, que no tiene nada que ver con la supuesta polarización política, sino con un fenómeno mucho más profundo que es el de la marginalidad. Sin entrar en tecnicismos, la marginalidad es la segregación de los individuos, en términos actuales y futuros. Significa la exclusión en el acceso a las oportunidades, la separación total de la base de valores de la sociedad y la no pertenencia a dicha cultura hegemónica, sino a una cultura subterránea que, en ocasiones, desafía el orden social. Allí donde faltan valores, donde no hay oportunidades y donde campean las necesidades es donde se instalan los enemigos de la sociedad civilizada: los delincuentes, en su mayor o menor grado de complejidad. Si usted ha visto alguna vez un cantero, sabrá que lo que sea que cultive luchará incansablemente contra los no deseados yuyos, que aparecerán en todos los espacios que usted deje libres, y que a partir de ahí buscarán quitarle agua, sol y tierra a todo lo que se ha sembrado. Si la sociedad civilizada se repliega, descuida a sus hijos, deja tierra libre, la maleza aprovechará cada vacío que encuentre.

    En la encíclica papal Fratelli tutti, Francisco hace referencia a la “parábola del buen samaritano”, un pasaje muy conocido de la Biblia. Allí nos interpela, nos pregunta: ¿Con quién te identificas?, ¿con el salteador, con quienes pasaron de manera indiferente o con el buen samaritano que prestó su tiempo, su dinero y su cercanía al prójimo? El papa se detiene en el concepto de “caridad política”. La define como “un amor preferencial por los últimos, que está detrás de todas las acciones que se realicen a su favor”. Ese amor preferencial supone integrarlos, reparar el tejido social fracturado y vilipendiado que es responsable de muchas de las desgracias de nuestro mundo actual y, particularmente, de nuestro país. El mensaje de Francisco parece hecho a la medida del Uruguay. Convoca una y otra vez al diálogo social, definido como una opción posible entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta. Sin dudas, el primer desafío de nuestra sociedad es vencer la indiferencia, entender que hay cosas que no pueden suceder en el Uruguay, que no podemos darles la espalda a la miseria y la segregación y que necesitamos recuperar la fortaleza de nuestra comunidad espiritual, empezando por su núcleo más básico: la familia. Para eso, no hay gobierno que pueda hacer magia, sino que es la sociedad que debe tomar las riendas del asunto y comprometerse con su transformación. Es, así, fundamental que una institución social como la Iglesia Católica retome su inserción territorial, pero también que los actores políticos trasciendan hacia un discurso de unidad nacional y de reconocimiento de las grandes debilidades de nuestra base social. El Estado debe ir al encuentro de los marginados, de los indiferentes y de los buenos samaritanos, para recuperar el Uruguay de las oportunidades en todos los rincones donde hoy está vigente el Uruguay de la desesperanza. Y sobre todo, unir al pueblo oriental contra sus principales enemigos morales que son aquellos que destruyen la familia, los valores, las oportunidades y la civilización.

    En tiempos de elecciones, donde hay mensajes que llaman a la exclusión del que piensa distinto, es importante reafirmar que la patria somos todos, y que, para que un país funcione, nos necesitamos todos. Usted resolverá en su fuero íntimo. Pero, para cerrar aludiendo a una declaración reciente del papa Francisco, todavía vale la pena confiar en la senda de Artigas.

    Manuel Nogueira