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    ¿Un éxito económico asombroso?

    Sr. director:

    Me decidí a escribir estas líneas tras leer el titular de la última edición de Búsqueda que dice: Exdirector del FMI: en una región de “mezquinas disputas políticas”, Uruguay logró éxito económico asombroso. El economista argentino Claudio Loser analiza la historia y el presente de América Latina como “razonablemente próspera, moderna y, más recientemente, macroeconómicamente estable”.

    No hay nada que quisiera más que darle la razón al economista del FMI; desearía estar equivocado. Pero vemos de manera distinta lo que ha pasado.

    ¿Podemos decir que Uruguay logró un éxito económico asombroso cuando hace 10 años que crecemos apenas 1% anual, y el promedio de los últimos 70 años fue de 2%? Nuestro problema, a diferencia de América Latina, es que supimos pertenecer al grupo de países desarrollados: incluso hasta 1970 éramos uno de los 20 países más ricos y desarrollados del mundo. Hoy estamos en la mitad de la tabla. Rumbos erróneos nos llevaron a esta situación.

    Que Uruguay haya sido una isla de estabilidad económica y política en la región está muy lejos de significar que tuvimos un éxito asombroso.

    La pregunta que deberíamos hacernos es cómo pasamos de ser una de las sociedades más prósperas y homogéneas del mundo a tener hoy una sociedad fragmentada, con problemas de pobreza infantil que todos conocemos.

    Ahora parece haber consenso: crecer es la solución a todos los problemas. Por primera vez en décadas hay acuerdo en Uruguay en que para repartir y sostener las políticas sociales primero debemos crecer. Crecemos más, generamos más impuestos, menos deuda, más plata para gastar… En una hoja de Excel, todo cierra.

    Sin embargo, la realidad es más terca: es a la inversa. Primero debemos identificar y solucionar los problemas que nos impidieron crecer; no podemos pensar que vamos a crecer “por arte de magia” para que eso solucione todos los problemas. Si seguimos haciendo lo mismo que nos trajo hasta aquí, no creceremos a las tasas necesarias para mantener nuestro gasto social.

    No somos los únicos con este problema. En su reciente libro Nuestro dólar, tu problema, Kenneth Rogoff compara la diferencia de crecimiento entre EE.UU. y Europa: “La falta de dinamismo de Europa tiene muchas causas, incluidas sus altos impuestos y un welfare state más grande que en EE.UU. También su población es más envejecida. No es mi propósito evangelizar comparando enfoques de gobierno, los resultados están a la vista: los europeos tienen un mayor nivel de protección social porque trabajan menos horas y tienen sistemas de apoyo social más generosos. En este sentido, Europa tiene hoy un nivel de vida superior. Lamentablemente, como señaló el informe escrito por Draghi en 2024, más del 70% de la brecha entre Europa y EE.UU. se debe a menor productividad. A Europa se le va a complicar mantener su nivel de vida”.

    Coincidimos. Y al Uruguay, si no cambia, también.

    Para no quedarnos solo en el diagnóstico —aunque tener el correcto es clave para corregir— trataremos de mencionar algunos temas medulares que deberíamos cambiar si realmente queremos crecer como necesitamos.

    Un profesor que me marcó mucho me dio el siguiente consejo: “Cuando estés analizando un problema, revisá primero los ‘fundamentals’. Si estos están correctos, lo demás se acomoda solo. En cambio, si los temas menores están bien pero los fundamentales no, estás en graves problemas”.

    Siguiendo esa sugerencia, hay condiciones necesarias (aunque no suficientes) para que un país pueda crecer. Son de sentido común: la economía lo es.

    La primera: estabilidad macroeconómica. No gastar más de lo que generamos. Es usual escuchar que Uruguay tiene sus cuentas ordenadas. ¿Es así? ¿Puede un país crecer genuinamente cuando durante toda una década tuvo un déficit promedio del 4%? En lo que va de este siglo, solo en 2007 tuvimos equilibrio fiscal. ¿Es este comportamiento “tener las cuentas ordenadas”?

    Quisiera estar equivocado, pero estamos lejos de estar ordenados. Este desorden es el origen de muchos problemas a resolver.

    El segundo tema es cómo financiamos ese déficit. Agotado el camino de los impuestos, recurrimos a la deuda. Nadie duda de que en una crisis financiera el endeudamiento es necesario y positivo (basta recordar el gobierno de Jorge Batlle y Alejandro Atchugarry). Pero usar la deuda como método permanente para financiar gastos corrientes es una muy mala decisión país. Más allá de que hay estudios que muestran la relación entre altas deudas y bajo crecimiento, es de sentido común que este proceder no puede durar para siempre.

    El tercer tema medular es el nivel de apertura de nuestra economía. Un país pequeño no puede apostar al consumo interno como motor de crecimiento: solo puede crecer sostenidamente si se orienta al mercado internacional.

    Más allá de lo que se dice, el coeficiente de apertura de Uruguay (50%) está muy por debajo de lo que debiera ser, especialmente al compararlo con países exitosos de tamaño similar (80%). Además, debemos sumar que el Mercosur desvía más comercio del que genera.

    Este tema es clave porque, además de estar poco integrados, el coeficiente de apertura ha retrocedido como consecuencia de la política antiinflacionaria vigente.

    Nadie duda de que es bueno no tener inflación. Pero deberíamos preguntarnos cómo, teniendo un déficit fiscal alto y persistente, los pesos emitidos para financiarlo no generan inflación. Lo primero que aprendemos en economía es que la inflación es un fenómeno monetario. Entonces, si tenemos déficit y emitimos, ¿por qué no hay inflación? ¿Estamos desafiando la ley de la gravedad?

    La respuesta es sencilla: se emite por un lado y se retira por otro gracias a la venta de dólares provenientes de endeudamiento y letras de regulación monetaria. Cuando la tasa de interés era cero, esto podía hacerse casi sin costo. Ahora, con tasas más altas, es cada vez más oneroso y aumenta aún más el déficit presente y futuro. Además, el endeudamiento para cubrir el exceso de gasto implica volcar esos dólares al mercado, deprimiendo el tipo de cambio (atraso cambiario) y consolidando el mercado interno como motor de crecimiento… El modelo equivocado.

    Siempre se usó la inflación para licuar deudas. Nuestro caso es atípico: seguimos aumentando la deuda y queremos seguir bajando la inflación, manteniendo un déficit como el actual. No debería sorprendernos el magro desempeño de la última década.

    El cuarto tema clave es la demografía. Según el INE (Instituto Nacional de Estadística), el envejecimiento será el rasgo dominante del futuro uruguayo. La población de 65 años y más pasará de 553.000 en 2024 a 990.000 en 2070, aumentando del 15,8% al 32,5%. Si a las jubilaciones sumamos el costo en salud de cuidar a una población más envejecida, resulta difícil entender cómo se puede plantear seriamente modificar la reciente reforma jubilatoria. No será perfecta, pero hay que reconocer la valentía política del anterior gobierno al encarar este tema.

    El quinto tema es la productividad. Hace poco leímos una noticia sobre Alemania que decía que creían haber encontrado “la solución más alemana posible” a sus problemas de productividad: trabajar más.

    Cuando escuchamos hablar de reducir la jornada laboral, sin flexibilizar el régimen de fijación de salarios actual, debemos tener claro que es sinónimo de aumentar costos para las pequeñas y medianas empresas. Es pagar lo mismo por menos trabajo. Un país que necesita crecer debe trabajar más y mejor, no menos.

    Por último, quiero mencionar la educación. Es difícil encontrar un tema que incida más en el crecimiento futuro del país y que contribuya tanto a la igualdad y a la movilidad social. Aceptemos que la educación pública, en particular, está siendo una de las mayores trabas al crecimiento y la cohesión social. Ha quedado demostrado que no es un problema que se solucione con más presupuesto. Se impone una política de Estado. Mujica lo intentó y no pudo. No es sano que los intereses corporativos primen sobre el interés general.

    Todos los factores mencionados dependen de nosotros para modificarlos. En cambio la coyuntura internacional nos viene dada y tiene un peso enorme. Como bien señaló Kenneth Coates: “Uruguay no tiene un modelo de crecimiento, sino un modelo de subsistencia, con ocasionales brotes de dinamismo en función de los mercados internacionales y/o regionales”.

    No es sano depender solo del viento de cola para crecer, sobre todo cuando se proyecta que los años venideros no serán favorables. El Banco Mundial estima que la economía mundial experimentará la década de crecimiento más débil en más de medio siglo. En otras palabras: la probabilidad de que la coyuntura internacional nos salve es muy baja.

    Si a esto sumamos el sobreendeudamiento en todo el mundo desarrollado (y en China), que está elevando las tasas de interés a largo plazo, debemos ser más prudentes que nunca. El mercado ya está anticipando problemas. El 21 de julio el Economista de España titulaba: La deuda de las grandes economías occidentales es un polvorín y la mecha ya está corriendo. ¿Podemos seguir gastando como si fuéramos a tener capacidad de endeudarnos de forma ilimitada?

    Tanto el contexto internacional (agravado por la guerra arancelaria de Trump) como la realidad local muestran que el gobierno tendrá que tomar decisiones de fondo.

    No dudamos de la capacidad del ministro Gabriel Oddone y su equipo. Sabemos que tienen clara esta realidad y cómo encararla. Es lógico, además, que no todos en el gobierno coincidan con su orientación: un gobierno nuevo siempre busca recursos para sus propias prioridades. Hasta ahora, el ministro ha contado con el respaldo del presidente. Será en el Presupuesto donde podrá plasmar su visión y donde veremos el verdadero respaldo.

    Queremos contribuir con esta reflexión para que podamos cambiar el rumbo a tiempo. Nouriel Roubini, el economista turco que anticipó la crisis de 2008, viene advirtiendo desde hace dos años que una nueva crisis financiera es inevitable. Predecir su momento exacto es imposible pero, como decía Rudiger Dornbusch, “En economía, los hechos tardan más tiempo en pasar de lo que uno piensa pero, cuando pasan, pasan más rápido de lo que uno podía imaginar”.

    Nadie está presagiando una crisis inminente, pero sería irresponsable actuar como si la probabilidad no existiera.

    Eduardo Ache