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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCuando la Tronca hizo saltar la banca, dio vuelta la mesa ya servida para los festejos de fin de año de muchos amigos; no me asombró mucho. A ella siempre le gustó poner bombas, y, aunque menor que ella, yo seguí parte de su camino de militante cristiano en la rebelión estudiantil del 68. Yo era de Sayago, del núcleo salesiano de donde salió después el movimiento Tacurú, y, aunque no bancábamos las veleidades pitucas de algunas “iluminadas” como ella, veíamos en la revuelta estudiantil contra el orden establecido una manera de cambiar el mundo para mejor. Y había que poner una luz cristiana en el camino de los cambios, para ser líderes y mostrar que el mandamiento de la ley de amar al otro como a uno mismo, de Jesucristo, es una fuerza más revolucionaria que la “lucha de clases”, según una dialéctica de unos filósofos prusianos de hace mil años que no los entiende ni Magoya. Hay un chiste sobre la dialéctica de Fidel el Barba: lo que no se entiende nada, porque de eso se trata, eso es dialéctica para justificar lo que tú quieras hacer.
La ley Campoamor es una forma en que los abogados españoles citan al poeta Campoamor: “En este mundo traidor, / nada es verdad ni es mentira, / todo es según el color / del cristal con que se mira”.
Y es la ley que usan algunos jueces a los que les importa un carajo la Justicia, para justificar el castigar o perdonar al que ellos quieran. Jueces injustos y abusadores, desde los que condenaron a la hoguera a los tres jóvenes hebreos, en Babilonia; al juez inicuo que no temía a Dios ni le importaba la gente de la parábola de Jesús; a los que iban a condenar injustamente a muerte a la bella Susana, si no hubiera intervenido el joven Daniel, por un testimonio falso de dos ancianos jueces.
No voy a defender a la Lucía, ella se cambió de bando y se deslumbró con un neosocialista fachero, que, cuando con Sendic les fue como el culo en las elecciones, decidieron que el camino al socialismo fuera por la lucha armada. Y en plena Guerra Fría, consiguieron que la Unión Soviética los financiara y entrenara en los campamentos militares de la NKVD en Checoeslovaquia. Esa es otra historia.
Lo cierto es que, al investigar las motivaciones: ¿dónde les interesaría más infiltrar gente a los subversivos potenciales, si no en donde los iban a juzgar si los agarraban? Y a las pruebas me remito: tanto Inteligencia y Enlace del comisario Otero como la Inteligencia Naval del comandante Zorrilla, las dos puntas de lanza del Uruguay de Artigas contra la guerrilla, les exigieron medidas al Estado para que no siguiera pasando un absurdo. Con impecables trabajos de investigación y arriesgando la vida los detenían en las madrigueras, para que después los guerrilleros presos salieran caminando a los tres meses de estar presos porque la administración de justicia era un colador, entre fiscales, jueces y/o funcionarios de todos los niveles. Y salían a poner bombas, robar, secuestrar, matar.
Parece que nadie se acuerda, en abril de 1972 pasaron por una ley votada por aclamación a la Justicia militar a los guerrilleros subversivos, y cuando fueron todos presos se terminó el baile en el mismo 1972. Y era en democracia; no era en la dictadura que alentaron los guerrilleros y también el partido comunista en febrero de 1973.
Varias veces vi lo que la señora Lucía Topolansky de Mujica dice ahora, y merece compartirlo.
Un exministro ofendido me acusó en los diarios y en la fiscalía cuando en vez de pagarme proyectos y obras de ingeniería marítima, excepcionalmente marinos y de ingeniería de punta, realizadas en el Puerto de Punta del Este, me pidieron coimas, y como les mostré el dedo del medio, no me pagaron. El fiscal de la pandemia me citó por la denuncia de Pintado por decir que el MTOP me pidió coima la semana siguiente a la visita de Pintado a la obra. Lo ofendí en su honorabilidad, y como ya no estaba en la cartera no era político… ¿?
Cuando fue el fiscal penal a mi casa para que, por la pandemia, yo no saliera, le dije al señor fiscal que el que me había pedido le untara la mano era Jorge Rodríguez; fue él el que me dijo que arreglara con la consultora compañera el número y él firmaba el adicional que le trajeran, y que no fue Pintado, que casualmente había pasado antes por las obras. Entonces el fiscal me dijo: ”Ah, bueno. Ta, entonces no hay problema con la denuncia que le hicieron, lo archivamos y no tiene que ir al juzgado con esta pandemia”. Ahí mi abogado era Nacho Durán de Rampla, compañero de directiva de mi yerno.
El fiscal penal vino a mi casa, porque era la pandemia, y se dio por satisfecho, pero no investigó ni el pedido de coima, ni la anulación del contrato sin causa, que era ilegal, ni las adjudicaciones directas que hicieron después a otra empresa para hacer las obras. Lo que está prohibido por el Banco Mundial y el Código Civil. Y eso que yo ya era un experto reconocido, era profesor emérito de la Facultad de Ingeniería y hoy soy miembro de Comité del PIANC —Asociación Mundial de Infraestructuras de Transporte por Navegación—, para América. (Fue por no arreglar este cohecho, y otros negociados parecidos, que la coalición perdió las elecciones. Debieron de entrada pagarme a mí, romper de entrada las roscas que conocemos todos los del ramo, y mandar presos a algunos de Cabildo: como al general que le mandó a Marquitos que no me pagara, cuando él quería pagarme. Marquitos es de Palmira y me conocía.)
Cuando en otra me acusaron (solamente porque mi obra estaba cerca del puerto) de contrabando en el Puerto de Nueva Palmira, para salvar a unos nenes de una sociedad de los Peirano con la omertà italiana, patrocinados por Mujica, me les reí en la cara. ¡Para qué! Después de pedirme que no declarara contra ellos, que no valía la pena, mi abogado, ahora diputado por Colonia, se cagó o lo compraron y renunció sin decirme nada, me condenaron sin pruebas por las declaraciones falsas de unos mafiosos en Carmelo, y quedé limpio recién en la Suprema Corte por el gran abogado Lens, al que todavía le debo la vida, parte de los honorarios y mi carrera honorable desde entonces. Gracias a Dios, porque era el mismo juzgado de Carmelo donde habían metido preso antes a mi amigo el doctor Víctor Lissidini cuando persiguió a la mafia del contrabando y la droga. A Lissidini le destruyeron la vida, me lo dijo, y se fue a vivir a Pipa en Brasil. No le paga el Estado una renta mal ganada como a muchos.
Y en otro tribunal, donde yo asesoraba como perito a un amigo abogado, otro muy conocido abogado pidió la palabra y, enojadísimo, testificó que, sentado afuera en un sillón, escuchó a la vuelta cómo un arquitecto del ministerio lo instruía a un testigo. Era un inspector de obra de una empresa contratada por el MTOP para una obra, y el arquitecto le insistía que a todo lo que le preguntaran contestara que no sabía o no se acordaba, si sabía lo que le convenía. Resulta que ese arquitecto y Jorge Rodríguez habían declarado mentiras para perjudicar a un empresario, yo, y no querían que se descubriera. Para inmensa sorpresa mía, ya que gracias a Dios no frecuento esos ámbitos, el presidente del tribunal ¡se enojó con el abogado denunciante!: “En este momento, como presidente, no permito que se levante la voz, ya mismo levanto la sesión para mañana y ¡no se hable más!”. Ocultó un delito, siendo el presidente y a la vista de todos. Y claro que nadie se asombró cuando ese testigo, al día siguiente, no sabía ni se acordaba de nada de lo que le preguntaron.
Tengo varias, pero la última es de ayer. Como desde cuando leía las novelas de Perry Mason, me gustan las historias de querellantes, ayer busqué modelos de contrato de comodato, para estar tranquilos que, si hiciera falta, a unos amigos no los molestaran otros parientes, como un día le pasó a mi mamá y la lanzó a la calle su hijastro, el abogado, para vender la casa.
Encontré un contrato de comodato firmado por el fiscal Jorge Díaz, del Estado para una fiscalía, ¡y es una vergüenza! Desprolijo, mal escrito, con duplicaciones y faltas de ortografía, hasta mi maestra de cuarto año de escuela doña Hipólita se lo hubiera devuelto para que lo escribiera bien de nuevo. ¡Qué desastre! No quiero saber qué ponía este fiscal, que ahora resulta era comunista, para que condenaran a pobres diablos sin pruebas o premiaran a sus camaradas.
José Martín Zorrilla Berretta