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“Hay algo que no cambia y es que todo cambia” (Heráclito)
Uruguay, como país agropecuario, ha tenido siempre de ejemplo lo que sucede en Nueva Zelanda (NZ). En virtud de ello, destacados técnicos de aquel país, desde hace mucho tiempo, nos visitan y nos proponen diferentes soluciones para nuestra agropecuaria. En su momento, se llegaron incluso a adoptar algunas de las recomendaciones sugeridas, no adoptándose nunca propuestas de fondo e integrales que dieran el marco necesario para la adopción del “modelo neocelandés tal como se lo conoció.
No obstante, la brecha en términos productivos y de competitividad de ambos países más bien tiende a incrementarse a pesar de que no solo vienen sus técnicos, sino que también y por suerte técnicos nuestros, al igual que muchos empresarios rurales, cada día más viajan a ese país.
Hasta los tiempos de la Guerra Fría, que no existía Internet y el mundo no estaba globalizado al grado actual, NZ, sabedora de que su principal recurso era el agro, aplicaba en él una política de promoción en la que no faltaban los subsidios a los insumos determinantes de la mayor producción (fosfatos), sabedora de que, si al agro le iba bien, a todo el país le iba a ir bien.
A partir de los años 90, el mundo cambió, había que adaptarse a la nueva situación. Entonces NZ también cambió. Dichos cambios se expresan en un libro de origen chileno: Dirección y gerencia pública, gestión para el cambio (1998, Santiago de Chile, Dolmen Ediciones). Editado por el Comité Interministerial de Modernización de la Gestión Pública de ese país, reúne las ponencias del IV Encuentro Internacional sobre Modernización del Estado, que ocurrió los días 18 y 19 de junio de 1998.
En dicho encuentro, destacados profesionales y jerarcas del sector público chileno, así como profesionales de organismos internacionales (OCDE y BID) y de otros países (Canadá, Gran Bretaña y Nueva Zelanda), volcaron sus experiencias en el tema.
De este libro, se extraen conceptos de las dos ponencias de Donald Hunn, exdirector de la Comisión de Servicios Estatales de Nueva Zelanda.
De su primera ponencia, Directivos públicos para un Estado moderno (página 35), resalto: “Todos nosotros, en todos los países, nos veremos obligados a sufrir estas nuevas presiones y estas nuevas formas de enfrentar el desarrollo económico. De nuestra experiencia en Nueva Zelanda, por lo menos a partir del año 1995, concluimos que si alguien no quiere acelerar el paso, si no quiere cambiar, si no le gusta el nuevo ambiente del sector empresarial público, es mejor que se retire. Respecto de los cambios que hemos efectuado en el sector público de nuestro país, algunos se lograron por medio de la reducción del tamaño de la Administración Federal Central: en cuatro años pasamos de 88.000 funcionarios que había en 1994 a 32.000. Parte de esta reducción se produjo no solo por la necesidad de reducir costos, sino también a raíz de que toda una generación de servidores públicos —de edades que fluctuaban entre 45 y 60 años— se jubiló. En efecto, el perfil de nuestros funcionarios ha cambiado drásticamente. Antes era normal llegar a los 60 años en el servicio público. Eso desapareció, ahora los trabajadores y los gerentes son más jóvenes, vivimos en un mundo nuevo que tal vez no sea del gusto de todos, pero si queremos triunfar en él debemos aceptarlo y asumir las nuevas formas de mirar y hacer las cosas”.
De la segunda ponencia de Donald Hunn, Diseño y conducción de la reforma del Estado, el caso de Nueva Zelanda (página 145), se destaca: ”Me referiré ahora a algunos puntos prácticos. El primero es la velocidad del cambio. Yo antes era un gradualista, por lo que mi primera reacción ante los cambios realizados en mi país en los años 1994-1995 fue pensar que eran una locura, que el gobierno no podía esperar que los sectores públicos cambiaran con tal rapidez dada la magnitud y extensión de las reformas que proponía. Pero yo estaba equivocado; después de un año hicimos una encuesta y, para mi sorpresa, los funcionarios opinaron que debía acelerarse más el proceso. Existe una poderosa razón para no dilatar los cambios más allá de lo indispensable: estos generan incertidumbre y es necesario entregar certidumbre lo más luego posible. Además, todo cambio debe enfrentar resistencias, debe vencer la inercia y la oposición con la que siempre se enfrenta; esto constituye otra poderosa razón para acelerar el proceso, especialmente en la primera etapa, en el momento de crear nuevas estructuras”.
Para concluir, de esta misma ponencia de Donald Hunn, extraigo: “Normalmente las políticas de reducción del tamaño del Estado implican reducción de personal; este es uno de los aspectos más difíciles del proceso de cambios y requiere de una especial atención. Desde luego, se deben considerar los aspectos legales del empleo y la relación con los sindicatos, diferentes en cada país. Sin embargo, por muy duros que resulten estos ajustes a veces son necesarios para el bien futuro del país y de la ciudadanía. En Nueva Zelanda tratamos de atenuar todo lo posible las medidas de reducción del personal mediante jubilaciones anticipadas, pagos extraordinarios —de hasta un año de sueldo—, cursos de capacitación, consejerías, ayuda para encontrar otros trabajos y otras iniciativas. Estas medidas son caras, nos costaron 1 billón y medio de dólares, suma muy alta para nosotros; pero el gobierno consideró este desembolso como una inversión, tanto para el futuro del país como para preservar un buen ambiente dentro de la organización, pues, como también los funcionarios que se quedan se sienten mal, se producen sentimientos de culpa al pensar por qué les tocó perder el trabajo a tal o cual compañero, un buen funcionario que llevaba tantos años trabajando en la organización”.
Dos cosas con respecto a esta reforma del Estado realizada en NZ. Uruguay lleva 30 años de atraso frente a dicha reforma. Cuando el mundo cambió, NZ cambió, no como nosotros, que aún mantenemos un modelo de Estado de principios del siglo XX, que es, quizás y sin quizás, una de las causas de nuestros males (bajo crecimiento, baja productividad, país caro, burocrático y poco emprendedor).
La otra cosa que merece destacarse es que la reforma estatal en NZ la realizó la izquierda de ese país, el Partido Laborista de Nueva Zelanda (NZLP en inglés: New Zealand Labour Party). Se descarta que a nuestra “izquierda carnívora” (Partido Comunista, Partido Socialista, PIT-CNT, etc.) se le ocurra realizar tales transformaciones, ellos son marxistas “duros” del siglo XIX, la reforma de la seguridad social que plebiscitaron significaba la “dictadura de las cabelleras plateadas”.
No obstante, el MPP, partido de vocación hegemónica, que en esta elección la obtuvo dentro del FA, se ha travestido en el mayor partido de “centro” del país, como la tradición uruguaya lo demanda y con el cual se identifica. Y ello lo logra aun antes de cooptar formalmente al “seregnismo”.
Por tanto, no sería de extrañar que dicho partido político, en otro salto copernicano, se transformara en el gran reformador del Estado uruguayo. Pensando en la historia de ese partido, luego de sus innumerables luchas y sacrificios, sería hacer algo que realmente vale la pena por el futuro del país e ingresar a la historia por una acción realmente revolucionaria de izquierda (¡la imaginación al poder!).
Además, cuenta con Gabriel Oddone, quien es un excelente conductor para ese proceso, que seguramente con su equipo ya lo debe tener estudiado. Solo necesita que el MPP lo blinde frente a los núcleos duros del marxismo-leninismo.
Rafael Rubio
CI 1.267.677-8