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    Legalización del juego ‘online’ deportivo fue origen de un tsunami: enormes olas de publicidades, ludopatía y arreglo de partidos

    Las apuestas huelen cada vez peor en el fútbol argentino y opacan los torneos de la AFA

    A fines de octubre de 2022, o sea, en las vísperas del Mundial de Catar, que le daría la tercera estrella a la selección albiceleste, un artículo en Búsqueda alertó sobre una novedad pestilente en los estadios de la orilla oeste del Río de la Plata: “Los arreglos de partidos huelen feo en el fútbol argentino”. El dilema es que, si dos años y medio después alguien pide actualizar el estado aromático de la situación, la frase debería ser aún más hedionda: “Los arreglos de partidos huelen horrible en el fútbol argentino”.

    Aquel artículo incluía advertencias de Declan Hill, un periodista canadiense que a inicios de este siglo se erigió en el pionero de la investigación sobre arreglos de partidos en el mundo. Lo que al comienzo solo ocurría y preocupaba en Asia y Europa, advirtió Hill en la primavera de 2022, finalmente había llegado a Sudamérica: “Brasil y Argentina han sido una buena mina para los arregladores de partidos. Las ligas latinoamericanas son más baratas de arreglar”.

    Uno de los pocos expertos del tema en Argentina, a su vez, agregó a Búsqueda su conocimiento local: “En el tema de las apuestas estamos atrasados 10 años. Pero ahora viene lo peor, esto recién empieza”. El problema es que, al tratarse de un tema tan oculto, desconocido e incómodo, casi nadie del ambiente le prestó atención a ese pronóstico, pero el especialista tenía razón: hoy las apuestas son, en mucho más casos de lo imaginado, el jugador número 23 de un partido en la tierra del actual campeón del mundo.

    El 2024 que finaliza, más allá de la grisura que acompañó a River y a Boca y de las consagraciones de los equipos “medianos” o “chicos” —como Estudiantes en la Copa de la Liga, Central Córdoba en la Copa Argentina y Vélez en la Liga Profesional—, deja una pintura oscura de fondo, algo así como un Guernica en los torneos de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA): algunos futbolistas juegan intoxicados por las apuestas. En este caso no se trata de ludopatía —una adicción patológica a los juegos de azar que afecta de manera dramática a un amplísimo porcentaje de jóvenes argentinos y rioplatenses— sino de cómo los propios futbolistas intentan ganar dinero a partir de los partidos que ellos mismos juegan. La gracia, o mejor dicho la desgracia, es que a veces salen a la cancha a buscar una derrota. “Esto siempre fue por plata, antes era para ganar y ahora, a veces, es para perder”, reconoció un protagonista del ambiente.

    Las misiones sobre el césped pueden cambiar. En algunos casos, los jugadores tendrán que provocar córneres y penales en contra de su propio equipo —en un 0 a 0 entre Morón y Deportivo Madryn, por el torneo de la segunda categoría, el equipo local dispuso de la insólita cifra de 18 córneres a favor—. Otras, recibir tarjetas amarillas o rojas. Lógicamente, se trata de un guion preacordado con “grupos empresarios” —anónimos e integrados por representantes, exárbitros y exjugadores— que saben cómo apostar en las casas clandestinas de Asia, en especial de Rusia, Indonesia y China. Hablar de acceso a “casas clandestinas de Asia” suena a misteriosas y recónditas webs, pero en verdad son páginas de fácil alcance para cualquier persona con un mínimo de conocimiento en el tema.

    En esa unión entre los vivos y los desesperados —los jugadores del Ascenso necesitan otros ingresos para llegar a fin de mes porque no les alcanza con el sueldo que cobran de los clubes—, se desata un doble fraude. Primero, el deportivo y moral contra el club para el que juegan: compañeros, entrenadores, dirigentes e hinchas son estafados desde lo laboral y lo sentimental. Pero además, en lo legal, ocurre una defraudación económica contra las casas de apuestas. Lógicamente, el lucro de las licenciatarias reside en que antes del partido nadie sepa el resultado ni cuántos amonestados o expulsados habrá durante el juego, pero el negocio queda burlado cuando entran en acción jugadores y apostadores que saben lo que ocurrirá.

    El tema es difícil de desactivar, casi imposible, por diferentes motivos. Uno de ellos es que dejarse perder —o jugar a menos— también puede ser un arte: los errores intencionados quedan camuflados entre los errores naturales del fútbol. Si hasta los mejores cracks de la historia fallaron y fallarán penales, un penal cometido adrede —pero dentro de la fricción natural del fútbol— también puede pasar como un crimen sin pistas, indetectable.

    La Justicia argentina hasta ahora solo investiga un caso. En octubre de 2024, dirigentes de Atenas de Río Cuarto (Córdoba) —un equipo que participa en el Federal A, la tercera categoría en el organigrama de la AFA— abrieron diferentes cuentas personales en una casa de apuestas y apostaron dinero a que su equipo perdería 3-0 ante Juventud Unida de San Luis en la fecha siguiente. Dicho y hecho: a las pocas horas, Atenas fue goleado 3-0 y, en el colmo de lo burdo, la derrota fue por dos goles en contra y un penal provocado por uno de sus jugadores. El escándalo fue detectado porque los dirigentes, creyéndose impunes, hicieron la movida en una casa de apuestas legal y no en una clandestina. Intervino la Fiscalía del Cibercrimen pero todavía no hubo sentencia y difícilmente la haya.

    El fenómeno, es cierto, aún no salpica a la Primera División. O mejor dicho: si sucede en algunos partidos de Primera, todavía ocurre de manera ocasional, casi marginal. Pero sí se trata de un paisaje cada vez más común en el Ascenso —desde la Primera Nacional, la segunda categoría y antesala de la A, hasta pequeños torneos en el interior del país— y en las divisiones inferiores. Nobleza obliga, está muy lejos de ser únicamente un problema del fútbol: también en Argentina, los conocedores del día a día del básquet invitan a prestar atención a un puñado de partidos de la Liga Nacional, la principal categoría de ese deporte en el país.

    Hasta 2021, Argentina había permanecido casi al margen de esta amenaza. Los casos de arreglos por apuestas entre jugadores habían sido mínimos, casi folclóricos. Los memoriosos recuerdan un partido de Argentinos Juniors en la primera década de este siglo cuando un jugador, que venía de jugar en España (donde la problemática ya estaba avanzada), les trajo la novedad a sus compañeros y se pusieron de acuerdo en cederle ocho córneres a su rival (Quilmes) para cobrar un dinero extra. Pero no pasó de eso, un episodio aislado, acaso una travesura o encontrarle una falla al sistema. Sin embargo, ya a fines de 2021, cuando el gobierno nacional a cargo de Alberto Fernández y casi todas las gobernaciones de diferentes ideologías coincidieron en legalizar las apuestas online, una caja de Pandora se disparó con consecuencias imprevistas.

    Como el fútbol no deja de ser una guerra ritualizada, el problema principal es el social: la ludopatía encarna un drama para muchos jóvenes porque no solo está en juego la economía familiar sino también la salud mental. Hay testimonios dramáticos y valientes, como el del periodista Cayetano en el libro No va más, que cuentan casos de apostadores que debieron vender un departamento para saldar sus deudas. El drama para las próximas generaciones es que, al menos hoy, no se perciben límites cercanos en el horizonte.

    A mediados de noviembre pasado, la Cámara de Diputados dio media sanción a una ley que intenta regular la divulgación de las casas de apuestas: se trata de un saludable intento para contrarrestar el tsunami de una oferta descontrolada, con superposición de publicidades en las transmisiones de los partidos, el naming del torneo de Primera División, los avisos protagonizados por ídolos de la selección, periodistas y streamers y las propagandas en las camisetas de los principales clubes, entre ellos, River y Boca. Sin embargo, parece difícil que el Senado confirme esa ley. La dependencia económica es tan grande que hoy casi la única industria que pone dinero en el fútbol argentino es la de las apuestas. “Nos ofrecen 4 a 1 en proporción a otros sectores, tenemos que pagar los sueldos, ¿cómo vamos a decir que no?”, dice —a mitad de camino entre la explicación y la justificación— el directivo de un club.

    Como si fuera poco, la pésima organización de los campeonatos de AFA y la situación económica del país ayudan indirectamente a la proliferación de los jugadores que juegan a perder. En el ambiente es conocido el pedido del presidente de un equipo del Federal A, el mismo torneo del ya citado ejemplo de Atenas, que encaró a un par de jugadores de su equipo antes de un partido: “Muchachos, necesito que pierdan. Si quieren cobrar el sueldo, tienen que perder. Es la única forma que tengo de juntar el dinero”, les dijo.

    Los veteranos recuerdan un caso insólito de mediados de los años 80, cuando la economía del fútbol giraba alrededor del Prode (acrónimo de pronósticos deportivos), un juego de apuestas que tenía una amplísima aceptación en la sociedad: se trataba de una boleta en la que había que elegir entre local, empate o visitante en 13 partidos del fin de semana, 10 de Primera y tres del Ascenso. Lo curioso es que, el 6 de mayo de 1984, los futbolistas de Racing de Córdoba (entonces en Primera División) advirtieron que, en la jugada que habían hecho en conjunto, tenían 12 aciertos. Pero encima, o sobre todo, para cerrar la fecha solo restaba el partido que ellos debían jugar contra Ferro, ya el domingo por la noche —el resto se había completado por la tarde—.

    El caso generó un documental, titulado Prode, en el que los jugadores de Racing de Córdoba cuentan cómo definieron qué resultado pondrían en cada uno de los 13 encuentros. Por ejemplo, las discusiones alrededor de River-Atlanta (acertaron con el empate) o de Platense-San Lorenzo. En todos hubo altercados, idas y vueltas, salvo en uno. Sin dudar, pusieron con una cruz con lapicera que le ganarían a Ferro. Parece lógico, pero hoy, en épocas en que algunos futbolistas juegan a perder para ganar dinero, no lo es. Racing de Córdoba ganó el partido y el Prode.