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Pensando en un problema práctico, se me ocurrió una idea inesperada. Como algunos sabrán, soy músico y toco teclados. Resulta que se me rompió un teclado viejo y, aquí en Montevideo, mi técnico, que es muy bueno, me dijo que no tenía acceso al repuesto que se necesita y que solamente me lo podrían arreglar en Buenos Aires. Me puse a planificar el viaje; primero, pensé en ir un día y dejar el teclado para irlo a buscar en un viaje posterior. Luego, supuse que, si era solamente cambiar un repuesto, si me quedaba dos días a lo mejor ya podría traérmelo conmigo a la vuelta. Después pensé en sacar el pasaje con hotel y ver si me convenía más pagarlo contado o comprarlo con tarjeta, ya que la tengo un poco cargada y, como ahora en diciembre cobro aguinaldo, me podría convenir la primera opción. Luego, traté —pero aún no pude— de contactarme telefónicamente con el service en Buenos Aires para ver si podían arreglármelo en ese plazo, que me pasaran la dirección y si había una fecha de preferencia para llevarlo.
Luego me fui al gimnasio, y haciendo mis ejercicios me vino a la mente que la parte de mi cerebro que estaba utilizando al hacer eso era prácticamente la misma que usaban los nazis para planificar el Holocausto. Primero, tenían que ubicar a los judíos y judías, apresarlos, secuestrarlos y encerrarlos. Para eso había que disponer de una fuerza represiva muy organizada y disciplinada, imponerle los mandos y estructura adecuados, y luego mandarlos a la acción. Una vez las futuras víctimas se encontraban a recaudo, había que alimentarlas un mínimo para que no se murieran ahí mismo y, luego, trasladarlas a los trenes, que también tenían que ser organizados: horarios, conductores, cantidad de vagones, un sinfín de cosas. Y todo esto exigía un trabajo mental previo de organización. En un caso habría unos cuantos miles de cerebros trabajando en el tema, y en el mío, del teclado, un cerebro solo. Y era posible tratar todo el asunto sin pensar en la parte moral, solamente como en algo organizativo.
Los lóbulos frontales ayudan a controlar el pensamiento, la planificación, la organización, la solución de problemas, la memoria a corto plazo y el movimiento, o sea que es en esta parte del cerebro —que, además, es la más avanzada y que está más desarrollada en los homínidos, aunque la poseen todos los vertebrados— donde se realiza toda la organización y la planificación.
Resulta escalofriante pensar que todo esto no tiene nada que ver con la moralidad de las acciones. ¿Estará el cerebro dividido en compartimientos estancos que se ocupen de la organización, de la moralidad, del lenguaje, de la reproducción y de mil cosas más y que no tengan vínculos entre sí?
Por suerte no es así. Los lóbulos frontales tienen importantes conexiones con el resto del cerebro, y el discernimiento moral puede también ser una de sus funciones.
Para poder realizar todo lo que los nazis hicieron, tuvieron primero que dejar de pensar en los judíos como seres humanos y reducirlos a números, estadísticas, en definitiva, tratarlos como a objetos inanimados. Les sacaron el alma, por decirlo así. Por eso Adolf Eichmann no se sentía culpable; solo obedecía órdenes y, muy probablemente, si se le hubiera mandado suicidarse, lo hubiera hecho sin pensar. Su tarea era puramente administrativa y no tenía nada que ver con lo moral.
Este ejemplo es tal vez el más extremo en que se pueda pensar. Pero en el espectro que va desde la organización de una acción inofensiva hasta la del mayor cúmulo de hechos criminales e inhumanos se pueden descubrir una cantidad de gradaciones; y todo debe ser analizado desde el punto de vista de la planificación y también desde el de la moralidad y las consecuencias que nuestras acciones tendrán.
Digo esto porque continuamente debemos tomar decisiones en las cuales hay muchas zonas grises y que pueden ser perjudiciales para otros. Ocupar una plaza de trabajo hace que otras personas que aspiraban a ella no puedan hacerlo, por ejemplo. ¿Eso hace que aceptar el trabajo sea inmoral?
Una de las zonas donde más se descubre esto es en la política. Los políticos continuamente dicen medias verdades o directamente engañan, prometen cosas que no van a cumplir, tratan a sus adversarios como a enemigos, realizan artimañas, favorecen a sus allegados, algunos son corruptos en distintos grados, votan leyes con nombre y apellido, es decir, realizan toda una serie de acciones bastante cuestionables. Pero en sus mentes (o en la mayoría de ellas) ellos están luchando por un fin superior: su triunfo y el de su partido, que hará que todo el país se beneficie, y todo el país cuenta más que unos cuantos perjudicados ocasionales.
¿Es malo esto? Pues parecería que sí. Ahora imaginen un mundo como este, pero en el cual no hubiera ninguna manera de defenderse, donde nadie pudiera protestar o denunciar a un individuo poderoso por conductas deshonestas, donde no se hicieran circular ideas ni se escribieran libros, ni se permitiera organizar un miserable club en contra del gobierno, ni se permitiera absolutamente nada mínimamente cuestionable desde el punto de vista de la autoridad.
Sería, y fue, como la historia ha demostrado, un sistema diabólico y feroz, donde nadie estaría a salvo y en el cual desde el poder se cometerían, además, horribles crímenes. Ya han existido y conocemos estos ejemplos.
Por eso, no debemos olvidar nunca, y más cuando se nos presentan decisiones difíciles, que a pesar de todos los pesares y desencantos la democracia es el único sistema que nos da alguna defensa (imperfecta, insuficiente, inexistente a veces pero defensa al fin) contra el mal. Queda siempre la esperanza de que todo, al fin, sale a la luz. Tal vez siglos después, pero igual sirve de experiencia. Todos sabemos que Bruto mató a César y que no fue un sicario de un cártel romano. Y en aquel entonces también había fake news, vulgarmente llamadas calumnia y chusmerío, aunque no hubiera redes sociales.
La libertad y la libre circulación de noticias hace que puedan salir a la luz los defectos, pecados y hasta crímenes de los poderosos. Recordemos que esto es algo que sucede desde hace 250 años aproximadamente, y que la historia de la humanidad tiene 200.000 años y la de la civilización apenas 10.000.
Es cierto que existen decisiones muy difíciles y que muchas veces no existen un bien y un mal, sino un mal mayor y otro menor. Por lo mismo es que los encargados del poder deben ser muy cuidadosos de sus acciones, y los que estamos en el llano también debemos utilizar las herramientas a nuestro alcance para tomar las mejores decisiones posibles.
Alberto Magnone