En el Montevideo de 1810, los negros censados como “libres o esclavos” eran algo más de un tercio en una población incipiente de 11.430 personas; fue un máximo que la posterior inmigración europea dejó atrás. Más de dos siglos después, el censo de 2023 captó que, de los 3.449.451 habitantes en Uruguay, los blancos eran el 86% y los afro un 10,4%; el resto tenía ascendencia “indígena” u otras.
Desigualdades
Aunque hoy es un consagrado, Rada ha dicho que sufrió un racismo que considera instalado en nuestra sociedad. “¿Vos creés que una persona argentina o uruguaya iría al psicólogo negro o dejaría operar a su hijo por un negro? No pasa eso porque no están acostumbrados a eso. Y sí, los negros podemos operar, podemos ser presidentes de la República”, afirmó en 2020 en Radio Rivadavia de Argentina. Mientras en el Río de la Plata ciertas actividades están reservadas para la “gente clara” y en las que “no hay grones, no hay pardos”, en Brasil o en Venezuela se ve una mayor integración racial, comparó el Negro.
Según la Encuesta Continua de Hogares que hace el Instituto Nacional de Estadística (INE), en proporción a las otras ascendencias, la población “afro/negra” es la que mayor desempleo padece en nuestro país. Cerca del 11% estaba desocupado en el primer semestre de este año, un porcentaje que se compara con el 7,5% entre los blancos. Desde la perspectiva de la protección de la seguridad social, también están en desventaja: casi uno de cada tres afrodescendientes trabajaba “en negro” (30,7%).
En estas brechas laborales pesa, entre otras cosas, el menor acceso a la educación, sobre todo a los niveles terciarios.
Una investigación del Departamento de Economía de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República que ya tiene varios años (2013) mostró que, en relación con su participación en la población total, las personas afro estaban sobrerrepresentadas en ciertas ocupaciones. Por ejemplo, eran el 19% de los “oficiales y personal subalterno de las Fuerzas Armadas”, 16% de los “bomberos, guardianes y protección”, un 15% de los “conserjes y lavadores de ventanas” e igual porcentaje de “recolectores de basura y afines”. Además, eran el 14% de quienes trabajaban como “peones del transporte”, en la “construcción (obra gruesa) y afines”, como “personal doméstico” y de “peones de la industria manufacturera”.
Dándole la razón a Rada, en la parte alta de la pirámide de la calificación laboral y de las remuneraciones, los trabajadores afro eran apenas el 2% de los “profesionales en ciencias biológicas, medicina y salud”, lo mismo que los “auxiliares contables y financieros” o los ocupantes de cargos jerárquicos en el Estado.
Otro dato del mismo estudio, basado en estadísticas del INE de 2006: el salario por hora de los afrodescendientes varones era, en promedio, un 25% inferior que el de los blancos. Esta brecha remunerativa estaba determinada fundamentalmente por tres factores: 28,6% por la “segregación”; 31,9% debido a una “discriminación que se canaliza por otras vías”, y el resto, por diferencias en las características de los trabajadores.
En el sector público, una ley aprobada en 2013 reserva el 8% de los ingresos al Estado para la población afro, pero de los 13.458 que debían entrar entre 2014 y 2022 solo lo hicieron 2.993, un 2,2% de los nuevos contratos totales. El escaso conocimiento de estos cupos —así como de las becas para capacitaciones— es una de las razones de ese bajo porcentaje, según encuestas que la Oficina Nacional del Servicio Civil hizo entre organizaciones de la comunidad afro y componentes de las comparsas.
Los rezagos en las posibilidades educativas y laborales tienen derivaciones previsibles. Por ejemplo, la pobreza —medida considerando si pueden costear una canasta básica de comida y servicios— es prácticamente el doble entre la población afro que entre los blancos (casi 18% y por debajo del 10%, respectivamente, según datos de 2023).
El problema se agrava en las primeras franjas etáreas. “Los niños y niñas afrodescendientes enfrentan desventajas severas en términos de acceso a educación, a salud y a oportunidades de desarrollo debido a las estructuras de racismo y discriminación que aún persisten en la sociedad”, denuncia el documento de la UNFPA que mencioné antes.
Los tonos de piel
Usando la ingeniosa expresión que emplea alguien que conozco para referirse a su pareja, diría que mi color de piel es “levemente acubanada”. Es que la gama entre el blanco y el negro es amplia, y eso incide en nuestras trayectorias socioeconómicas, como constató una interesante investigación de Guillermo Woo-Mora.
Para examinar cómo el tono de piel influye en la desigualdad económica y la movilidad social, este candidato a doctor en Economía por la Paris School of Economics utilizó datos de encuestas —representativas a nivel nacional— realizadas a más de 80.000 personas en 25 países de América Latina y el Caribe. Los entrevistadores asignaron a cada encuestado un tono de piel mediante una escala (la “paleta perla”) estandarizada del 1 al 11 para captar cómo perciben los demás a las personas —una dimensión social esencial de la discriminación—, más allá de la autoidentificación racial. Su estudio fue publicado en agosto pasado.
“Los gradientes en los resultados económicos en Uruguay son muy consistentes: las personas con tonos de piel más oscuros presentan peores resultados en ingreso, años de educación acumulada y movilidad intergeneracional absoluta en educación (comparado con sus madres). En otros países los patrones son menos lineales” y, por ejemplo, algunos tonos más oscuros aparecen en mejores condiciones que los intermedios, me comentó Woo-Mora para esta entrega de la newsletter.
Esto que señala el investigador para Uruguay se puede apreciar, para el ingreso, en la gráfica de la derecha; la ubicada a la izquierda muestra los tonos de piel asignados a los encuestados en nuestro país.
Graf. Tonospiel
Tomado del estudio How skin tone still shapes inequality in Latin America and the Caribbean, de Guillermo Woo-Mora
Agregó otra reflexión que deja pensando: “Algo que me parece interesante, aunque ya es una impresión más subjetiva, es que Uruguay es uno de los pocos países del Cono Sur donde sí existe un reconocimiento de la herencia afro, visible en manifestaciones culturales, como el candombe. En contraste, en países cercanos, como Argentina, ese reconocimiento es más limitado, y aunque las personas con piel más oscura también enfrentan peores resultados, las brechas no parecen tan pronunciadas como en Uruguay. Queda como pregunta abierta por qué cambian esos gradientes entre países. Quizá persistencia de instituciones formales e informales de discriminación o bloqueo de oportunidad para estos grupos”.
Ministro afro
Dado todo lo anterior, no sorprende la ausencia —al menos yo no conozco— de personas afro con notoriedad pública en nuestro círculo de los negocios o de decisiones económicas. En la política, algunos se han abierto camino.
Si se busca información sobre Edgardo Ortuño en la página web del Ministerio de Ambiente, una fotografía lo muestra sonriendo, orgulloso; el repaso biográfico cierra subrayando que es “el primer legislador y ministro afrouruguayo en la historia del Uruguay”. Para esta entrega de Detrás de los números, con varios meses de anticipación a esta publicación, le pregunté si piensa que somos una sociedad racista, si eso lo afectó de algún modo en el transcurso de su vida y si cree que hay un efecto económico derivado de este tipo de discriminación. Aunque insistí y dilaté la espera, el ministro no me contestó alegando que estaba ocupado; lo entiendo, pero qué lástima.
Antes de despedirme, una solicitud exclusiva para las lectoras mujeres de la newsletter que estén en etapa fértil y que trabajen de manera remunerada, ya sea en o desde Uruguay: les pido por favor que completen —de forma anónima— un cuestionario desde este link. Sus respuestas me servirán como insumo para una futura entrega relacionada con el ciclo menstrual y algunas connotaciones económicas. ¡Gracias por colaborar!
Vuelvo a escribirte en dos semanas.
¡Saludos!