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El domingo pasado, votamos. Según Brum (la diaria, 25 de octubre), “a pesar de su importancia, la cultura es todavía un tema secundario en los debates electorales. En la actual campaña se observó que los programas valoran la cultura, pero no la consideran central en su discurso”. Los politólogos la justifican por la importancia de otros problemas sociales —seguridad, empleo, economía, pobreza infantil, salud, educación— para la población y, por lo tanto, para los políticos.
Pasada la primera vuelta de las elecciones nacionales, ¿le ha llegado la hora a la cultura? Según Wainstein la cultura contribuye a la cohesión social: “La cultura es eso: es diálogo, es puente. La cultura es un tejido social para que la gente dialogue, para que la gente se encuentre”. Para Carámbula, “la política cultural (es) una gran política social, una política social de primer nivel.”
Valor social de la cultura. Los ODS de la Agenda 2030, de la ONU, no incluyen un objetivo específico para la cultura. “Ella está citada de manera transversal en metas relacionadas con la educación, las ciudades sustentables, la seguridad alimentaria, el crecimiento económico, las pautas de consumo y producción sostenibles, la promoción de sociedades inclusivas y pacíficas y la protección del medio ambiente. Solo en el punto 36 de la Agenda se hace una referencia explícita a la cultura y en él los países signatarios reconocen la diversidad cultural y natural del mundo, se comprometen a ‘fomentar el entendimiento entre las distintas culturas’ y a promover su contribución al desarrollo sostenible”.
Una vuelta de tuerca en la puesta en valor de la cultura ocurrió en setiembre, cuando la Asamblea General de ONU declaró que “La cultura contribuye a un desarrollo más efectivo, inclusivo, equitativo y sostenible” y convocó a todas las naciones a “integrar la cultura en las políticas y estrategias de desarrollo económico, social y ambiental, garantizando suficientes inversiones públicas para proteger y promover la cultura”.
Si bien rezagada en la agenda política, en muchos países la cultura ha tomado mayor relevancia en la planificación socioeconómica del desarrollo. Se reconoce que la cultura es el mejor medio para difundir el mensaje de la sostenibilidad. La aceptación de la concepción antropológica de cultura adoptada por la Unesco ha contribuido a que ella se reconozca como pilar fundamental del desarrollo sostenible.
Cultura y gestión cultural. La sociedad crea cultura, que es “cómo vive, piensa, hace, sueña y comunica una comunidad y su relación con otras, desde la organización de sus instituciones hasta las relaciones humanas con la naturaleza”. Tres estamentos de la sociedad gestionan el ecosistema cultural: el Estado —gobiernos nacional, departamental y municipal—, los privados —individuos y empresas con fines de lucro— y un “tercer sector” o sociedad civil. Recientemente las características de dos de estos sectores, el privado y el “tercero”, y sus roles en la gestión cultural fueron analizados por Pareja (Búsqueda, 26 de setiembre y 23 de octubre de 2024). El papel del Estado en la cultura fue examinado en un artículo —mención honorífica— presentado a un concurso de ensayos convocado por la revista La Pupila en 2023 (vadenuevo.com.uy, 3 de mayo 2023).
De estos análisis se concluye que la gestión del ecosistema cultural la realizan los tres sectores de la sociedad sin coordinación, con incierta complementariedad y traslapando en la cobertura de las disciplinas artísticas. El sistema cultural —por defecto— no coordina con los sectores sociales participantes de la gestión cultural. Tampoco gestiona los recursos económicos disponibles para llevarla a la práctica.
Sector público. En Uruguay, desde 2006, la Dirección Nacional de Cultura (DNC), apoyada por otras instituciones estatales o paraestatales e instancias ad hoc, es responsable por la ejecución de las políticas públicas culturales formuladas por el Ministerio de Educación y Cultura (MEC).
En 2005, el Estado uruguayo puso a disposición de creadores independientes, gestores y centros culturales los Fondos Culturales. “Mecanismos concursables abiertos a la ciudadanía” con diferentes modalidades: nacional, regional, formación y creación artística, infraestructuras del interior y de incentivo. Con algunas interrupciones, estos fondos siguen siendo hasta hoy la principal herramienta estatal de financiación a artistas, creadores y gestores culturales independientes.
Uno de ellos, el Fondo de Incentivo Cultural (FIC), ha sido un intento de puente cultural, facilitado por el Estado, para que capitales privados fluyan a financiar la cultura. “Se integra con aportes de privados que reciben beneficios fiscales. Para artistas, instituciones y gestores culturales, representa una oportunidad para la financiación de sus proyectos mediante la captación de recursos económicos que otorgan beneficios fiscales a las empresas o personas físicas que apoyan proyectos culturales”. Es una herramienta ingeniosa y potencialmente útil pero, a 20 años de su creación, aún no hay evidencias que demuestren que ellos incentivan la inversión privada en cultura. La contribución de los FIC al arte y la cultura popular para financiar a artistas independientes, creadores, gestores y centros culturales comunitarios aún no ha sido probada.
A la ya citada conclusión de Brum sobre la relevancia del tema cultural en la campaña eleccionaria agregamos la de Lagos (la diaria, 22 de octubre). “Los programas de los partidos políticos para el ámbito de la cultura difieren en enfoques y profundidad, pero también exhiben consensos. El más notorio de ellos es la necesidad de continuar descentralizando aunque con divergencias en cuanto a la relación de las instituciones nacionales con los gobiernos departamentales”. “Históricamente ha habido una visión ‘Montevideo-céntrica’ de los aspectos culturales, y en esa ciudad están ubicados los escenarios centrales de la actividad cultural y económica del país”.
En 1995 el Encuentro de Directores de Cultura Departamentales declaraba: “Se considera ineludible fortalecer y homogeneizar el papel de las direcciones de cultura departamentales, con el fin de optimizar su gestión en la promoción de la acción cultural, y establecer una vinculación más eficaz a nivel nacional y regional”. Algunas intendencias han generado sus propias políticas culturales con incentivos económicos y apoyo a artistas y creadores con sus infraestructuras físicas —museos, salas, teatros y centros culturales—. Sin embargo, “el desarrollo de la institucionalidad cultural en los 19 departamentos del Uruguay ha sido muy desigual, no se ha avanzado del mismo modo en la vertebración orgánica y normativa de las políticas culturales”. Montevideo sigue siendo el centro cultural fermental, con amplia actividad artística, concentrando la mayoría de los museos, los teatros, los cines y las salas de espectáculos, y es el lugar en donde se producen las políticas culturales nacionales que luego se proyectan a todo el país.
Si bien la descentralización ha sido repetidamente planteada como un objetivo deseable en las políticas públicas culturales, las propuestas se limitan a tres estrategias. Por un lado, un objetivo específico es “llevar cultura” al interior del país circulando ofertas culturales, como obras de arte del acervo museístico capitalino y espectáculos programados y organizados desde Montevideo. Por otro, se están instalando centros culturales —anteriormente llamados Centros MEC y hoy Centros Culturales Nacionales— en el interior del país. Finalmente, la Red Nacional de Direcciones de Cultura, impulsada por la DNC, coordina entre sus institutos —música, artes visuales, artes escénicas y letras— y las direcciones de cultura departamentales la programación y la ejecución de proyectos culturales.
Decisores y gestores culturales no parecen haber consensuado una interpretación de lo que significa “descentralizar la cultura” y las posibles estrategias para ejecutarla. No hay una visión del Uruguay culturalmente descentralizado —¿y diverso?— que se procura. La actual administración afirma que “El programa de Centros Culturales Nacionales es de la DNC. Los centros, primero, se hacen de acuerdo con los gobiernos departamentales y los municipios. Si no quieren, no se hacen. Ellos eligen el lugar que es de ellos. Segundo, son escenarios de aplicación de las políticas culturales de la DNC. No tienen una agenda aparte” (Da Silveira, Voces, 9 de octubre).
Para el MEC descentralizar es llevar la política cultural de la DNC, creada a escala central, y ponerla a disposición de los gobiernos descentralizados —intendencias y municipios— para su ejecución. Una concepción diferente propone que la descentralización debe ser un proceso participativo en el cual, con responsabilidades compartidas entre instituciones —nacionales, departamentales y locales— de los tres sectores —Estado, privados y sociedad civil—, artistas y creadores se formulan políticas culturales y se gestionan la cultura. Desde esta perspectiva, la descentralización no se reduce a “llevar cultura” sino que pasa por empoderar a los/las artistas, creadores/as, gestores/as y a las instituciones que están haciendo cultura en el interior del país.
Sector privado. En el sector privado uruguayo no abundan los filántropos ni los mecenas. Sin datos fidedignos y dejando de lado las industrias creativas, los aportes económicos a la cultura del empresariado uruguayo no parecen ser sustanciales. Las limitadas contribuciones privadas se han hecho utilizando cuatro mecanismos: donaciones en efectivo, apoyo con bienes y servicios, patrocinio de eventos y financiación de proyectos FIC. Últimamente, se están ensayando nuevas modalidades de apoyo. Una de ellas es el marketing comprometido, o marketing con causa. Esta estrategia ya es practicada en Uruguay por McDonald’s en su Gran Día y por Paseo del Centro en Café Solidario. El mecanismo está llegando para apoyar al sector cultural. En ocasión del Día del Patrimonio —que este año homenajeó a la vitivinicultura, la vid y el vino— el Centro Cultural Miguel Ángel Pareja, de Las Piedras, lanzó el —¿primer?— proyecto colaborativo de marketing con causa cultural junto con la empresa Vinos Pikabea, por el cual la venta de un vino especial aportará recursos económicos al centro cultural. A diferencia de las otras estrategias de apoyo, en el marketing comprometido la empresa contribuye a la causa solo en el caso de que el cliente compre el producto. Promoviendo la venta del producto y, simultáneamente, contribuyendo a una causa cultural, el marketing comprometido es una estrategia ganar-ganar para la empresa, la institución sin fines de lucro y la cultura.
Hay países, como España, en donde la vinculación de la empresa privada con la cultura está concientizada y consolidada. “La responsabilidad social corporativa, vinculada tradicionalmente al medio ambiente o a los derechos sociales, está ampliando su campo de acción a la vida cultural. La iniciativa privada es, cada vez más, un sostén esencial del sector cultural. Con patrocinios, donaciones, iniciativas de mecenazgo y acción social, empresas y fundaciones están dando un impulso decisivo a la creación artística y a la difusión de la cultura”.
Tercer sector. “Para muchos la institucionalidad cultural en Uruguay comenzó con el tercer sector. Hace 200 años se inauguraba en Montevideo el Teatro Solís, un hito de la cultura uruguaya financiado por una sociedad anónima sin fines de lucro que lo administró hasta 1937”. El tercer sector, si bien se diferencia del privado y del estatal, “tiene algo de lo privado, porque surge por iniciativa de particulares, y tiene algo del público, ya que sus acciones están orientadas al bien general”. En 2023 el MEC registraba 55 instituciones culturales de la sociedad civil, incluyendo fundaciones con sede en Montevideo y en el interior —Pepe Montes, en San José, Manolo Lima, en Maldonado, Teatro La Sala y Centro Cultural Miguel Ángel Pareja, en Las Piedras, entre otras—. Estas organizaciones difunden cultura, educan en arte o salvaguardan patrimonios artísticos. Democratizan la cultura apoyando la producción artística, permitiendo que la comunidad acceda a bienes y servicios culturales y haciéndola partícipe de la gestión cultural. Estas instituciones gestionan la cultura en el interior del país pero no participan en la formulación de políticas públicas culturales nacionales.
Hub. Un hub es un instrumento, un mecanismo de conexión y coordinación. Es un “intercambiador, nodo, centro logístico o punto de conexión en torno al cual se concentra y se mueve un determinado sector”. Los hay virtuales —digitales—, analógicos —físicos, presenciales— e híbridos.
En Uruguay, un ejemplo es el Innovation Hub, “un programa nacional que busca impulsar al país a la vanguardia de la economía del conocimiento, consolidando el ecosistema de innovación local”. Patrocinado por los ministerios de Industria, Economía y Educación y Cultura, estimula la creación de emprendimientos tecnológicos y atrae financiamiento privado. La Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANNI), integrante del hub, administra créditos fiscales por los cuales las empresas pueden deducir impuestos y reducir costos.
“Hubs culturales” o “hubs creativos” han sido creados en muchos países con el fin de fortalecer “los vínculos entre personalidades de la cultura, museos y centros culturales”. Son redes de cooperación, físicas o virtuales, que apoyan las industrias creativas o culturales. El hub cultural “Es una factoría de innovación, producción y transferencia de la economía creativa y del conocimiento”.
Hub cultural en Uruguay. Uruguay tiene larga trayectoria en gestión cultural. Entre las más relevantes contribuciones se destacan las de Gonzalo Carámbula, exdirector de Cultura de Montevideo, fundador en el Claeh de la primera Tecnicatura en Gestión Cultural, defensor de los derechos culturales y propulsor de la Ley Nacional de Cultura, aún pendiente de aprobación. Esta reseña trató otros temas culturales aún por resolver.
A fines de 2023, el Parlamento uruguayo aprobó una ley que declara el 4 de setiembre —en homenaje a Gonzalo Carámbula en su natalicio— como el Día de la Gestión Cultural. No es un hecho aislado, sino un hito en un largo proceso de evolución y maduración del tema cultural. Una confluencia de hechos colocan a Uruguay frente a una oportunidad única para concretar un nuevo “pacto social por la cultura”. En primer lugar, la evolución tecnológica ha generado y puesto a disposición de decisores y gestores herramientas digitales que facilitan la gestión de la información y la coordinación institucional. En segundo lugar, las recientes declaraciones de la ONU han puesto a la cultura como uno de los pilares del desarrollo sostenible a tener en cuenta en su planificación. En tercer lugar, la inminente renovación de las autoridades ejecutivas y legislativas del país abre las puertas para repensar las políticas públicas culturales. Un “hub cultural” sería un compromiso nacional con la cultura que a través de un nodo virtual coordine a instituciones, actores y sectores del ecosistema cultural —cultura, ciencias, deportes— permitiendo avanzar hacia un sistema nacional de cultura.
Los propósitos de esta agencia de innovación serían la defensa de los derechos culturales y de la diversidad cultural. Sus objetivos: 1) dar participación, fomentando el activismo cultural de los actores del ecosistema —creadores, artistas, gestores, decisores, autoridades, donantes y mecenas—, en la creación de políticas públicas y en la gestión; 2) integrar, apoyar y coordinar la gestión de los varios sectores: Estado, privado y tercero o sociedad civil; 3) apoyar y defender los derechos culturales de los artistas y creadores; 4) gestionar la captación y la utilización de los recursos económicos, incentivando las contribuciones del sector privado a la cultura; 5) hacer propuestas para legislar —formular políticas, impulsar la ley de cultura, revisar la ley de mecenazgo y bregar por un sistema nacional de cultura— y gestionar de manera coordinada la cultura en todo el territorio; 6) ser una usina que genere y comparta ideas y propuestas culturales; 7) proyectar al Uruguay en el escenario cultural internacional.
Para ello, el hub debe contar con representación de los principales actores y sectores del ecosistema cultural: gobierno nacional —ministerios de Educación y Cultura, Economía y Finanzas, Trabajo y Seguridad Social, Turismo, Relaciones Exteriores, Agencia del Cine y Audiovisual Uruguayo (ACAU), Antel, ANNI, Plan Ceibal—; gobiernos departamentales —direcciones de cultura y patrimonio—; academia —facultades de artes, diseño, arquitectura, ciencias—; tercer sector —organizaciones de artistas y gestores culturales, representantes de instituciones civiles, la recientemente creada Fundación Uruguay Cultura—, y organizaciones de los empresarios privados. Dos actividades ya en marcha contribuirán a cimentar el hub: 1) la Red Nacional de Direcciones de Cultura, impulsada y coordinada por la DNC, la cual debe ampliarse integrando a la sociedad civil y al empresariado privado, así como a artistas y creadores; 2) el sistema FIC —con las necesarias mejoras en su operatividad y actualizando los incentivos para los empresarios— como posible mecanismo de vinculación del sector privado con la cultura.
Conclusión. ¿Llegó la hora de la cultura? El hub cultural uruguayo puede ser el puente cultural que vincule instituciones, actores y sectores sociales de todo el territorio del país para beneficio de la cultura. “Todos estamos en la misma; unámonos para que haya más emprendimientos culturales que le hacen bien al país” (empresario, citado por Wainstein).
Mario R. Pareja